Comisión Pastoral de la Tierra, una Iglesia presente entre los que no cuentan

El Papa Francisco insiste constantemente en la necesidad de hacer presente la Buena Noticia del Reino más allá de las cuatro paredes del templo, de ser una Iglesia en salida, que se hace presente en las periferias. En Brasil, las pastorales sociales intentan hacer realidad una forma de ser Iglesia donde la dimensión profética y misionera cobran una importancia singular.

La CPT, Comisión Pastoral de la Tierra por sus siglas en portugués, fundada hace más de cuarenta años por dos obispos profetas, Pedro Casaldáliga y su gran amigo Tomás Balduino, siempre ha sido voz de los pequeños campesinos brasileños, condenados a trabajar de sol a sol para muchas veces no conseguir siquiera el pan de cada día. Las condiciones climáticas, la falta de una mínima infraestructura, los abusos de los terratenientes que invadían las propiedades de los pequeños, han sido y continúan siendo elementos que provocan estas situaciones.

Esta es una realidad presente en todo Brasil, pero que en algunas regiones, como el Nordeste, donde las condiciones socio-ambientales son más extremas, el sufrimiento de la gente es mayor. Por eso la presencia eclesial es algo todavía más urgente.

La diócesis de Ruy Barbosa, en el interior del estado de Bahia, donde es obispo Monseñor André de Witte, actual vicepresidente nacional de la CPT, siempre ha cuidado de esta dimensión social, queriendo hacerse presente entre los pobres, acompañando la vida de un pueblo secularmente oprimido.

Durante este año, la CPT diocesana ha puesto como una de sus prioridades la visita a las comunidades de la diócesis, escuchando los clamores de un pueblo sufridor. En los últimos días han visitado el municipio de Itaete, un lugar donde la corrupción campa a sus anchas y el pueblo es víctima de los desmanes de una administración pública más preocupada con su propio bolsillo que con el bien común.

La dejadez de quien debería mejorar las condiciones de vida de la gente hace que llegar a Itaete suponga enfrentar una aventura propia de un rally, lo que tiene como consecuencia que el aislamiento sea cada vez mayor. Esto repercute en la vida del día a día, como recoge la propia CPT en el informe que ha elaborado después de visitar diferentes comunidades. Las reclamaciones por la falta de atención sanitaria, de agua potable, de mínimas condiciones educativas, son una constante en cada uno de los lugares visitados.

A esto se une la amenaza del agro-negocio, lo que puede provocar una verdadera guerra por el agua, en una región donde ésta es un bien escaso, inclusive para el consumo humano, y el peligro de la despoblación, en consecuencia de la emigración, tradicional caballo de batalla en las regiones más pobres del país, que convierten muchas pequeñas ciudades en lugares habitados por ancianos que cuidan de nietos a quienes los padres han dejado a su cargo por falta de condiciones para llevárselos con ellos.

Por todo eso, la CPT pretende ayudar a la población a no cejar en la busca de justicia social. Entre sus objetivos, como han repetido a lo largo de sus visitas, está el deseo de ayudar a crear unas condiciones de vida más digna y una sociedad diferente, donde la democracia no se limite al plano teórico y los últimos puedan convertirse en protagonistas, donde la gente, tradicionalmente sometida por los poderosos, no tenga miedo a reclamar sus derechos.

Al fin y al cabo, la Constitución Brasileña, cada vez más pisoteada en un país donde unos pocos se han convertido en dueños de la soberanía popular, dice que el poder emana del pueblo y que la ciudadanía y la dignidad de la persona humana son fundamentos en la vida de todos los brasileños. Luchar, o hacer ver a la gente la necesidad de luchar por eso, es un desafío, y podríamos llegar a decir que una obligación, para quien pide cada día que venga a nosotros el Reino.
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