Talante sinodal

Toda pedagogía que deja claro que yo no acabo en mí mismo, sino que para ser yo, debo abrirme a los otros, es una pedagogía pacificadora.

Las distintas sensibilidades y distintos puntos de vista que hay en la Iglesia hay que asumirlos desde la fraternidad y, por tanto, evitando radicalismos que suelen conducir a enfrentamientos. Dicho de otra manera: se trata de buscar la unidad eclesial en la legítima diversidad de posiciones. Cosa nada fácil. Y, sin embargo, muy en consonancia con la Iglesia sinodal que promueve el Papa Francisco. Porque sinodalidad no quiere decir uniformidad, sino caminar juntos en la legítima diversidad, de modo que esa diversidad resulte enriquecedora.

Caminar juntos supone que hay un acuerdo de fondo, que hay una realidad profunda que nos une más allá de las diferencias. En la familia cristiana, como en todas las familias, esta es la común paternidad que nos hace hermanos y nos une en el amor. Esta común paternidad, en el caso de la familia cristiana, nos ha sido dada a conocer por Jesucristo que es, al mismo tiempo, la cabeza del cuerpo que es la Iglesia en su diversidad de miembros. Como hay diversidad de miembros hay diversidad de operaciones; y como ocurre en toda familia, cada hermano tiene sus propias peculiaridades que, a veces, chocan con las peculiaridades de los otros hermanos. Pero el buen padre y la buena madre siempre buscan que el amor sea más fuerte que las diferencias; más aún, que esas diferencias sean no solo respetadas, sino aceptadas, comprendidas y hasta amadas.

Por eso, caminar juntos en la legítima diversidad significa capacidad de escucha de aquellos que no coinciden conmigo, pero esta no coincidencia, lejos de separar, me permite a mí mejorar mis propias posiciones, puesto que la posición del otro me estimula a formular mejor la mía propia, o a corregir aquellos aspectos que no son esenciales a la misma y que pueden prestarse a malentendidos.

Lo cierto es que el pluralismo da miedo a muchos. ¿Por qué? El pluralismo parece ser el lugar de lo poco seguro. El hecho de que haya otras opiniones, da a entender que las mías pudieran no ser las mejores y, en consecuencia, parece que mis seguridades se tambalean. Sólo la persona madura puede vivir en la pluralidad. La mentalidad infantil se desorienta. Los maduros saben ver en cada acontecimiento y persona los aspectos positivos y negativos. Para el niño, en cambio, sólo existe lo bueno y lo malo. No hay medias tintas. Ante una película, ¿no preguntan los niños quiénes son los buenos y quiénes son los malos? Cuando estos dos grupos no están claros, tienen dificultades para entender la película. Pues bien, los fundamentalistas también dividen así la realidad. Tienen miedo de perder su identidad y, por tanto, marcan claramente dónde comienza lo mío y lo del otro, lo bueno y lo malo. De este modo, toda pedagogía que deja claro que yo no acabo en mí mismo, sino que para ser yo, debo abrirme a los otros, es una pedagogía pacificadora.

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