Misticismo cristiano (2). La resurrección de Jesús como experiencia mística.

    En la postal anterior he descrito el principio y sentido de la mística de Jesús, que ha sido no sólo compañero y amigo de sus seguidores, en la línea del título del libro que sigue siendo punto de partida de estas reflexiones, sino gurú, iniciador místico de la religión de occidente.

   Pero la mística cristiana no es una repetición, sino recreación de la de Cristo, centrada en su resurrección; no es “ver” a Dios en general, sino ver (descubrir) vivo a Jesús tras su muerte, viéndole y amándole en los hombres y mujeres que comparten su camino.

Puede ser una imagen de texto que dice "Revista Católica Internacional Año Enero/ Febrero 1982 1/82 Communio Teolo- para nuestra resurreccion Resurrección Resucitó Estudios: Pié, La Resurrección gia reciente; Ricardo Resuci ción; Rudolf sepulcro vacio> de Jesús; acques Guillet, El testimonio sobre segun Xabier pascual de los Georges Chantraine, De que cuando decimos, del Señor? Antonio Andrés, Resurrección futuro sin Dios; Antonio M. Sicari ucaristia Resurrección Fer- nando Urbina de Quintana, Creo en Jesucristo Resucitado, Hijo de Dios Vivo, Esperanza del mundo."

La mística cristiana, siendo teológica (relacionada con Dios): , tiene un sentido más antropológico”:   es un despliegue emocionado de amor entre seres humanos, de toda lengua, pueblo y nación, que son (viven y gozan, admiran, mueren y resucitan), compartiendo su carne y sangre (Jn 1, 12-14; 6. 30-40), uniéndose para forma el “cuerpo de Cristo”, que es “místico”, siendo radicalmente carnal, humano.

            He desarrollado este motivo en varios libros, antiguos y modernos, pero lo he condensado hace ha tiempo en un trabajo de la revista Communio 2, 1981, que el lector interesado podrá encontrar en  9780190001193.pdf (edicionesencuentro.com).

  • Salvador Pié, La Resurrección de Jesucristo en la Teología reciente. 695
  • Ricardo Blázquez, Resucitado para nuestra justificación 
  • Rudolf Pesch, El «sepulcro vacío» y la fe en la resurrección de Jesús
  • Jacques Guillet, El testimonio sobre la Resurrección segúnlos Hechos de los Apóstoles  
  • Xabier Pikaza, La experiencia pascual de los discípulos

       Retomo ahora aquel trabajo, simplificando y actualizando su lenguaje. Communio era por entonces la publicación católica quizá más significativa, por su fidelidad a la tradición renovada del Vaticano II y expresa en claves de misión universal cristiana.  Los grandes cambios eclesiales que se impusieron en gran parte de la iglesia dinamitaron a partir del 1984 no sólo aquel proyecto sino la misma apertura apostólica y misionera de la iglesia.

Sólo ahora, tras cuarenta años, han podido recuperarse, en el contexto sinodal del Papa Francisco algunos valores de aquella revista. En ese intento de recuperación puede incluirse este trabajo, que vuelvo a publicar aquí, en el contexto del pequeño curso del próximo sábado sobre el misticismo de Jesús, con las tres anotaciones que siguen:

  • Es un trabajo largo y de cierta especialidad, renuncie quien tenga poco tiempo disponible
  • Es un trabajo de más de 40 años, con lenguaje y retórica de aquel tiempo.
  • Si alguien tiene deseo de entrar en el tema y venga al curso, nos divertiremos dialogado

LA EXPERIENCIA PASCUAL EL PRINCIPIO DE LA IGLESIA  (Communio 4, 1981)

             Discípulos de Cristo son aquellos que han visto Jesús, como amigo y compañero de camino, señor resucitado, como me dijo una judía aquel mismo año 1981 ¿ha visto usted a Jesús? Yo le respondí dándole largas. Ella me advirtió: ¡Si no le ha visto ni le ve no puede llamarse cristiano. 

Los rimeros discípulos fueron místicos de Jesús

Escucharon su invitación al Reino de Dios,  tomaron su mismo  camino, se dejaron transformar por él y recibieron  su asistencia. Hech. 1, 14 dice que había entre ellos enviados de Jesús,    parientes de su clan,, mujeres amitas. Todos ellos han tenido una experiencia inmediata de su pascua, y supieron (viéndole con ojos de corazón) que estaba  vivo.   

Los apóstoles -y con ellos las mujeres y parientes a que alude Hech. 1, 14- tenían experiencia personal de Jesús como pretendiente mesiánico Cristo antes de la Pascua. Por eso, no partían de cero. Habían recibido una fuerte impresión del profeta galileo: le seguían, le querían, se han opuesto a su camino, le han negado, quizá en algún aspecto le han odiado (como hará Pablo). Pues bien, en un momento determinado, después de la muerte de Jesús se han descubierto penetrados por su fuerza: su camino ha revivido, su persona ha retornado victoriosa de la muerte, de tal forma que han visto cómo todo se realiza de un modo distinto. Por eso han decidido confesar y han confesado: ¡Está vivo!

Puede ser una imagen de texto que dice "Xabier Pikaza Compañeros y amigos de Jesús La Iglesia antes de Pablo Proscnca Teologiai ST"

Esta experiencia transformó y dio un sentido a sus experiencias anteriores. No le vieron como un tipo de ser divino en general, no le aceptaron como maestro de ley, ni como puro hacedor de milagros, sino como “persona” especial.  La pascua de Jesús fue para ellos una experiencia viva de persona.

