El rostro esperanzado del Crucificado

Jesús fue rechazado por los hombres, abandonado por sus discípulos, y se sintió abandonado por Dios. Y, sin embargo, Jesús muere con esperanza.

El sufrimiento físico de Jesús fue grande. Pero en aquella cruz se dio un sufrimiento todavía mayor. Jesús fue rechazado por los hombres. He aquí un primer nivel de sufrimiento. Jesús fue abandonado por sus discípulos. He aquí un segundo nivel en su dolor. Y finalmente, y he aquí lo que sin duda fue el mayor de los sufrimientos, Jesús se sintió abandonado por Dios mismo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Los evangelios de Marcos y Mateo nos transmiten estas palabras que no hay que dulcificar. Nadie se hubiera atrevido a inventarse una cosa así, tanto más cuanto que el aban­dono de Jesús por Dios representaba un serio problema teológico.

En este dramático grito hay un princi­pio de esperanza. Estas palabras son el comienzo del salmo 22. Para los antiguos lectores, el comienzo de un salmo evocaba su continuación. Y el salmo 22 es un salmo de esperanza: el desgraciado que muere, se apoya en Dios, a pesar de todas las apariencias contrarias. El evan­gelista no nos está diciendo que Jesús, al morir, recitara este salmo. Pero sí nos dice que muere con los sentimientos que se expresan en este salmo.

Me parece interesante notar que la carta a los Hebreos pone este mismo salmo en boca de Cristo resucitado. Pero mientras Cristo crucificado pronuncia las primeras palabras del salmo, que denotan toda la agonía del mo­mento, el Cristo resucitado de la carta a los Hebreos pronuncia las últimas palabras del salmo, que se refieren al triunfo del desgraciado, resultado de haber puesto toda su confianza en Dios. De ahí que Cristo resucitado pronuncia el versículo 23 del salmo 22: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Heb 2,12). Cristo resucitado, en medio de la asamblea, en medio de la Iglesia, anuncia a todos los hermanos la grandeza y la bondad de Dios, que acoge a los suyos y no les abandona en los momentos decisivos.

Pero volvamos a la esperanza con la que muere Jesús. El evangelista Lucas, al relatar la misma escena de la muerte de Jesús, subraya directamente su esperanza, y por eso pone en su boca las palabras de otro salmo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46). Y Juan interpreta la muerte de Jesús como el momento de la glorificación: la cruz es un trono de gloria “y cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacía mí” (Jn 12,32). Alzado en la cruz, Jesús aparecerá a los ojos de todos como Salvador del mundo (cf. Jn 19,37).

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