Don Fernando García Cadiñanos, una voz serena que ilumina Ferrol y siembra esperanza
Insistió en que no se puede mirar a las personas migrantes como una amenaza, sino como hombres y mujeres que sufren con mayor dureza las dificultades sociales. Su mensaje fue claro y valiente: la dignidad humana está por encima de cualquier frontera.
El encuentro de los medios de comunicación con don Fernando García Cadiñanos, obispo de Mondoñedo-Ferrol, dejó una huella profunda y compartida: la certeza de haber sido acogidos por un pastor auténtico, cercano y respetuoso, que sabe escuchar antes de hablar y que transmite confianza sin necesidad de grandes gestos. No fue una comparecencia más, sino un diálogo humano, cálido y sincero, en el que la palabra fluyó desde la experiencia y el compromiso real con las personas y con el territorio.
Desde el inicio, don Fernando marcó un tono distinto, afable y profundamente humano, acompañado de su característico sentido del humor. Felicitó la Navidad con naturalidad y con una sonrisa que rompió cualquier distancia. Con una imagen muy gráfica y cargada de complicidad, afirmó ser el primero en “abrir Ferrol al mar”, recordando las impresionantes vistas de la ría que se disfrutan desde su propia casa. Una anécdota sencilla, pero reveladora, que describe bien su estilo: un obispo accesible, cercano y capaz de generar un clima de confianza inmediata.
En un contexto social dominado por el ruido, la prisa y la acumulación de malas noticias, don Fernando quiso situar el foco en lo esencial. Subrayó que nos estamos olvidando de la buena noticia, aquella que no siempre ocupa titulares pero que sostiene la esperanza de muchas personas. Para los creyentes, la gran noticia es que Dios no abandona a la humanidad, que acompaña la historia concreta de hombres y mujeres, también en medio de la incertidumbre. Esta convicción atraviesa todo su discurso y se traduce en una mirada positiva, realista y profundamente comprometida.
Su preocupación y cariño por Ferrol y su comarca fueron constantes. Don Fernando habló como alguien que conoce y ama esta tierra, y que se siente parte de ella. Destacó la importancia de la unión ciudadana y valoró muy especialmente las movilizaciones sociales, como las que reclaman mejoras en el ferrocarril. Para el obispo, estas iniciativas son signos de vitalidad y esperanza, porque muestran una sociedad que no se resigna y que trabaja por el bien común.
Frente al predominio de noticias negativas, defendió con firmeza que también son buenas noticias las luchas por las causas justas y nobles. Recordó que la acumulación de mensajes negativos genera desánimo, tristeza y desconfianza, mientras que poner en valor lo que construye comunidad ayuda a sostener la esperanza colectiva.
En el ámbito eclesial, señaló como gran acontecimiento del año el Año Jubilar, que se clausura el próximo 28 de diciembre en la catedral de Mondoñedo. Un tiempo que ha sido, según explicó, una oportunidad de renovación espiritual y de reencuentro para la diócesis. A nivel universal, expresó su confianza y esperanza en el Papa León XIV, al que se refirió como un referente que invita a mirar el futuro con serenidad y confianza.
Uno de los momentos más intensos del encuentro fue cuando habló de Cáritas, que celebra 60 años de compromiso y servicio. Don Fernando se refirió a esta institución como un pilar fundamental de la Iglesia, donde muchas personas encuentran cercanía, respeto y acompañamiento. Subrayó que Cáritas no es solo asistencia, sino una herramienta de transformación social, de promoción humana y de generación de nuevas oportunidades.
En este contexto, mencionó el informe FOESSA, que ofrece una radiografía social cada cinco años. En él, la vivienda aparece como uno de los principales factores de exclusión, una realidad que preocupa profundamente al obispo. Don Fernando fue claro: la vivienda es un derecho básico y un elemento esencial de dignidad. En la diócesis de Mondoñedo-Ferrol existen diez viviendas destinadas a personas sin hogar y a familias en situación de vulnerabilidad, y solo el pasado año se destinaron más de 150.000 euros a políticas de vivienda. Un compromiso concreto que va más allá de las palabras.
También expresó su inquietud por el empleo precario, que muchas veces no permite salir de la pobreza, y por la situación de la juventud, cada vez más afectada por la inestabilidad laboral. Con especial sensibilidad abordó el tema de la inmigración, al que calificó como una herida abierta de nuestro tiempo. Insistió en que no se puede mirar a las personas migrantes como una amenaza, sino como hombres y mujeres que sufren con mayor dureza las dificultades sociales. Su mensaje fue claro y valiente: la dignidad humana está por encima de cualquier frontera.
Don Fernando quiso también desmontar la idea de que Cáritas se reduce a imágenes de emergencia. Reivindicó su trabajo en formación, inserción laboral y acompañamiento personal, insistiendo en que la verdadera ayuda es la que empodera y ofrece futuro.
En clave pastoral, compartió su alegría por la llegada de cinco nuevos sacerdotes, fruto de la cooperación entre iglesias, y por el proceso de formación de los seglares. Con una metáfora sencilla y profunda, recordó que nadie planta un árbol esperando frutos inmediatos: primero hay que sembrar, cuidar y confiar en el tiempo. La esperanza también necesita paciencia.
El patrimonio cultural fue otro motivo de satisfacción. Destacó la iluminación de la catedral de Mondoñedo, que realza su belleza y aporta seguridad, y celebró con entusiasmo la restauración de la iglesia de Dolores, una noticia muy esperada y querida por los ferrolanos.
Al hablar de política, lo hizo con respeto y honestidad, lamentando la degradación del clima político y la pérdida de confianza ciudadana. Recordó que la política puede y debe ser un servicio noble al pueblo, y que cuando se aleja de esa vocación, empobrece la vida democrática.
El balance final del encuentro es claro. Don Fernando García Cadiñanos se presentó como un obispo profundamente cercano, conciliador y comprometido, un pastor que camina con su gente y que no rehúye los problemas reales. Su palabra serena, su mirada humana y su coherencia evangélica dejaron en los medios una sensación compartida de gratitud. Porque cuando la Iglesia se expresa así, se convierte en hogar, en referencia moral y en fuente de esperanza para toda la sociedad.