No se  trataba de conocer a Dios, por vía de razonamiento filosófico o de misterio cósmico (como en un tipo de estoicismo o platonismo): la Pascua significa, más bien, el encuentro gratuito y gratificante con el Dios que se hace humano en Jesucristo, en la persona de Jesús, un hombre, un hombre muerto y resucitado que es la ley y verdad, la esencia radical de todo lo que existe, uniendo en sentido radical a Dios y al mundo. A partir de ahí todo aparece de manera diferente.

La Pascua es, por lo tanto, una experiencia de persona. Allí donde los hombres querían recorrer dl camino de la vida del misterio por la vía de la ley, el todo cósmico o la ciencia de infinito se desvela Jesús como persona que ha triunfado de la muerte y vuelve hacia los suyos, en gesto de absoluta novedad, para invitarles a que empiecen a formar un mundo nuevo. Esta experiencia tiene, a mi entender, dos elementos.

Por un lado, es teofanía: quizá al comienzo no comprenden e interpretan lo que pasa en formas definidas por el tiempo (apocalíptica, estructura sapiencial o mesianismo); pero al fondo de aquello que han vivido va emergiendo ante sus ojos la certeza de que ha sido y es el mismo Dios, quien viene hacia su encuentro por Jesús resucitado. Todos los restantes medios de presencia de Dios pasan a segundo término: las mediaciones cósmicas, los esquemas legalistas o sociales. Sólo queda en el centro Jesús resucitado, como rostro de Dios Padre, como plena y absoluta hierofanía.

Por otro lado, esa experiencia es antropofanía: en el principio tampoco ellos consiguen medir las consecuencias de aquello que ha pasado; únicamente saben que están llenos de Jesús y lo proclaman de un modo gozoso, pasional, provocativo; aseguran que el tiempo se ha cumplido y llega el hombre nuevo, el fin del reino; casi no pueden medir sus palabras. Sólo poco a poco irán reconociendo que el misterio que ha irrumpido por la Pascua de Jesús es la verdad del hombre, es el sentido de la vida que triunfa de la muerte y que despierta en brazos de Dios Padre. Esta experiencia «de persona» constituye, a mi entender, el centro y el sentido de la pascua. Las convicciones y condicionamientos antiguos pasan a segundo término o se van retraduciendo. Sólo queda una certeza; ¡Cristo vive!, y en su vida se cimienta el verdadero presente y el futuro de las cosas. Este encuentro pascual ofrece a mi entender tres momentos: recuerdo, transformación y envío.

Iglesia pascual

La experiencia pascual fue una experiencia de recuerdo: Del Jesús histórico al Cristo pascual. Aquellos que han seguido o conocido el  camino de Jesús vuelven a hallarle vivo tras la muerte.

Los apóstoles le encuentran y le aceptan como aquel que les había convocado, afirmándoles con su palabra y sosteniéndoles en su compromiso. Las mujeres le descubren como aquel que, aceptándolas en su compañía y ofreciéndoles su amistad, se ha dejado ayudar por su cuidado.

Los familiares le recuerdan como el hermano que, habiendo nacido en medio de ellos, comenzó por escandalizarles con su palabra de ruptura y su gesto de novedad mesiánica. Todos vuelven a encontrarle. Jesús les ha salido al paso de una forma nuevamente definitiva y empiezan a entenderle de manera diferente; desde Jesús descubren el sentido del Antiguo Testamento de su pueblo y los caminos de Dios entre los hombres. Sin este momento de recuerdo, donde se recupera el pasado de Jesús, desde la infancia hasta el Calvario, la Pascua acabaría diluyéndose en un aura muy hermosa pero estéril, de leyenda.

  1. Hay un momento de transformación. Ante el gesto de Jesús resucitado lo anterior se transfigura (como sabe Mc 9, 2-9 par). Jesús vuelve y acoge (transfigura) a los que habían rechazado su camino, perdona a los discípulos que el día del peligro le negaron, para abrirse al vergonzoso camino de la huida. Vuelve a las mujeres que no habían entendido su cariño, a los parientes que quisieron manejarle ... Por eso, el encuentro pascual es mucho más que una apertura hacia el recuerdo. Es verdadera creación. De pronto, los discípulos comprenden que su encuentro con Jesús no había terminado.

Precisamente ahora, cuando ha cesado un tipo de antiguo contacto corporal, cuando el escándalo de la Cruz parece haber quebrado todos los senderos y esperanzas, emerge la auténtica comunicación interpersonal con el Maestro. Ellos no saben expresarlo, pero saben que es Jesús el que ha venido: se les ha manifestado, poderosamente creador, lleno de vida, por encima de la muerte. Les ha ofrecido nuevamente su confianza, ahora de un modo inquebrantable, y les ha dicho: ¡no temáis!, soy yo el que vengo de nuevo hacia vosotros. Por vez primera, aquellos viejos seguidores abatidos y frustrados descubren un amor que permanece, un encuentro que les hace ser por siempre. Se sienten transformados. Sólo pueden expresarse en gozo y alabanza.

  1. Hay, finalmente, un momento de envío, de renacimiento y mutación humana. . Por encima del recuerdo del pasado, por encima de la transformación personal, se escucha una palabra misionera: los discípulos no pueden contenerse clausurados en el viejo mundo de sus anticipaciones y esperanzas. Viven desde Jesús y se descubren enviados: el Señor pascual les confía generosamente el cuidado y la promoción de su mensaje y ellos, sin pensar demasiado en lo que hacen, dirigidos por un nuevo poder que identifican con el Espíritu del Pentecostés mesiánico, se ponen a extender el gran anuncio de Jesús. Son un puñado de indoctos, un grupo de antiguos miedosos ilusos; pero han tenido la suerte de ser hallados por Jesús, le han redescubierto tras la muerte y acogen el encargo de anunciar su vida. Así, lo que empezó siendo recuerdo se convierte en apertura hacia el futuro. 

