Crisis económica, compasión y gratuidad

Con frecuencia algunos ven la moral evangélica como un complicado entramado de normas y preceptos tan innumerables que resulta imposible retenerlos y muy difícil cumplirlos. Por otra parte convertirse al Señor “con todo el corazón y con toda el alma”, es decir totalmente y en todos los momentos de la existencia, es todavía demasiado genérico y abstracto, aunque esté de algún modo grabado en nuestra intimidad.

1. Cuando un letrado, buen conocedor y cumplidor de la ley, preguntó a Jesús qué más necesitaba para conseguir la vida plena o su propia realización humana, Jesús no le da terorías elevadas. Le indica sólo una forma de vivir: “Pasó por allí un samaritano, vio al hombre caído, le dio lástima, se acercó y le vendó las heridas; montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a la posada y lo cuidó".La parábola no dice que el samaritano fuera bueno; más bien, según la opinión de los judíos, el samaritano era un hombre religiosamente impuro de quien nada bueno se podía esperar. El sacerdote y el levita, judíos ortodoxos y hombres del templo, merecían todo respeto y sólo cabía esperar de ellos una conducta moral recta. Pero según la parábola sucede al revés: la religión sin misericordia es una farsa, mientras la misericordia, o vuelco de corazón ante la situación del mísero, es criterio para una buena conducta moral y garantía para la verdad de la práctica religiosa.

2.La crisis económica que sufrimos es fruto de la codicia definida como “deseo o apetito ansioso y excesivo de recursos". La codicia responde a un modelo de ser humano que cifra su personalidad en acaparar seguridades a costa de lo que sea y de quien sea. Y en esa obsesión la economía que, por principio, es el arte de crear riquezas para satisfacer las necesidades básicas de todos, se ha pervertido en crematística o artimaña para enriquecerse uno mismo aprovechándose de los demás. En esta lógica estamos viendo se busca solución a la crisis aplastando más a los ya excluidos y echando fuera de circulación a otros muchos.

3. Como ya sugirió Benedicto XVI - “Caritas in veritate”- hay que cambiar de lógica introduciendo la gratuidad. Este cambio supone hacer que la compasión sea como el espíritu de cohesión social. Y no me refiero sólo a un sentimiento de lástima estéril e inactivo. La verdadera compasión exige asumir como propio el sufrimiento del otro a quien se considera de algún modo parte de uno mismo pues todos somos hermanos con derecho a vivir dignasmente como personas.

Está claro que este factor de gratuidad no entra en el dinamismo del mercado. Tampoco en las políticas estatales que, bajo las leyes del mercado, buscan una mejor redestribución del trabajo y de los beneficios. La lógica de la gratuidad se abre paso ya en la sociedad civil; en los ciudadanos que se dejan impactar por el sufrimiento de sus vecinos y establecen relaciones gratuitas de ayuda mutua. Como rayo de luz está despertando la solidaridad en muchos que, impactados por la miseria del otro, comparte lo poco que tienen, y el voluntariado en centros de beneficencia es un fenómeno bien significativo. Por ahí despunta el camino para sanear el mercado y la política de la codicia, cáncer mortal para nuestra convivencia. En esa dirección nos orienta la parábola del samaritano que de algún modo resume lo esencial de la vocación cristiana.
Volver arriba