Autocrítica y sinodalidad

La autocrítica puede ser entendida como actitud negativa, en el sentido de fijarnos en los puntos que fallamos o que no estamos logrando. Sin embargo, también es un elemento indispensable para la mejora en cualquier actividad. Que tan importante es conocer y aceptar los fallos, debilidades y en general los aspectos negativos, personales o de una institución como es la Iglesia católica, una diócesis concreta o una comunidad parroquial. Al mismo tiempo que es fundamental ser conscientes de los puntos fuertes para reforzarlos y apoyarse en ellos para trabajar en las oportunidades de mejora.

En definitiva, realizar un buen autoanálisis nos ayuda a aceptar y valorar los puntos negativos y positivos de los pensamientos, las emociones y las actividades para lograr los objetivos previstos, e incluso objetivos más ambiciosos. Es mediante esta capacidad que se logra aprender de los errores, corregir o atenuar las debilidades y aprovechar las oportunidades de aprendizaje y crecimiento.

Si no existe la capacidad autocrítica se detiene el crecimiento personal y comunitario hasta deteriorarse; el bajo nivel de autocrítica no ayuda a asumir los errores haciendo responsable a los demás por sus acciones. Y me parece que esto está pasando en nuestra institución eclesial: Falta de autocrítica, manteniendo el mantra en muchos sectores eclesiales de que todos los males vienen de fuera; que “los malos son los otros” junto al miedo al cambio, fruto de un clericalismo que ha llegado a infectar a una parte considerable del laicado. Y falta crítica constructiva. Somos incapaces, tantas veces, de reforzar, felicitar, difundir y vivir conforme a nuestras fortalezas cristianas.

¿Somos conscientes que nos postulamos como portadores, nada menos que de una Buena Noticia, así, expresada con mayúsculas?

No quiero extenderme demasiado para no dispersar el foco de algo que considero esencial. Estamos en Cuaresma y todo lo anterior sirve a nivel comunitario e individual; que la institución de nuestra Iglesia está hecha por personas que ahora nos encontramos insertos en plena Cuaresma, y necesitadas de conversión, de verdadera conversión para evangelizar mejor.

La reflexión -en oración- sobre las áreas de mejora debe llevar aparejada un segundo paso: la acción para mejorar reforzando lo que hacemos mejor. Qué pena me produce escuchar al Papa Francisco desde su liderazgo de servicio ejemplar, cuando buena parte de la Iglesia se comporta con indiferencia o pasividad. E incluso significados miembros de su jerarquía se muestran cada vez más abiertamente en contra de la transformación que él propone, centrada en las fuentes esenciales del Evangelio, y desdeñando su apuesta troncal por el proceso en marcha de la sinodalidad.

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