Mensaje cristiano de Pascua. Volver a la historia de Jesús. Volver a su vida

Pascua significa seguir caminando con Jesús, ahora que ya no está con ellos como antes.   No se trata de diluir a Jesús en su muerte, sino de recuperarle en su vida concreta, como persona con la que interactuamos, con la que dialogamos, por el Espíritu Santo (en el ámbito de Dios).

Los discípulos se descubren en manos de un poder que les desborda, se sienten poseídos por una gracia que les sobrepasa; y llenos de alegría, como ignorando las dificultades que les esperan, comienzan la gran aventura de una misión que, por caminos diferentes, les conduce hacia los confines de la tierra, es decir, de la vida humana. Estos son los momentos de la experiencia apostólica de Jesús resucitado. En ella no se ofrece un tipo diferente de idea sobre Dios, ni se desvela un modo nuevo de transformación de la materia, sino la experiencia de Dios que es vida de todas las vidas humana, que es experiencia radical de comunicación interhumana.

La Pascua viene a convertirse en elemento integrante de su vida. El encuentro con Jesús (su comunión con él) ha renovado y recreado su existencia. No dicen algo sobre Jesús, sino que se dicen a sí mismos dando testimonio de su vida en Jesús.   Por eso, cuando anuncian a Jesús, dejan a un lado las teorías y «dicen su existencia», se dicen a sí mismos, al ir dando y diciendo ante los otros testimonio de la Pascua.

La experiencia pascual de los apóstoles se entiende, según eso, como testimonio de sus amigos/discípulos, que “diciendo a Jesús” se están diciendo a sí mismos, abriendo para Jesús un hueco en su camino compartido. Frente a los métodos de verificación racional o prueba empírica de la filosofía y la ciencia, los discípulos de Jesús han ofrecido abiertamente el testimonio de su vida personal, como vida en Jesús y vida en los restantes hombres y mujeres que comparten su camino.

Casi no advierten lo que pasa. Pareciera que navegan a lomos de una tempestad (un impulso, un “espíritu”, un viento de vida de Dios que les desborda y que, al mismo tiempo, les fundamenta. Son testigos de Jesús y, al presentarlo ante los hombres, van presentándose a sí mismos, como reflejo del Señor resucitado. Llevan en su entraña la herida de la Pascua y tan pronto como empiezan a decir lo que han sentido van diciendo lo que el Cristo ha realizado en medio de ellos o, mejor dicho, en ellos: cómo les ha reconocido y cómo les recrea, tras la muerte, cómo les envía y, sobre todo, cómo ese Jesús es el viviente.

Resulta imposible fijar y concretar todos los elementos y estructura de ese testimonio pascual de los apóstoles, tal como aparecen en los primeros años de la Iglesia. Sólo indicaré que el contenido radical de esa experiencia se refleja de un modo canónico en los libros del Nuevo Testamento, apareciendo en ellos en tres formas que son complementarias: sinópticos, Pablo, Juan. 

  • Los evangelios sinópticos entienden y acogen la Pascua (paso de Jesús) partiendo del conjunto de su vida: es desenlace de su trama y es comienzo de la historia decisiva. Para Me. 16, 1-8 Jesús resucitado se encuentra en Galilea: allí donde los hombres recuerdan su mensaje, siguen su camino y se reúnen a partir de su palabra; de algún modo, la experiencia del Señor se identifica con la misma vida de la Iglesia. En Mt. 28, 16-20 la Pascua ratifica la culminación histórica del camino de Jesús y el envío nuevo de sus seguidores: allí donde los fieles anuncian la palabra y viven el misterio del Señor resucitado está Jesús, presente entre los hombres. Lucas. 24 ha interpretado y extendido el valor de esa experiencia: viene Jesús; Jesús alienta allí donde sus fieles reconstruyen el camino de su vida, participan del pan en su recuerdo y proclaman poderosamente su perdón y su palabra.
  • Pablo vive la experiencia de la Pascua como ratificación y triunfo del mesianismo de la Cruz. Apenas sabe nada de Jesús según la carne. Pero ha reconocido que el Mesías de Dios tuvo que morir y ha resucitado. Desde aquí, a partir de su propia experiencia pascual (cfr. Hech. 9; Gál. 1,11 ss.), pro clama el gran mensaje de la Cruz liberadora: ha pasado el mundo viejo, ha terminado el tiempo de la ley, ha fracasado el orden del pecado; desde la Cruz de Jesús emerge, por el testimonio y poder de la Pascua, un camino nuevo de reconciliación y gratuidad, de esperanza y vida nueva. En ella se cimenta la experiencia del cristiano.
  • Viene, finalmente, el testimonio de Juan que, partiendo de unas experiencias apostólicas de resurrección, hermosamente recreadas en términos de reconocimiento y apertura al Espíritu (Jn. 20-21), ilumina desde la Pascua el conjunto de la vida de Jesús. El proceso pascual se interpreta como transfiguración de la historia de Jesús: al descubrirle como fuente del Espíritu, camino verdad-vida, Hijo de Dios o fundamento de la gloria, tenemos la certeza de que está resucitado. Experiencia de la Pascua y descubrimiento de la hondura de Jesús se identifican.

IGLESIA COMO RESURRECCIÓN DE JESÚS.

