Entres "sanchezastia" y pederastia Abascal y el País

Comentario a las declaraciones de Abascal en Argentina, atribuidas no a él sino "al pueblo", y a los escritos de El País sobre la pederastia. Desde el principio de que un cristiano no debe suponer nunca mala intención (juicio que toca solo a Dios) y que ya santo Tomás decía que is alguien cree en conciencia que debe perseguir a cristo está obligado a hacerlo. Pero que, para una ética laica sí que vale el principio de que el fin no justifica los medios

Estos días han ocurrido dos episodios que tienen una cierta semejanza desde su distancia ideológica. El señor Abascal declara públicamente que “el pueblo desea ver a Sánchez colgado de los pies”. Como suele pasar, ante el revuelo armado por esas palabras, sus adictos intentan aclarar ahora que estaban dichas “metafóricamente”. Suponemos que esa metáfora se refiere a lo de colgarlo de los pies: una aclaración innecesaria. Pero no parece referirse a lo de “el pueblo”. Y resulta que, con razón o sin ella, hay por lo menos unos once millones de españoles que no desean ver a Sánchez colgado de los pies: se supone por tanto que ellos no son “pueblo”. Y estamos así otra vez ante una de esas consecuencias de la era de la postverdad: si verdad ha pasado a ser lo que digo yo o lo que yo quiero que sea verdad, pueblo he pasado a ser yo, o “yo y los míos”. ¿Recuerdan a aquel rey francés que dijo “l’état c’est moi”, y aquel papa nefasto que dijo “la tradición soy yo”? Pues Abascal ha venido ahora a decirnos “el pueblo soy yo”. Nada nuevo bajo el sol.

Por el otro lado, la defensora del lector de El País recibe unas cartas o documentos quejándose de la forma como ese diario ha tratado el tema de la pederastia (y que en seguida analizaremos). Y la respuesta resulta ser una defensa del periódico más que una defensa del lector. Nada nuevo tampoco, aunque eso haya que analizarlo ahora un poco más. Pero, antes de ese análisis, tres observaciones.

  1. No me recato de proclamar que El País ha sido siempre mi diario preferido. Como he proclamado otras veces que la Iglesia católica es “mi iglesia”, aunque eso no me dispensa de criticarla, sino que más bien me obliga a hacerlo, por amor, cuando creo que se lo merece. Pues igual ahora.
  2. Pero aún más importante es que, como cristiano, sé que en ninguno de los dos casos (ni el de Abascal ni el de El País) puedo hacer juicios de intenciones. Y no quiero hacerlos. Nada menos que santo Tomas escribió hace bastantes siglos que quien cree en conciencia que debe atacar a la ley de Cristo está obligado a hacerlo mientras esa conciencia perdure en él. Y si no lo hace, peca[1]. Un cristiano debe, pues, suponer que tanto Abascal como El País actuaron con conciencia recta en los casos evocados o, al menos, no debe entrar en ese juicio. Pues sabe que él no es juez de nadie sino hermano de todos, aunque pueda disentir de sus conductas; y que, como se cansó de repetir Pablo de Tarso, el juicio sobre los demás “toca solo a Dios”. Quien no crea en Dios podrá asignarse ese papel divino; pero un cristiano no puede hacerlo. Y esto es algo que el señor Abascal (que creo se proclama católico) debería tener más en cuenta: porque, para un cristiano, Dios es Alguien a quien servir y no alguien de quien servirnos.
  3. Tampoco se puede pedir a un no creyente que tenga la misma conciencia que un cristiano a la hora de determinar qué es eso de la justicia y que, desde el punto de vista cristiano, resumo en este párrafo de un artículo que aún ha de aparecer: “ni justicia ni ‘tolerancia cero’ son lo mismo que venganza. Para Jesús esa tolerancia cero era compatible con el que ‘Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva’. Y temo que algunas críticas que se han hecho a Bergoglio últimamente, se parezcan demasiado a las críticas de los fariseos a Jesús. Recordemos que el fariseísmo es la gran tentación y el gran peligro de todos los moralistas”.

Aclaradas estas tres cosas, lo que sí cabe pedir a una justicia laica es aquello de que “el fin no justifique los medios”. Si El País cree en conciencia que debe cargarse a la Iglesia, está obligado a hacerlo; recordemos que ya Voltaire decía que “hay que acabar con la Infame” (aunque no parece que lo consiguiera mucho). Donde ha fallado este diario es, en puntos como los siguientes:

-  Si apunta que, del informe de señor Gabilondo, se sigue que son unos 400.000 los casos de pederastia en la Iglesia española, debió reconocer que, también según ese informe, los abusos en la sociedad civil son unas diez veces más[2]: unos cuatro millones por tanto. Y no dar a esos otros casos ni la centésima parte de importancia de la que da a los abusos eclesiásticos, suscita lógicamente la impresión de que lo que le interesaba no era ayudar a víctimas, sino aprovecharse de ellas para cargarse a la Iglesia. Y ese fin, aunque para ellos pueda ser recto, no justifica esos procedimientos de limitarse a medias verdades que, como suele decirse, son hoy más peligrosas que las mentiras.

