Lo que importa – 3 Latidos del corazón de la Iglesia

Servir, amar y compartir

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Si bien tanto la teología como el derecho particular fijan la dirección y la máxima autoridad de la Iglesia católica en el así llamado “vicario de Cristo”, en el papa, lo cierto es que su auténtico motor o la poderosa bomba que hace funcionar todo su entramado es la “eucaristía”, la celebración de acción de gracias en la Cena de la despedida del Señor. Pero, lamentablemente, la iglesia católica más parece una religión cuya fuerza social radica en la personalidad del papa que una forma de vida cifrada en la eucaristía. A muchos de sus dirigentes no les preocupa el contenido de los dogmas que profesan, anclados en su memoria como piezas arqueológicas de un museo, sino la mirada que el Vaticano pueda echarles (“me has mirado a los ojos; sonriendo, has dicho mi nombre”, canta el himno Pescador de hombres), porque es esa mirada la que los pone en el mapa eclesial y los convierte en protagonistas de la función.

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Pero para saber realmente qué es el cristianismo es preciso mirar con ojos claros y limpios la eucaristía. Al hablar aquí de eucaristía no me refiero a la misa, tan repetitiva y casina, que se celebra por doquier como exhibición  de un talismán o como manejo de un comodín, una especie de folclore sacramental válido lo mismo para enterrar un muerto que para avivar un baile festivo, sino a lo que acontece en la Última Cena del Señor, a la ceremonia de despedida (su testamento) en la que Jesús se ciñe la toalla para lavar los pies de sus discípulos, les deja como legado el mandamiento nuevo del amor fraterno y comparte con ellos el pan y el vino como signos de su permanente presencia, dada en comunión.

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¿Ir a misa para cumplir un precepto de la Iglesia? ¿Oír misa? ¿Cabe disparate mayor que tales planteamientos? No se trata de “ir” a ninguna parte para cumplir con nada o con nadie, sino simple y llanamente de vivir. Nada de “oír”, por muy vital que sea el oído, sino de transformar en ofrenda el cuerpo entero y también la mente. La eucaristía o se vive o no es nada. De nada sirve la ofrenda si uno no perdona antes al hermano y nada significa si uno mismo no se convierte en ella. De nada sirve comulgar si uno mismo no se ofrece como comida. La eucaristía es una forma de vida cifrada en el servicio, el amor y la comunión. Servir, amar y compartir son tres verbos de envergadura, revulsivos, de inequívoca acción contundente y sin recovecos para ocultar las muchas trapacerías con que pretendemos frecuentemente edulcorar la vida humana.

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Nos han educado en una fe que compartimenta la realidad y la sacraliza con distinta intensidad, cuya consecuencia religiosa es una actitud radical de postración en adoración. Pero no se es cristiano para adorar a Dios (religión), sino para vivir a fondo (forma de vida) el amor fraterno, que es la más preciosa forma de tener a Dios presente en nuestras vidas y rendirle pleitesía. El mundo musulmán, tan circunscrito a la figura de Alá, ha llevado la religión al extremo más inaudito, al dominio férreo de un Dios altísimo, en detrimento de la auténtica envergadura del hombre. Sin embargo, lo religioso es solo una dimensión vital entre las muchas que componen la vida humana, cuya acción específica redimensiona cuanto es el ser humano, su cuerpo y su mente. Servir, amar y compartir, los tres verbos que forman el poderoso núcleo del cristianismo, tan presentes en la despedida del Señor, delinean una forma de ser y proceder que se eleva a Dios a través del hombre. El ser humano, y más en concreto el ser Jesús, se convierten así en el campo de maniobras (camino, verdad y vida) en que Dios se pone a nuestro alcance para ser servido, amado y compartido.