 Hay un segundo grupo de discípulos que, no habiendo seguido a Jesús en el camino de su historia, no han palpado su cuerpo ni escuchado de manera directa su palabra (Cf. Jn. 20,29; 1 Jn. 1, 1-4). Son los que llegan después de los apóstoles. También ellos se sienten llamados a la fe y a la experiencia de la Pascua. No han visto a Jesús, pero comparten la palabra y testimonio de la iglesia. Teniendo esto en cuenta, definiré a la iglesia como aquella comunidad de testigos que, enraizándose en la fe de los apóstoles, recuerdan y cultivan, celebran y recrean la experiencia pascual de Jesucristo. Distinguiré en ella dos planos. 

  • La iglesia es ante todo una expansión de Pascua, de la nueva humanidad como resurrección. El campo de experiencia de Jesús resucitado se extiende a través de ella, en su palabra predicada, en su vida y en su fiesta. Ha nacido del testimonio apostólico y decide mantenerlo. Brota del mensaje pascual como semilla de nueva humanidad (=humanidad de Dios) en la tierra entera.
  • Por eso, la iglesia es el lugar donde los hombres despliegan su vida en plenitud, en forma de encuentro personal de amor con Jesús. Viven inmersos en las mil experiencias de la tierra, dominados por la actitud operativa de las ciencias, distorsionados por la inutilidad de los razonamientos, perdidos en el campo de fuerzas de la vida...  Pero, en un momento dado,  ámbito eclesial, descubren en la iglesia, por Jesús, una nueva forma de vida como comunicación interpersonal, resurrección y presencia de unos en otros. 

Principio de la iglesia es el anuncio de la Pascua. Cruzan por ella miles de proclamas y palabras. Sin embargo, en su interior sólo se escucha de verdad un mensaje: la vida es resurrección, es “elevación” o meta-noia (supra-pensamiento, supra-ser). Anuncio y comienzo de “pascua”, comunicación mutua de vida. :  la Palabra que ofrece el anuncio repetido y fascinante de la Pascua. Ese anuncio la fecunda y fortalece, la cimienta y plenifica en un milagro que nunca acaba de expresarse plenamente. Existen en el mundo otros sistemas sociales y poderes, encargados de amasar riqueza, dirigir a pueblos, cultivar la ciencia ... Pues bien, ninguno puede compararse con la iglesia. Ella es, ante todo una institución memorativa (de recuerdo), transformativa (de con-versión o mutación) y celebrativa. sólo vive recordando la experiencia de su Cristo, para hacer que no se pierda su Pascua entre los hombres.

1.La iglesia pascual es una institución narrativa, en la que se mantiene viva la experiencia de Jesús y de sus primeros seguidores tras/por su muerte. En ese sentido, la iglesiaestá empeñada en transmitir lo que ha escuchado, haciendo que resuene y se expanda en las cuatro direcciones de la tierra/historia. Sabemos por el evangelio de  Juan que el Espíritu Paráclito es memoria de Jesús entre los hombres; pues bien, la verdad de esa memoria, recibida y transmitida por la iglesia, es la experiencia de la Pascua. La resurrección de Jesús puede asumirse y aceptarse porque existen hombres y mujeres que se encargan de anunciarla. El cimiento de la experiencia pascual de la iglesia es, por lo tanto, la palabra poderosamente recibida y anunciada. Sólo se vive el gozo y fiesta de la Pascua allí donde unos hombres se empeñan en narrarla. Centro de la iglesia es la vivencia de la Pascua. Llamo vivencia al don y compromiso de Jesús entre los hombres.

  1. La iglesia es una institución transformadora, que permite que los hombres y mujeres se convierta, cambien de forma de ser. La pascua es un don, una experiencia de transformación en Cristo. No somos creaturas externas de Dios, sino Dios encarnado, en comunicación personal de amor. Viniendo de arriba (en y por Dios), esa mutación sólo puede darse si nosotros la aceptamos, nos dejamos mover por ella, es decir, si nos dejamos querer, si nos queremos. La pascua es una invitación, una llamada para transformar la vida, en el camino del seguimiento de Jesús.
  2. La iglesia se desvela finalmente como una institución celebrativa. La experiencia pascual del recuerdo y compromiso culmina allí donde la comunidad cristiana , gozosamente reunida en torno a la palabra de Jesús, celebra su presencia como perdón (bautismo) o como vida compartida ( eucaristía).

Don de Dios (hecho pascual), mutación propia (personal y comunitaria) y celebración van unidas, muestran que el mensaje de Jesús sigue adelante; sigue expandiéndose su anuncio del reino, su forma de actuar, su palabra de perdón, su llamada de transformación. Allí donde los hombres vivan todo esto, donde encuentren cada día la existencia como gracia, donde asuman el perdón y vayan trazando los caminos de una mayor fraternidad puede afirmarse que ellos viven la experiencia de la Pascua. Esa experiencia pascual resulta, por lo tanto, inseparable del proceso de una iglesia que se ofrece a sí misma como institución y vivencia que actualiza el contenido de la Pascua.

Sólo allí donde los hombres se ofrecen perdón (cf. Le. 24,47) y cumplen la palabra de amor de Jesucristo (cf. Mt. 28,20), sólo allí donde retornan incesantemente a Galilea, para rehacer el camino del Maestro (cf. Me. 16,7) puede hablarse de experiencia pascual. Las restantes formas de encuentro con Jesús, clausuradas en un intimismo sentimental o en un cambio ideológico, acaban siendo secundarias o equivocadas.

Los discípulos «reconocen a Jesús en la fracción del pan» (Le. 24, 30-31); le reconocen en forma de experiencia de su verdad, pues hasta entonces sólo habían visto un tipo de fantasma que venía a hacerles compañía. Sin ese tono celebrativo de victoria de la vida sobre la muerte, sin el gozo de una salvación ya realizada entre nosotros, sin el despliegu de la vida que se abre ritualmente ante el misterio y desde el misterio, la experiencia pascual termina siendo ideología. Quiero resumir los elementos precedentes.

