"Tiene uno la suerte de haber conocido en él a un santo" Beato Cardenal Pironio, "teólogo de la Verdad y de los signos de los tiempos"

Cardenal Pironio
Cardenal Pironio

"En Roma, tuve yo la oportunidad de conocerlo y tratarlo de cerca desde 1975 hasta 1998"

"Fue de las voces más autorizadas y valientes del Sacro Colegio Cardenalicio de su tiempo, y testigo de singular espiritualidad dentro de la Iglesia católica"

"Hombre de profunda fe, pastor y teólogo siempre de la mano, padre de numerosas almas, contemplativo y profeta de la esperanza, místico de la sencillez"

"Su amor a la Vida abrió en él especial sensibilidad por las situaciones de sufrimiento, de malestar y de dolor. Se explica por ello su recurso a las bienaventuranzas como programa ideal para adentrarse en la pedagogía de Dios"

Evocar al cardenal Eduardo Francisco Pironio el 16 de diciembre de 2023, o sea hoy, fecha de su beatificación, equivale, en mi caso, a revivir aquellos lustros finiseculares del XX en Roma. Allí tuve yo la oportunidad de conocerlo y tratarlo de cerca desde 1975 hasta 1998.

Llegada su Pascha-Transitus el 5 de febrero del 98 y efectuado días después el sepelio en el Santuario Basílica Nuestra Señora de Luján, donde, además de haber sido bautizado fue ordenado presbítero y obispo,  escribí en diciembre de 2001, a petición de la Revista Otero, el artículo Eduardo Francisco Pironio, un cardenal para la historia (Cf. O.c., Palencia. N.º 4, pp. 75-78). Es lógico que ahora figure bajo el prisma de la santidad.

Fue de las voces más autorizadas y valientes del Sacro Colegio Cardenalicio de su tiempo, y testigo de singular espiritualidad dentro de la Iglesia católica. Media sonrisa suya valía en ocasiones más que el discurso de algún clérigo perdido entre   Medellín y Puebla.

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Pironio 3
Pironio 3

Hombre de profunda fe, pastor y teólogo siempre de la mano, padre de numerosas almas, contemplativo y profeta de la esperanza, místico de la sencillez, contaba con no pocos títulos definitorios del Vaticano II, en cuyas sesiones III y IV fue padre conciliar. Por donde pasaba, iba dejando tras de sí el inconfundible aroma de su simpatía y la piadosa bondad del siervo bueno y fiel del Evangelio.

 Padre y maestro, hermano y amigo de sacerdotes y laicos,  eso procuró transmitir desde la clara elegancia de su mensaje.  Gran amigo de Dios sobre todo y, por ello mismo, de los hombres, joven entre los jóvenes, con quienes compartía la fe, celebraba la Eucaristía y glosaba la Palabra, invitó a muchedumbres de ellos a encontrarse con la mirada de Jesús, que él mismo llevaba en el alma. De ahí el grito en Santiago de Compostela: «¡No tengáis miedo a ser santos!». O el aviso en Loreto: «Estos jóvenes no tienen miedo del cansancio, del sufrimiento, de la cruz.  Tienen miedo de la mediocridad, de la indiferencia, del pecado».

Expresiones así brotaban cálidas de amor y henchidas de gratitud: «Doy gracias  al Padre por el don inapreciable de mi Bautismo que me hizo hijo de Dios, templo vivo de la Trinidad. Me duele no haber realizado bien mi vocación bautismal a la santidad», dice en su testamento espiritual señalando a Cristo y, por Él, a la Trinidad adorable desde el profundo silencio de la contemplación. 

«¡Que lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la Vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la Vida, como fuiste siempre mi Verdad y mi Camino». Su amor a la Vida abrió en él especial sensibilidad por las situaciones de sufrimiento, de malestar y de dolor. Se explica por ello su recurso a las bienaventuranzas como programa ideal para adentrarse en la pedagogía de Dios.

Cardenal Pironio
Cardenal Pironio

Sublime y filial amor también el suyo a la Virgen María:  « ¡Magníficat! Agradezco al Señor que me haya hecho comprender el Misterio de María en el Misterio de Jesús y que la Virgen haya estado tan presente en mi vida personal  y en mi ministerio. A Ella le debo todo. Confieso que la fecundidad de mi palabra se la debo a Ella y que mis grandes fechas -de cruz y de alegría- fueron siempre fechas marianas».

Junto a nuestra Señora, el cardenal Pironio amó entrañablemente a la Iglesia, «misterio de comunión misionera» (así la definía). Decía y volvía a decir que todos somos responsables de la misión y anunciadores de Cristo, todos profetas de la esperanza y heraldos de un Cristo resucitado y Señor de la Historia. Constructores unos y otros, en suma, de la civilización del amor.

Teólogo de la Verdad y de los signos de los tiempos, se prodigó generoso en amistad creciente con personalidades como san Óscar Arnulfo Romero, que lo incluyó entre los padres de la Iglesia latinoamericana.

Obispo de La Plata en 1972: durante su ministerio allí sufrió graves amenazas de los militares peronistas, que ya lo habían apresado años atrás. Pero san Pablo VI, siempre al quite en lances tales, lo llamó en 1977 al Vaticano como pro-prefecto de la Congregación de  Religiosos, cardenal luego, y presidente al fin del Pontificio Consejo para los Laicos. Con él empezarían, ya junto a san Juan Pablo II, las célebres Jornadas de la Juventud.

Su 50.º aniversario sacerdotal nos dejó este bellísimo esqueje mariológico: «Muchas gracias, Señora de Luján, Madre de Jesús y madre nuestra, madre de todos los argentinos. En tu corazón dejo mis alegrías y mis cruces. Dejo mi ofrenda de pobre: lo poco que hice y lo mucho que no supe hacer. Dejo mi querido pueblo argentino y mi querida Iglesia que peregrina en la Argentina... Desde tu corazón, grito al Padre: ¡Fiat et magníficat!». Benjamín de una madre coraje con 22 hijos, hoy sube el último de ellos, nuestro cardenal, a la gloria de los altares, camino pronto, ojalá, de la Gloria de Bernini.

Tiene uno la suerte de haber conocido en él a un santo, de contar incluso con alguna carta suya y, sobre todo, de haber experimentado a menudo la saludable alegría de su presencia y el incomparable gozo de su bendición. Magníficat por esta fecha memorable.

Pironio 3
Pironio 3

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