La investigación histórica sobre Jesús (y 5)

El centro de la predicación de Jesús fue el anuncio de la inminente llegada del Reino de Dios, concepto tradicional que él no define, pero que ilustra por medio de parábolas y mediante el símbolo de un opulento banquete.

 Ese Reino de Dios es concebido de forma material y terrestre, no sólo espiritual, que sería instaurado por Dios en un futuro próximo en la tierra de Israel (expectativa que no se cumplió) con una constitución teocrática inspirada en la Ley de Moisés. El Reinado de Dios, también llamado Reino de los cielos, es concebido como una realidad integral, en la que religión y  política son inseparables e implicaba el final del dominio extranjero. 

 Jesús limitó su predicación a Israel (no fue universalista ), prescindió de los paganos y se dirigió  de forma preferente a los pecadores y a los marginados (las ovejas descarriadas). El Reino de Dios incluía la idea de un juicio escatológico, que implicaba la salvación para unos y la condenación para otros. Realizó exorcismos y curaciones, adquiriendo fama de taumaturgo.

 Radicalizó la moral, dándole primacía sobre los ritos de culto. En continuidad con el espíritu profético, valoró  la misericordia y el amor sobre los sacrificios del  templo. Jesús fue siempre fiel a la Torá: no suprimió la Ley judía. Lo que hizo fue radicalizarla y profundizar en ella, pero no superó el judaísmo. Mantuvo polémica con otros grupos religiosos, como los saduceos y los fariseos, aunque aparece como más próximo a estos. 

En el último año de su vida, en torno al año 30, viaja a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua o para esperar la instauración del Reino por Dios, pero no con el propósito de morir. Protagonizó un incidente violento en el Templo, siendo luego arrestado, condenado y ejecutado por motivos políticos (delito de sedición), no religiosos (blasfemia).

 Murió en tiempos del emperador Tiberio, siendo crucificado por los romanos entre dos probables insurgentes. La crucifixión era el castigo romano apropiado  para los rebeldes contra el Imperio. El título de la cruz expresaba con claridad el motivo político de la condena: “Rey de los judíos”.

 La resurrección no es tratada por los investigadores (tampoco por los confesionales) por considerarse una experiencia de fe de carácter sobrenatural y no un hecho histórico comprobado ni comprobable. Precisamente, la experiencia de fe colectiva entre los discípulos, convencidos de que Jesús seguía vivo, fue la que dio nacimiento a la nueva religión del cristianismo, con el paso cualitativo del Jesús de la historia al Cristo de la fe.

 Ninguno de los cuatro evangelios  canonizados relata el hecho de la resurrección, que sólo se narra en el apócrifo de Pedro. Lo que aparece en los textos evangélicos son relatos incoherentes y contradictorios sobre visiones y apariciones realizadas al grupo de seguidores.

 Como conclusión, podemos afirmar que la investigación histórica creó una profunda brecha de separación entre el Jesús humano de la ciencia y el Cristo divino de la teología dogmática. En qué medida esa ruptura epistemológica sea salvable es una quaestio disputata. Seguramente, los defensores de la ortodoxia de Nicea y Calcedonia pensarán que lo que la teología unió, no debería separarlo la ciencia.

 Estas reflexiones, puestas por escrito, son una invitación a todo lector cultivado a repensar la figura histórica de Jesús y a preguntarse si es posible una conciliación entre la visión teológica del Cristo de la fe y la visión científica del Jesús histórico, o si más bien existe entre ambas una antítesis insuperable que nos obligue a elegir entre dos enfoques incompatibles. En el fondo, late el perenne problema filosófico de las relaciones  conflictivas entre fe y razón y la diferencia epistemológica entre creer y saber, discutido ya en los mismos diálogos de  Platón (por ejemplo, en el Menón, en el  Gorgias y en el Teeteto).

 Con independencia de las convicciones y creencias personales de cada persona, lo más importante es la búsqueda honesta de la verdad, que es lo que se proponía la dialéctica socrática, continuada por su discípulo Platón.

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