He definido a la iglesia en forma de comunidad de testigos de Jesús que recuerdan, actualizan y celebran la resurrección. Esas tres funciones enmarcan y sostienen la experiencia de la Pascua de Jesús en los discípulos: ella no aparece en forma de teoría que se prueba sino como acontecimiento salvador que se atestigua en el anuncio, como principio de vida que se asume en compromiso y como fuente de gozo que se celebra en la liturgia.

Aquí y sólo aquí es posible, hoy y mañana, la experiencia de la Pascua. Brevemente indicaré algunas de sus grandes paradojas: su pasado y su presente, su realidad comunitaria e individual, su valor teológico y cristológico.

La Pascua es experiencia de pasado y de presente. Es experiencia «de pasado», porque asume el acontecimiento fundante de la historia de Jesús y lo interpreta como base de la vida de los hombres.

Pero, al mismo tiempo, es experiencia «de presente»: cristiano es el que vive cada día potenciado y dirigido, interpelado y dirigido por la fuerza de Jesús, el Cristo. No queda abolido el tiempo como transcurso, para integrarse en la infinitud repetida de un eterno retorno.

La Pascua asume ese tiempo y, enraizándose en el pasado único de la vida de Jesús, lo introduce en un camino de transformación  y esperanza futura.

 La experiencia pascual se desvela, según esto, como fuente de sentido de la historia. La Pascua es experiencia comunitaria e individual. Es comunitaria en la medida en que se transmite, actualiza y celebra en la comunión de la iglesia; pero, al mismo tiempo, llevándonos al centro de la comunidad, ella nos sitúa en el lugar de la más profunda decisión personal, en aquel espacio donde cada uno ha de asumir el camino de la fe o de la superación de su pequeña, de su increencia. Voy a explicarlo de una forma inversa.

Mutación personal: trans-substanciación, trans-personalizaciòn

Hay un momento individual: Jesús resucita «en mí para mí»: me ha sacado del abismo del pecado y de la muerte y me ha llamado a su “victoria”, para vivir de su amor, en su vida, como un hombre plenamente salvado en el Dios de Jesucristo que no tiene que ocuparse de los otros.

Pues bien, a causa del poder unificante del amor, siendo mi experiencia más profunda, la pascua me vincula plenamente al cuerpo de la iglesia, haciéndome así cuerpo encarnado de amor de muchos, que nos miramos y amamos, resucitando unos en otros, descubriendo en los demás mi propia vida y siendo yo, al mismo tiempo, vida y amor para los otros, como ha formulado Pablo en 1 Co 12-14 describiendo la unidad y pluralidad del cuerpo pascual que es Cristo resucitado.

Eso significa que yo resucito por Cristo en los otros, y que ellos resucitan en mí, en forma de trans-parencia y comunión de amor. Yo sólo vivo viviendo en los otros, de ellos nazco, con ellos comparto el camino, en ellos culmino y realizo mi vida; no soy yo por aislado, sino en comunicación o correlación interpersonal. Soy persona, siendo persona de personas, comunidad de vida trans-personal. Eso significa que para ser yo (para vivir) debo morir, compartiendo mi vida con otros, como Jesús que es muriendo y resucitando en otros. por los demás, si es que vivo y resucito por su muerte. De esa forma, sólo siendo muchos, podemos ser cada uno, siendo uno en los demás, a lo largo del tiempo, a lo ancho del espacio de la geografía pascual de Jesús, en una línea de fe, esto es, de vida compartida..

Soy de esa manera siendo cuerpo y vida de los demás creyentes en Dios, que es, por Cristo, todas las cosas en todos, panta en pasín (1 Cor 15, 22-28),  siendo todo en cada uno, haciendo así que cada uno sea pleno en sí mismo, siendo, viviendo plenamente (resucitando) en los demás, por muerte de amor.  Ésta es la forma de ser  de la  resurrección que se da y realiza como  despliegue de amor, desde, con y para los demás, en co-relación de amor, en forma de trans-substanciación, eso es, de experiencia pascual, de pan y vino compartido que somos cada uno en Cristo y por Cristo. En contra de eso, en la historia de occidente ha dominado un tipo de visión sustancialista (individualista) de la vida,  que ha ha ido y sigue yendo en una dirección contraria a la experiencia de la pascua.

Eso significa que, en sentido general, los cristianos de occidente no hemos creído creemos en la resurrección, tal como la formula Pablo en 1 Cor 15 (culminando el argumento de 1 Cor 12-14). En general hemos invertido la experiencia y camino de la resurrección, convirtiéndola en lo contrario de lo que ellas es, no sólo en un ámbito mundano  de vida en el mundo”, sino en en el ámbito o comunión la misma iglesia, que, por un lado, afirma que Jesús resucitó de los muertos, para que nosotros resucitemos en él, pero que, por otro lado,   parece de negar con su forma  de ser la experiencia y camino de la resurrección. Allí donde un hombre o mujer, llamándose llama (creyente) cristiano vive para sí, encerrándose en su personalidad (en su máscara-persona), está negando con su vida la resurrección, está mintiéndose a sí mismo y mintiendo a los demás, se está destruyendo en un infierno de muerte. 