- Tampoco puede hablar con un concepto unívoco de abusos, o de pederastia, como si todos los casos fueran exactamente iguales a la hora de sumar. Me consta que entre esos supuestos 400.000 casos hay más de uno que habían sido abusados ellos de pequeños y por un familiar muy cercano (que nunca quisieron precisarme más). Me consta que hubo casos en que el abuso se produjo una sola vez, con arrepentimiento y cambio del abusador. Y esos casos no son lo mismo que el de aquellos que mantuvieron una doble vida prolongada e hipócrita. Conozco el caso de un clérigo ya fallecido, que se limitaba a repetir “yo no he hecho nada, yo no he hecho nada” y que efectivamente fue declarado después libre de culpa por las instancias judiciales. Ha habido también casos en que los acusadores han jugado con el chantaje de pedir dinero para retirar la acusación. Y el más triste es el caso de un joven, al que su orden no quiso expulsar porque estaban seguros de su inocencia, pero que fue condenado a varios años de cárcel y que, contrajo un cáncer cerebral, que le sacó antes de hora tanto de la prisión como de esta vida. Y hago todas estas alusiones no para entrar ahora en casuísticas sino para mostrar que un problema tan enormemente complejo, no puede denunciarse de manera tan simplista.

-   Por otro lado parece claro que la mayor parte de estas aberraciones ocurrió en las décadas 70-80 del pasado siglo. Me resulta entonces inconcebible que no se haya informado del artículo publicado en Le Monde (en 1977) donde unas 70 figuras de la izquierda francesa defendían la licitud y la bondad de la pederastia como iniciación para los niños en el campo sexual[3]… Resulta entonces que lo que ayer era casi una virtud, ha pasado a ser en poco tiempo casi el mayor de los crímenes. Un periodista que no conociera este dato es un mal periodista. Pero si lo conocía y prefiere callarlo, actúa tendenciosamente.

-   Finalmente, a mí al menos me sorprende la cantidad de espacio dedicado a estas denuncias: dos páginas integras que, cuando las lees, están llenas de repeticiones y de párrafos vacíos. Todo podía haberse dicho en un cuarto o media página. Pero el periodista experto sabe que, por lo general, el lector no va a leer un artículo tan largo, pero sí calibrará la importancia del tema por el espacio que se le ha dedicado…

Razones de este tipo me llevan a pensar que (concediendo la buena intención subjetiva de los informadores) no se ha actuado aquí con esa ética mínima de que el fin no justifica los medios. Y quiero repetir lo que la historia me ha enseñado hasta el cansancio: a una causa buena (si es que esta lo era) se le hace más daño defendiéndola mal desde dentro que atacándola duramente desde fuera. Repito que, si El País cree con conciencia recta que hay que cargarse a la Iglesia, debe intentarlo (ya intentaron lo mismo Decio y Voltaire y otros varios). Pero no puede hacerlo de cualquier manera.

Los cristianos entre tanto podrán pensar aquello de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). Pero sin olvidar que lo que sí puede destruir a la Iglesia son sus propias infidelidades al evangelio. Por otro lado creo que la Iglesia se ha encontrado aquí un poco como Europa ante Israel: el pecado antijudío del pasado nos hizo un poco cómplices del Holocausto y hoy no nos atrevemos a denunciar los crímenes contra la humanidad de Netanyahu por miedo a que nos tachen de “antisemitas” (en Alemania sobre todo). También la Iglesia es aquí consciente de una culpa (de abuso o de ocultamiento interesado) y teme que si protesta por algo de lo que acabo de denunciar, no sirva eso más que para que la traten de complicidad en la pederastia. Este miedo da carta abierta a muchas acusaciones injustas o mal hechas.

Y para que esto no parezca una discusión entre creyentes y no creyentes, también quisiera dejar muy claro que este tema tiene poco que ver con el problema de la existencia de Dios, que hoy vuelve a ponerse de moda como si la ciencia avalara esa existencia: conozco ateos que comparten mis críticas al País, y creyentes en Dios que comparten las posturas del País. Y creo que aquí hay que dejar claras dos cosas: a) que tanto la afirmación como la negación de Dios, son creencias. Es absurdo pretender que una de ellas es verdad científica y la otra pura creencia. Y b) que (como ya le dije un día al señor Tamames y al gran ateo converso que fue Antony Flew) el Dios al que pueda llevar la ciencia tiene poco que ver con el Dios cristiano: porque no se trata de si Dios existe, sino de si se ha comunicado de algún modo y si le interesamos los seres humanos. Voltaire veía la existencia de Dios como algo evidente por pura razón. Pero el Dios de Voltaire no tenía nada que ver con el Dios cristiano.

Para acabar, miremos aquello que nos une a todos: ¡todos somos de la misma pasta humana! Y nadie tiene derecho a sentirse moralmente superior a otro. Esa misma pasta nos lleva a todos a usar el lenguaje según conviene a nuestros intereses y no según conviene a la verdad que, por eso, damos hoy por desaparecida. El señor Abascal podrá estar muy contento en Buenos Aires con el estreno de Milei. Pero habrá visto el doble lenguaje usado por el nuevo presidente argentino en tiempos de campaña y al comenzar el gobierno: de un “esto lo arreglo yo enseguida”, a estilo Tejero, ha pasado a anunciar que los pobres lo van a pasar muy mal… Y tampoco eso es exclusivo del señor Milei: en Europa estuvimos oyendo que la austeridad era una gran virtud para salir de la crisis económica: austeridad para los pobres que ya vivían bastante austeramente. Pero ahora estamos viendo en la COP 28 que esa austeridad es intolerable para los ricos, ni aunque sea no ya para salir de una crisis económica, sino para salvar al planeta tierra y la casa común que camina inexorablemente hacia su ruina total…

Así somos. Y esto es lo que más verdaderamente nos une a todos.

[1] Así lo comentaba A. Sertillanges, La philosophie morale de s. Thomas d’Aquin, Paris 1946, p.31.

[2] 11’7 por un lado y 1’3 por el otro.

[3]Firmaban entre otros: J.P. Sartre, Simone de Beauvoir, Louis Aragon Roland Barthes, Deleuze, Foucault… Lo comento un poco más en el último capítulo de ¿Pasión inútil o pasión esperanzada?, que sale estos días

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