Orensanz: el escultor y el incultor.

Ángel Orensanz es el escultor aragonés afincado en Nueva York, cuyo hermano Aurelio acaba de fallecer. Ángel es el escultor, pero Aurelio ha sido el incultor: el que inculca la idea a su hermano para que la esculpa. Ha muerto el incultor, la sombra luminosa del escultor, el inspirado que inspiraba al artista, el hermano sapiente que guardaba el secreto del ingenio escultórico de su hermano, el entusiasta pero realista amigo del alma.

Aurelio Orensanz ha sido sociólogo y semiólogo, estudió en Comillas y Londres, y ejerció como sacerdote un tiempo en Zaragoza. Se trataba de un sacerdocio cultural, que encontró en Nueva York su expresión eclesial y laical, universitaria y artística junto a su hermano el escultor. Finalmente logró reunir todos sus carismas en la Sinagoga que convirtió en ámbito religioso y secular, sagrado y mundano. En esa Sinagoga como lugar de viejo culto y nueva cultura ofició su sacerdocio sobre una partitura entre litúrgica y artística.

Aurelio, rebautizado en Nueva York como Al, poseía como rasgo idiosincrásico una sensibilidad humana y humanista, cultural, sin fronteras. Escribió libros exquisitos, como Religiosidad popular española o bien Anarquía y cristianismo, y juntos publicamos un libreto conocido sobre el cambio cultural titulado “Contracultura y revolución”. Pero quizás lo más intrigante de Aurelio era su capacidad ecuménica de reunir armoniosamente religiosidad y secularidad, lo sagrado y lo profano, la ortodoxia y la libertad simpática. Intrigantemente, en medio de la cultura secular neoyorquina, tanto Aurelio Orensanz como el sociólogo aragonés José Casanova, coincidían en el interés e importancia de la religión en nuestro mundo contemporáneo, matizando y relativizando la idea hegemónica de la secularización.

La brillantez cultural de Aurelio o Al Orensanz tenía un contrpaunto humano de sencillez y sobriedad, hasta el punto de llevar un modo de vida cuasi pirenaico y tranquilo en medio de la vorágine de la gran metrópoli. Pero no ha podido sobrevivir, ya se lo advertí, la vida es catastrófica. Bueno, digamos con Tolkien que la vida es “eucatastrófica”: una especie de catástrofe que acaba mal pero acaba bien, precisamente porque acaba: porque acaba trascendida por la trascendencia. Adiós, amigo del alma, hasta siempre.
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