Colaborar con la búsqueda y construcción de las “nuevas masculinidades”

Así como hablamos tanto de las "madres" podríamos hablar también de los “padres” y de todos los varones en general porque, si la mitad de la humanidad –las mujeres- comienza a colocarse de otra manera, es normal que se afecte la otra mitad. Y esos cambios no son sutiles y pequeños. Están permeando todas las instancias más rápido de lo que nos imaginamos.
En el Documento conclusivo de la V Conferencia de Aparecida se dedicó un apartado a esta realidad bajo el título “La responsabilidad del varón y padre de familia” (459-463). Allí se abordan dos aspectos. El primero señala el papel de los varones como padres de familia y el segundo como bautizados. Como padres de familia se afirma que muchas veces ceden a la tentación de la violencia, infidelidad, drogadicción, alcoholismo, corrupción y abandono de su papel de padres y que se sienten exigidos familiar, laboral y socialmente a cumplir su rol de proveedor económico. Sobre su realidad de bautizados se constata que aunque participan del llamado al discipulado, no pocas veces, terminan renunciando a esa responsabilidad delegándola a las mujeres o esposas. Con base en esas situaciones, Aparecida propone diversas acciones pastorales que se podrían resumir en una nueva pastoral familiar, un apoyo a investigaciones universitarias que ayuden a comprender este nuevo momento cultural y la creación de espacios eclesiales que incluyan más a los varones.
En esos números de Aparecida no están contemplados todos los aspectos que suscita este tema. Sin embargo, es un buen punto de partida para trabajar por la construcción de “nuevas masculinidades” -como se está diciendo ahora en el mundo académico-, que no significa una aceptación acrítica de cualquier manera de ser varón sino la apertura a las diversas formas que hoy se perfilan para que los varones desarrollen más integralmente todas las dimensiones de su ser, especialmente las dimensiones afectiva, simbólica, celebrativa, lo mismo que las actitudes de servicio, donación, cuidado y entrega, reservadas tantas veces sólo a las mujeres.
Hacer eco de las orientaciones pastorales de Aparecida implicaría entonces, una Pastoral familiar capaz de renovarse desde dentro porque definitivamente el “ideal de familia” –que en realidad ha estado en crisis casi siempre, no como se afirma que parece que fuera sólo ahora- no responde a los desafíos actuales. Y en el ámbito eclesial es importante propiciar una mayor participación de los varones laicos (porque de clérigos ya hay abundante participación). Aquí valdría la pena preguntarse, si esto no va de la mano con replantear el papel de la mujer en la iglesia. Los varones han estado presentes en los espacios de decisión y las mujeres excluidas de ellos. Posiblemente sólo un trabajo de inclusión efectiva de varones y mujeres en todos los ámbitos, hagan posible ese cambio.
Hablar de los "padres" pasa entonces por comprometernos con estos aspectos que afectan la identidad de los varones de manera que encuentren formas de ser en reciprocidad con las mujeres, y que las familias, la sociedad y la iglesia estrenen nuevos caminos que permitan el desarrollo integral de las personas que las constituyen. De esta manera los varones y las mujeres (aunque éstas últimas no son nombradas en este número de Aparecida -por ¿descuido? O ¿falta de aceptación de que todos esos aspectos son tarea de varones y mujeres?-) “realicen la llamada del Dios de la vida a ocupar un lugar original y necesario en la construcción de la sociedad, en la generación de la cultura y en la realización de la historia” (459).
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