Editorial Arquimedios La ineptitud está "de no creerse"

La ineptitud está "de no creeerse"
La ineptitud está "de no creeerse"

"No deja de sorprender a la mayoría de los mexicanos que se haya actuado con tanta falta de profesionalismo, con tanta ligereza, ante una realidad que está golpeando gravemente a nuestro país, como es el narcotráfico. En muchos Estados de la República sentimos la permanente presencia del crimen organizado..."

En efecto, no creíamos que podíamos ser tan vulnerables ante la delincuencia organizada, muy organizada, no solo los ciudadanos comunes, sino sobre todo, nuestras autoridades. El crimen demostró, en Culiacán, estar en mejores condiciones (logística, tecnología, armamento, estrategia, convocatoria, etc.) que el mismo Ejército, Guardia Nacional, o como se les llame.

“Está de no creerse”, además, y para asustarnos, como dijo el Cardenal Francisco Robles Ortega, “que nuestra autoridad y el gabinete de seguridad no hayan tenido la capacidad para prever las reacciones del crimen organizado, y de prever el riesgo en que se pondría a los ciudadanos”.

No sabemos qué realidad es más grave y alarmante, si la fuerza inimaginable del cartel o las evidentes limitaciones, en materia de seguridad, de nuestro gobierno (ejército, mandos e inteligencia)..

Así lo expresó el Arzobispo de Guadalajara: “No deja de sorprender a la mayoría de los mexicanos que se haya actuado con tanta falta de profesionalismo, con tanta ligereza, ante una realidad que está golpeando gravemente a nuestro país, como es el narcotráfico. En muchos Estados de la República sentimos la permanente presencia del crimen organizado, y se conoce cómo actúan, cómo se organizan”, y no saben las autoridades cómo afrontarlo, cómo combatirlo. Nos hemos convertido en sus rehenes. Ya sabemos quién tiene la última palabra.

“Fue un acontecimiento grave, añadió el purpurado, por el grado de violencia y por el grado de exposición que tuvo la ciudadanía, las familias (hombres, mujeres y niños) que no tienen que ver con criminales. Se vieron amenazadas, su vida en peligro”, y lo más grave es que no fue un hecho de excepción o casual, que difícilmente se vuelva repetir (ojalá así fuera). Por desgracia, ya es el modus vivendi al que nos tenemos que acostumbrar delante de los delincuentes.

Lo que sucedió en Culiacán, “por más que se explique o se trate de justificar, lo señaló el Cardenal Robles, queda la sensación de que no son las autoridades formalmente constituidas las que pueden velar por nosotros, sino que estamos a la deriva y en manos del crimen organizado”.

¿Qué debemos hacer? Resulta difícil creer que las cosas cambien para bien, sobre todo porque a nuestras autoridades les cuesta mucho trabajo aceptar que se pueden equivocar. Si han proclamado la humildad como signo de su gobierno, ese mismo criterio les debería ayudar a saber que no todo lo hacen bien, y que los errores se puede corregir, que todos entendemos que puede haber equivocaciones, y los respetamos cuando lo asumen para bien, pero cuando la máquina que no sirve no se da cuenta que no sirve, queda solo el vacío y la desesperación.

Ojalá que el Ejecutivo y su gabinete se den cuenta que no son dioses, y que hay acciones, actitudes y criterios, sobre todo en materia de seguridad, que hay que corregir.

¿O tenemos que pedirle a los carteles que tengan piedad de los ciudadanos, implorar su clemencia para personas inocentes que nada tienen que ver con sus actividades? ¿A ese punto tenemos que llegar, que la protección se la invoquemos al crimen organizado y no a las autoridades?

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