  • No hay resurrección sin trans-personalidad, no hay pascua sin meta-noia (Mc 1, 14-15), esto es, sin un supra-pensamiento, sino una supra-vida que es personal siendo trans-individual, como expresa temáticamente Pablo en Rom 6 y en el Sermón del Areópago de Atenas.. Sólo desde esa nueva actitud (naciendo de nuevo del agua y del espíritu de Cristo, como dice Jesús a Nicodemo en Jn 3) podemos no solo hablar de resurrección, sino ser unos resucitados en Cristo.
  • La Pascua es experiencia de resurrección en la muerte (allí donde se da la vida por los demás, en amor). Hemos sido sepultados con cristo en su muerte, para ser recreados en su resurrección (Rom 6), para así caminar en una vida nueva, en comunión con los demás, compartiendo juntos la vida. Sólo muriendo en Cristo al modo de ser del mundo antiguo podemos afirmar que hemos sido resucitados, que hemos recibido por resurrección la vida de Jesús y que la compartimos por amor con los demás, en forma de iglesia pascual.

 Sabemos así que la Pascua no nos pertenece en exclusiva (viviendo en forma de individualidad cerrada en sí misma), de manera que y que  sólo podemos vivirla y testificarla en la medida en que, viviendo en Jesús, vivimos unos en otros en comunión comunicación personal, recibiendo, compartiendo y dando lo que somos, suscitando (asumiendo) un trans- y supra-personalidad pascual, en comunión que nos libera del egoísmo y de la muerte  Sólo así, siendo iglesia de Jesús resucitado podemos celebrar el recuerdo, la vida y esperanza de la pascua, como creyentes que hemos nacido en ella y por ella.

La Pascua es, según eso, la experiencia teológica y cristiana por excelencia. Ella nos lleva hasta el lugar de Jesús, en el camino concreto de su mensaje de reino de Dios y de su muerte, entendida como experiencia fundante de creatividad y entrega por los otros. Sólo en ese contexto, allí donde Jesús se desvela como sentido de la vida y de la historia,  Dios se manifiesta radicalmente como divino.

No hay una experiencia previa de Dios y luego una fe en el Cristo y en su Pascua, sino que ólo allí donde el creyente habita en el espacio de la Pascua de Jesús, sólo allí donde interpreta su vida y la realiza en forma de entrega de la vida por los demás y de comienzo resurrección, puede hablarse de Dios como Padre de los hombres (=aquel que es dando vida). La experiencia pascual, situándonos en la raíz del compromiso cristológico, nos lleva hasta el centro de la teología, hasta aquel lugar en el que Dios se desvela como Padre en el encuentro con el Hijo.   

HERMENÉUTICA DE LA EXPERIENCIA PASCUAL

 Vivimos en un mundo que se encuentra cautivo, dominado por un tipo de idea de poderes separados de nuestra propia vida (entendida en forma el capital poseído sí), por la lucha interhumana (violencia) y por la muerte, entendida como destrucción de nuestra realidad (entendida como individualidad vacía, no como don/entrega a los demás). Buscamos seguridad y la traducimos en gestos de evasión y de dominio. Queremos fraternidad y la pervertimos en un campo de batalla universal. Soñamos con la vida libre y tropezamos siempre con la muerte. Tenemos una experiencia parcial y des-quiciada (sacada de quicio) de la pascua o paso/pascua de Dios por la vida de los hombres, en tres formas, como experiencia no-idealista, materialista y de liberación.

  1. Contra una hermenéutica idealista de la Pascua. Para muchos, la experiencia pascual acaba siendo de tipo idealista: nos obliga a salir de las coordenadas concretas de la vida de Jesús, de su entrega por la vida y la justicia, situándonos en un campo de representaciones posesivas y opresoras. Más que ratificación y triunfo del camino de Jesús, la Pascua ha venido a convertirse en expresión de su fracaso: allí donde los hombres no han sido capaces de aguantar el ritmo de la acción de Jesús, allí donde han negado su entrega a favor de los demás y de la muerte como expresión suprema de esa entrega gratuita de vida, los hombres han interpretado la pascua (resurrección) como un refugio post-mortal precisamente para guarecerse de la urgencia y de la entrega del Mesías de los pobres. Esa actitud idealista se refleja en tres momentos: impotencia, ilusión, represión
  • La experiencia pascual se ha vuelto para muchos un signo de impotencia: allí donde los hombres no han podido actualizar el gesto de Jesús, allí donde se han visto incapaces de guardar su legado de libertad y esfuerzo por la vida han inventado una especie de «salida fantástica», buscando así una compensación resentida e inoperante de su propio fracaso. Juzgo que esta perspectiva tiene datos que no pueden sostenerse, pero quiero destacarla.
  • Otros han tomado a experiencia pascual como signo de una ilusión. Algunos toman la resurrección como ilusión vacía de futuro de la resurrección de Jesús sobre el fracaso de este mundo, como justificación de la falta de compromiso creador de los creyentes: dejemos que las cosas sigan como están, sintamos sobre el mundo la mortificación de la carne y la ineficacia de la justicia; ya vendrá después el juicio de la Pascua.
  • En contra de eso, la Pascua de Jesús no puede interpretarse signo de represión interhumana (de impotencia e ilusiòn, sino como en gesto de hermandad y la justicia. La experiencia de Jesús resucitado, como descubrimiento de la vida de Dios en el camino de su entrega hasta la muerte nos permite descubrir y desplegar el sentido de la vida como don, como muerte a favor de los demás. 
  1. La resurrección ha de entenderse, según eso, en forma corporal, esto es, de encarnación, comunicación y comunión de cuerpo/carne, como sabe Jn 1, 14, como Jesús ratifica en el Sermón de Cafarnaúm (Jn 6) y como Pablo formulas los capítulos centrales de su presentación “cuerpo de Cristo” de Pablo (1 Cor 13-15). En ese sentido, la experiencia pascual toma el sentido de “eucaristía” de dar y compartir la vida (carne y sangre), superando así la muerte por medio (por encima) de la misma muerte..  