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¿Cuándo romperemos los barrotes que enclaustran y cosifican la eucaristía mediante una fantasiosa “transustanciación” para abrir las compuertas de su enorme caudal vital? Por muchas vueltas que le demos, el pan solo sirve para ser comido y, ejerciendo tal función, para hermanar a los comensales a fin de que se sirvan y se amen unos a otros y compartan los bienes que sustentan sus vidas. La eucaristía tiene mucho más que ver con lo que normalmente llamamos “comida”, especialmente la “comida familiar”, que con la magia de un poderoso sacerdote que, con palabras mágicas, aprisiona al Cristo de la fe en un trozo de pan. No se trata de cazar a lazo a Dios para que se nos haga presente para mantenerlo cautivo en un trozo de pan (en su sustancia), sino de que actúe en todo momento como fuerza en la comunidad humana que formamos.

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Si bien a nadie se le escapa la virtualidad constructiva de “servir” frente a “mandar” y, especialmente, de “amar” frente a “odiar” como componentes esenciales de una forma de vida humana digna, resulta más difícil discernir como es debido el potencial que atesora “compartir” frente a “acaparar”. Ciertamente, sin servicio y sin amor la vida humana es imposible, pero también sin compartir, que es seguramente la forma más preciada de prestar un servicio a los demás y de amarlos. Es obvio que los seres humanos, para seguir viviendo, tenemos que alimentarnos los unos de los otros, comernos los unos a los otros justo con el alcance y el sentido que damos a comer a Jesús en la eucaristía. Ser alimento los unos de los otros, aunque tal vez no sea la más bella metáfora para expresar lo que realmente somos como comunidad, sí es la idea más fecunda y reconfortante para motivar la vida.

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Nos queda un largo trecho para plasmar en nuestra vida algo tan esencial y determinante como es la eucaristía cristiana, es decir, para utilizarla como expresión cultual constitutiva de la forma de vida cristiana que decimos o pretendemos llevar. Para conseguirlo no hay otro modo que convertirse uno mismo en eucaristía, es decir, vivir sirviendo, amando y compartiendo. Y para adorar realmente al Dios en quien creemos fervorosamente no hay más posibilidad que hacerlo a través del hombre: al amar al hombre amamos a Dios y al compartir cuanto somos y tenemos entramos en comunión con él. Afortunadamente para los cristianos, ese hombre tiene nombre propio, Jesús de Nazaret, modelo de vida humana cifrado en una eucaristía (acción de gracias) que, insisto, se concreta en servir, amar y compartir.

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Si atendemos a cómo viven los hombres de nuestro tiempo, es obvio que hay millones de formas de hacerlo, tal vez tantas como individuos. También ocurre lo mismo con la forma de vida cristiana, nuestro ámbito particular, pues admite incontables variaciones. Aun así, para ser tales en todas ellas deben primar ciertas características o comportamientos comunes irrenunciables. En el caso de la vida cristiana, volvemos a insistir en ello, se trata de servir, amar y compartir, o, dicho de otro modo, de hacerse eucaristía. Frete a tan gran potencialidad, incluso el bautismo, la proclamación de unos dogmas o la consagración mediante votos solemnes no dejan de ser eventos aleatorios, circunstanciales o meramente culturales. De entenderse bien, diría que incluso lo es la preciosa sangre de Jesucristo, pues nuestra redención, la única importante y posible, no se da como un hecho consumado en su derramamiento, sino en llevar una forma de vida cristiana, es decir, en el hecho de vivir sirviendo, amando y compartiendo. A quien se sienta escandalizado por ello, me atreveré a decirle que en este contexto Jesús no solo no pierde su propia entidad de Salvador, sino que la consuma tanto al hacerse él mismo eucaristía como al invitarnos a formar parte de ella.

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Corolario: a esta reflexión sobre algo tan esencial en el cristianismo le viene como anillo al dedo que en España celebremos este primer domingo de mayo el “día de la madre” con solo que tengamos en cuenta que los cristianos decimos que la Iglesia es nuestra madre. Y, yendo más al fondo, además de considerar la eucaristía como el corazón de la Iglesia, también a ella deberíamos valorarla como madre que engendra y alimenta la vida cristiana. Y ya no hay más fondo, ni siquiera cuando, saltando al vacío, algunos, víctimas de la actual esquizofrenia feminista de dotar a Dios de sexo, se refieren a él como padre y madre en un intento fallido de fondear en lo que es de suyo insondable.

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