Hazte socio/a
Última hora
Sánchez anuncia 'medidas' si los obispos no cumplen con las víctimas

Obispos en campaña, Evangelios en silencio

La ironía es que este repentino entusiasmo democrático solo aparece cuando gobierna la izquierda. Durante los años de Mariano Rajoy, ni una sola exhortación episcopal pidiendo elecciones anticipadas, ni comunicados inflamados cuando estalló el caso Bárcenas, cuando los ordenadores del partido se rompían a martillazos, ni cuando la corrupción se convirtió en rutina informativa.

Argüello

Hay días en que uno se pregunta en qué momento algunos pastores decidieron cambiar el Evangelio por el argumentario, la parábola por el eslogan y la homilía por la consigna partidista. El arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, ha vuelto a cruzar una frontera que en democracia debería estar claramente señalizada: la intervención directa de la jerarquía eclesiástica en la política partidista, no para hablar de justicia social, no para defender a los débiles, sino para sugerir cómo y cuándo debe cambiarse un Gobierno. Como si el púlpito fuera una urna y la sotana una papeleta.

Conviene recordarlo despacio, por si alguien se ha perdido alguna bienaventuranza por el camino: la Iglesia tiene derecho a opinar, pero no a hacer oposición política. Puede predicar valores, puede denunciar injusticias, puede recordar principios éticos. Lo que no debería hacer es proponer mociones de censura, cuestiones de confianza o adelantos electorales, como si fuera una tertulia política con incienso de fondo. Y cuando lo hace, no es neutral. Nunca lo ha sido.

La ironía es que este repentino entusiasmo democrático solo aparece cuando gobierna la izquierda. Durante los años de Mariano Rajoy, ni una sola exhortación episcopal pidiendo elecciones anticipadas, ni comunicados inflamados cuando estalló el caso Bárcenas, cuando los ordenadores del partido se rompían a martillazos, ni cuando la corrupción se convirtió en rutina informativa. Tampoco hubo gran alarma moral cuando Rodrigo Rato entró en prisión por robar, porque parece que el séptimo mandamiento se recita más bajo según quién robe. Entonces, la paciencia cristiana era infinita.

Pero ahora sí. Ahora hay prisa. Ahora “toca” hablar. Debe de ser que el Espíritu sopla distinto según el color del Gobierno.

Y ya que hablamos de moral, hablemos de vida. Vida completa, no a ratos. Porque hubo un tiempo —no tan lejano— en el que muchas personas sin recursos entraban en la farmacia, entregaban la receta y salían con las manos vacías. No por despiste, no por capricho, sino porque no podían pagar los medicamentos. Aquello no fue una metáfora ni una exageración: fue una escena cotidiana. Recetas abandonadas sobre el mostrador, pastillas que se quedaban esperando a un milagro. Y no, el milagro no llegaba.

Curiosamente, en aquellos años de gobiernos de derechas, ese sufrimiento no parecía lo bastante grave como para merecer homilías encendidas ni llamamientos a las urnas. Hoy, sin embargo, sucede algo extraordinario: esas mismas personas recogen sus medicamentos gratuitamente. No por intercesión divina, no por multiplicación de pastillas, sino por decisiones políticas concretas. Pero claro, ese milagro moderno no cotiza bien en algunos púlpitos.

Resulta casi enternecedor comprobar cómo la preocupación por la vida comienza en el vientre, pero se evapora en la farmacia. Porque defender la vida también es asegurarse de que un diabético tenga insulina, de que un pensionista pueda tratar su enfermedad, de que nadie tenga que elegir entre comer o medicarse. Eso también es Evangelio, aunque no se lea mucho en determinados despachos episcopales.

Pero ahora sí. Ahora hay prisa. Ahora “toca” hablar. Debe de ser que el Espíritu sopla distinto según el color del Gobierno.
IMV

Mientras tanto, el Ingreso Mínimo Vital es descalificado como “paguita”, dicho con desdén por quienes jamás han tenido que estirar 400 euros todo un mes y por instituciones que reciben subvenciones, exenciones fiscales y privilegios históricos sin pasar por ventanilla. Es curioso: las ayudas son paguitas solo cuando las cobran los pobres. Cuando las cobra la Iglesia, se llaman “acuerdos” o “tradición”.

Y si de Evangelio hablamos, convendría releer aquello de “tuve hambre y no me disteis de comer, estuve enfermo y no me cuidasteis”. No dice: “tuve hambre, pero primero miraste si votaba bien”. El papa Francisco defendió hasta el final una Iglesia al lado de los pobres, de los migrantes, de los descartados. No una Iglesia susurrando al oído del poder mientras mira hacia otro lado cuando ese poder excluye.

Frente a ese legado, algunos parecen preferir una Iglesia cómoda con la derecha política, esa que llama efecto llamada a la solidaridad y amenaza a los inmigrantes con expulsiones. “Que se vayan”, “nos quitan el trabajo”. Extraña forma de aplicar aquello de “fui forastero y me acogisteis”.

Pedro Sánchez respondió recordando algo elemental: en democracia se respetan los resultados electorales, incluso cuando no gustan. Algo que, curiosamente, sí se defendía con fervor cuando gobernaba la derecha. Ahora parece opcional.

Quizás ha llegado el momento de decirlo sin ironía, aunque la ironía se la hayan ganado a pulso: los obispos no están para hacer política, y menos aún para hacerla selectivamente. Están para anunciar el Evangelio. Y el Evangelio no se predica pidiendo elecciones, se predica asegurando que nadie deje sus medicamentos en la farmacia. Porque cuando la fe se olvida del enfermo, ya no es fe: es ideología con sotana.

También te puede interesar

Lo último