La muerte de María

A veces se olvida que el dogma de la Asunción supone un dato previo: el de la muerte de María. Juan Pablo II, en la audiencia general del 25 de junio de 1997, advirtió que quienes piensan que María no murió, se apartan de la tradición común de la Iglesia. Porque ha muerto, María ha resucitado y ha entrado en la vida eterna. Esa es la esperanza de todos los mortales. El único modo de subir al Padre es saliendo de este mundo, y se sale de este mundo muriendo. Ocurrió con Jesús de Nazaret. Ocurrió con su madre. Ha ocurrido con los que nos ha precedido en el signo de la fe. Y ocurrirá con cada uno de nosotros. Con la Asunción no ocurre algo único, sino aquello a lo que todos estamos destinados. Hay un verso de la liturgia castellana de las primeras vísperas de la fiesta que sintetiza el logro de nuestra esperanza, realizada en María: “¡Dichosa la muerte / que tal vida os causa! / ¡Dichosa la suerte / final de quien ama!”.


Pero hay más. Pues en el misterio de su Asunción contemplamos realizado aquello mismo que todo cristiano espera encontrar cuando termine su peregrinación en este mundo. María está en la gloria celeste en “cuerpo y alma”, según la antropología con la que se expresa la fe. Así, la Asunción de María orienta hacia un aspecto fundamental de la escatología cristiana: la salvación integra todas las dimensiones de lo humano. Si no fuera así, si algo nos faltase, nuestra felicidad sería incompleta. Lo que acontece en María, estar unida a Cristo glorioso con toda su realidad, es el buen modo de estar al que todos estamos llamados.


La esperanza cristiana, a la luz del misterio de la resurrección de Cristo, afirma que hay un modo de vivir y de morir que no desemboca en el vacío, sino en la gloria del cielo. La fiesta de la Asunción, que es también la fiesta de la virgen muerta (tal como recuerdan muchas representaciones iconográficas de los países mediterráneos), es la celebración de una muerte que, a la luz de Cristo, puede ser dichosa: “¡Dichosa la muerte, que tal vida os causa!”, Para los creyentes, hay una muerte que no es muerte: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrena, se nos prepara en el cielo una mansión eterna”, dice uno de los prefacios de la liturgia eucarística. Lo que afirmamos de María es lo que Dios prepara para todos.

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