En ese contexto se entiende la  transformación real de la vida humana, como ex-sistencia compartida (ser es salir de sí mismo para que otros sean), de comunicación y justicia social, de liberación de los pobres, de comunión de vida de unos en otros.  Más allá de todos los esquemas de dominación, superando todos los caminos de posesión violenta y de injusticia de este mundo, la Pascua anuncia y ratifica  el triunfo del hombre/mujer como ser de comunión. Jesús resucita al vivir en aquellos que le acogen tras la muerte (es decir, por la muerte).  Jesús muere para dar vida a todos (siendo vida entregada); para que todos podamos darnos vida unos a otros (viviendo de esa forma en dllos). No se trata simplemente de dar cosas (como si fuéramos dueños de ellas, de un modo posesivo), sino de darnos y ser unos en otros. 

  1. Resurrección es “comunicación liberadora”, creadora de vida, no como venganza, en clave de resentimiento, de odio contra los opresores, sino de liberación de los oprimidos, no por ley, ni por imposición externa, sino por comunicación de vida en el sentido y en la línea de las “obras de misericordia de Mt 25, 31-46 (dar de comer, dar de beber, vestir al desnudo, acoger a los exilados etc.) han de entenderse como obras pascuales… Avanzando en esa línea y paa ratificarla,  Jesús dice en Jn 6: mi carne es comida, mi sangre bebida (Jesús no es cuerpo y alma, sino carne y sangre… Esto es resucitar: Vivir unos en otros, en contemplación y gozo de amor.

Según eso, las obras de amor/misericordia/servicio/episcopado (con ese nombre aparecen en Mt 25, 31-46) son experiencias de resurrección. No resucita solo Jesús en Dios y en la iglesia, sino que resucitamos y vivimos unos en otro, suscitando de esa manera una forma más alta de comunicación, esto es, de riqueza (riqueza humana, no capital monetario). El capital humano no es un dinero entendido en forma de mamón/diablo que mata (Mt 6, 24), sino el amor de unos de unos a otros, en forma de correlación vital,  como ha puesto de relieve san Pablo en su lenguaje místico, empleando/creando un lenguaje donde es determinantes la partícula con-syn: Con-vivir y con-morir, estar co-sepultados y  co-resucitar, synhodein (con-caminar) y co-reinar.

La pascua supera de esa forma la soledad ilusoria de ser cada uno en sí mismo, superando (transcendiendo) de esa forma  un tipo de “yo autosuficiente”, para abrirnos al yo compartido de la trans-subs-substanciación,  a la trans-personalización,  de tal manera que podamos vivir de esa manera uno en otros. Estos son elementos fundamentales de la hermenéutica carnal/corporal, de la pascua: Ser carne unos de otros, formar un cuerpo de vida.  La novedad pascual se expresa en la totalidad del ser humano  en dos momentos o rasgos fundamentales.

Un testimonio básico de experiencia pascual. El discurso del Areópago (Hch 17)

Punto de partida, mística universal de los atenienses.

Pablo comienza diciendo que los atenienses veneran a un agnosto Theo, a un Dios que no conocer. Aquellos atenienses eran “místicos” que veneraban a un Dios desconocido, pero real, en quien “vivían, se movían y existían” (Hch 17, 28).

Pablo les dice a los atenienses que ellos son testigos y representantes de una mística  syn-biótica  (de sym-biosin),  pues están vinculados con un Dios que no conocen, pero al que presentan conla palabras de un peta pagano llamado Arato (siglo III a.C.), que dice en un libro sobre los  Fenómenos del cosmos, que en ese Dios desconocido vivimos, nos movemos y somos (Hech 17, 28).

Esta es una mística teísta, aceptada como base por Pablo, una mística fundada en lo divino,  aunque queda abierto el carácter personal más o menos concreto de ese Dios y de cada uno de sus devotos. Esta mastica podría llamarse  panteísta (o quizá mejor: Pan-enteísta), ha sido retomada, al menos en sentido inicial o como punto de partica por el mismo Pablo, cuando afirma que por la resurrección de Cristo Dios será/es   Panta en pasín (1 Co 15,28), todas las cosas en todos.  Cada resucitado, cada renacido recibe y contiene en sí todas las cosas, en Cristo. 

Ésta es una mística panteísta: Lo confiesen o no, todos los hombres tienen un Dios, un tipo de poder en quien viven, se mueven existen… ¿Quién es ese Dios? ¿Es Mammón-dinero, es Kratos-poder, es la raza (=somos de su raza), es la propia sabiduría divinizada de Atenas, es la belleza de las estatuas divinas, en la grandiosidad de los templos, del mar,. Del despligue de la vida. 

Reformulación de Pablo: Mística de resurrección por/en la muerte de Cristo. Ésta es la mística propia de Pablo, tal como la formula Lucas historiador en el Sermón del Areópago (Hch 17, 22-34), atribuido al mismo Pablo, en el que pueden y deben ponerse de relieve los siguientes elementos: 

-Dios ha querido superar los tiempos de desconocimiento (χρόνους τῆς ἀγνοίας). Todo lo anterior ha sido un tiempo de ἀγνοία, es decir, de “desconocimiento”, en la línea de un a-gnosticismo (que no es negación de Dios, sino desconocimiento de Dios). La mística helenista de Arato (en Dios vivimos, nos movemos y somos) pertenece a ese tiempo de a-gnoia, es decir, de desconocimiento de Dios. Esa mística de inmersión general en lo divino (en Dios vivimos…) constituye un tipo, un tiempo, de desconocimiento,  pues el verdadero Dios se revela en la muerte-resurrección de Cristo.

- Por eso, nos ha hecho pasar de a-gnoia a la meta-noia,  haciéndonos capaces de μετανοεῖν (esto es, de alcanzar un tipo de meta-noia, que podría ser una meta-noia supra-conocimiento, supra-saber, una megafísica divina). Pablo describe ahora los rasgos propis de esta Esta meta-noia pascual, no  es un arrepentimiento, ni una conversión moralista, sino una forma distinta, más alta, de conocimiento y ser.

Este cambio no es algo que los hombres hayan alcanzado o inventado por sí mismos, sino algo que Dios ha les querido ofrecer (establecer, proclamar: παγγέλλει), como anuncio en el sentido de eu-angelion (buena noticia) que aquí se define como apangelion (ἀπαγγέλλiει, algo que viene del mismo Dios). Así pasamos de lo que nosotros podemos conocer (vivimos, nos movemos y somos en Dios) a lo que Dios ha querido ofrecernos, darnos a conocer (a todos, en todas partes: τοῖς ἀνθρώποις πάντας πανταχοῦ). Esta es la “buena” noticia que no proviene de nuestro conocimiento, sino del mismo, entendido y manifestado como aquel que da la vida (muere) por los hombres.

- Dios ha establecido para eso un día en el que va a juzgar (κρίνειν =salvar) a la humanidad (οκουμένην, ecúmene), en/por justicia (νδικαιοσύν), es decir, por la justicia de Dios, no por la nuestra. Pablo supera de esa forma la visión del “eterno retorno, es decir, de la inmutabilidad eterna de Dios, hablando del “día establecido” (ἔστησεν ἡμέραν). Según eso, la mística no es el conocimiento de lo eterno de Dios, sino de su tiempo salvador. De la eternidad divina (Dios siempre igual) pasamos a la visión del “tiempo de Dios”, que se define como paso de la muerte (del mundo de los muertos: Hades, sheol) a la vida de Dios que se encarne en la muerte de los hombres, para superarla con su amor.  Hay, según eso, un “pasado” (=tiempo de agnoia, ignorancia), en el que podemos decir que vivimos, nos movemos y somos en Dios, pero siempre de igual manera. Pero, contra de eso, conforme a la visión israelita del tiempo, tal como ha sido ratificada por Jesús en la pascua, hay un día especial de Dios, que es el paso de la muerte a la resurrección.   Según eso, Dios mismo es una “historia”, una historia en la que nos introducimos los hombres.

- En el hombre (ννδρ, no como varón, de género masculino), sino como ser humano “fortalecido por Dios” y liberado de esa forma de la muerte.  Éste es el hmbre a quien Dios ha determinado (definido, elegido: ὥρισεν), resucitándole de los muertos (ἀναστήσας αὐτὸν ἐκ νεκρῶν). Eso significa que Dios entra en la historia de la humanidad, se introduce y realiza en ella su obra o, mejor dicho, que expresa su esencia resucitándole de los muertos.

             Esta es la experiencia radical de la mística cristiana, el paso del Dios eterno (del eterno retorno en el que vivimos, nos movemos y somos) al Dios que se introduce en la historia de los hombres, muriendo en ellos y con ellos, para así resucitar, esto es, vivir venciendo a la muerte. Así entendida, la resurrección de Jesús (el hombre de Dios) es, ante todo, una experiencia de fe, es decir, de supra-conocimiento. Por encima de probaciones racionales y transformaciones prácticas, la Pascua nos sitúa en aquel lugar privilegiado donde puede realzarse y se realiza la experiencia radical de confianza en las personas, de muerte como entrega de la vida en amor y de resurrección: Dios es la vida que se entrega y comparte en amor, es la resurrección de las muerte. La fe pascual se identifica según eso con la experiencia y aceptación de la muerte (don, entrega de la vida en amor) como recuperación, es decir, como surgimiento de nueva vida. 

            Esta experiencia creyente de resurrección es, según eso, una experiencia de amor, interpretado en forma de compromiso a favor de los otros. Frente al poder del egoísmo que  lleva al dominio de unos sobre otros, la experiencia pascual de la mística cristiana se expresa y ratifica en el amor a los demás, en la entrega de la vida por ellos, en la experiencia de la resurrección. Esta es la liberación definitiva de la vida humana. 

Todas las restantes liberaciones acaban siendo parciales: las transformaciones económicas, las planificaciones sociales, los retornos al instinto, las recuperaciones sexuales ... Desde el momento en que el hombre ha atravesado la barrera de la conciencia y se ha descubierto a sí mismo como viviente en  autonomía persona, sólo existe una libertad, una mística, que puede liberarla de la opresión, de la violencia y de la muerte.    

La experiencia pascual, llevándonos al encuentro interpersonal y a la entrega (comunicación, convivencia de unos en otros, nos sitúa en el lugar donde es posible la esperanza, como meta transformada de la historia. En el oído del hombre moderno están cantando las sirenas de la impotencia heroica y los susurros de un retomo a un tipo de materia en la que no duela la muerte. Pues bien, en contra de eso, la experiencia pascual nos conduce al lugar del sufrimiento de la vida para ofrecemos allí, en utopía de transformación histórica, la gran esperanza de la resurrección universal que ha revelado  sobre el mundo a través de la victoria del Cristo. Al situarse en ese campo y reasumiendo los principios de la fe, de la exigencia liberadora y la esperanza, el misterio de la Pascua se convierte en realidad celebrativa, esto es, como canto de victoria de la fe sobre la desconfianza mutua, del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte.

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