Vivir quiero contigo, gozar quiero del bien que debo al cielo Unidad, dualidad, iglesia. Transfiguración: El gen cristiano

Transfiguración
Transfiguración

"Vivir quiero contigo" (no "conmigo", como decía Luis de León); "gozar quiero del bien que debo al cielo": El cielo eres tú, vida en la soy, dualidad que se hace "iglesia", comunicación, resurrección

Donde digo “unidad” digo Absoluto, el Todo en el hombre emerge en un momento, para decir “yo” y volver nuevamente al Absoluto (y quizá allí perderse).

Donde digo “dualidad” digo Diálogo, Palabra y Comunicación, en la que soy  “yo”,  existiendo ante “ti" (tú),en un “nosotros” (iglesia), donde vivir es convivir y morir resucitar.

Donde digo iglesia digo y soy comunicación, dualidad en el amor, trinidad. Este es el "gen" cristiano: Palabra hecha carne, comunicación personal, universal, sobre la muerte,  transfiguración, empezando con Jesús,  en (por) los amados y los pobres

Este es el problema de todos los problemas, el misterio de todos los misterios, como han visto y planteado desde antiguo en Oriente, de formas diversas el Tao, el hinduismo advaita o de la no-dualidad, y un tipo de budismo.

Éste es el argumento y discusión de la sabiduría griega, desde Parménides (todo es Uno) y Heráclito (todo es dualidad y lucha). Éste es el lugar donde se plantea y decide el sentido del “gen” cristiano, que es unidad en la dualidad, como diálogo: Yo y el Padre somos Uno; yo en ti y tú en mí, comunión en el diálogo.

Éste es el tema real de la Iglesia cristiana. Todo lo demás, incluidos obispos y nuncios, propiedades eclesiásticas,  y formas de administración sagrada son muy secundarios. Se trata de re-descubrir y formular en “gen” cristiano en este momento y verano boreal del 2021.

Éste es un tema fundamental de la iglesia hispana tal como lo han planteado entre otros, desde una perspectiva inclinada hacia la unidad advaita pensadores como Enrique Martínez Lozanoo Pablo D’Ors Aquí se juega el futuro de la iglesia hispana, no en dineros o condecoraciones.

En este contexto de experiencia resulta importante ofrecer una propuesta advaita (no dualidad) desde una perspectiva de dualidad liberadora,  trinidad, liberación (yo-tú, Dios-hombre, transfiguración desde los pobres) como indicaré a continuación, con argumentos tomados en parte de B. Andrade.

Ser persona: Vivir fuera de sí (una re-sonancia).

Bárbara Andrade: "La Teología de la esperanza" - Periodista Digital

La vida humana, como amor y conocimiento, implica dualidad  y diálogo o, mejor dicho, dualidad dialogal. Los seres que se aman existen en la medida en que se relacionan, es decir, en la  la medida en que salen de sí, se entregan mutuamente, se dan y se acogen, siendo, de esa forma, en dualidades. La dualidad es, por esencia, dinámica: movimiento de diferenciación y comunicación, donde el “todo” no absorbe a las partes, sino que existe siempre en forma dialogal.

Donde sólo hay “yo” no hay “yo”; donde sólo hay uno no hay ninguno. Todo existe en movimiento (palabra) de comunicación  abierta, de un modo especial,  hacia aquello (aquellos) que parecen menos importantes (para centrarnos ya en el ser-seres humanos).

Cada ser humano (persona) es un “yo” absoluto, valioso por sí mismo, independiente… pero sólo siendo dependiente, recibiendo su ser de otras personas, dialogando y dando aquello que es a los demás, descubriendo y realizando así su esencia.. Sólo un hombre es otro yo para otro hombre, sólo una persona existe en sí existiendo en otras personas.

Sólo con el hombre (con el ”yo”) nace la verdadera realidad que dualidad: un ser humano y otro ser humano, diferentes pero unidos en diálogo de encuentro; un hombre, una mujer, dos seres humanos, separados y unidos por biología (sexo, individualidad), absolutamente alejados y, sin embargo, cercanos en amor-palabra, unidos de forma total, siendo uno en el otro, personas.

Amar-dialogar no es buscar la propia perfección en el Todo, siendo allí absorbido, sino dar y recibir la vida, compartiéndola con otros. Sólo puedes encontrar tu perfección en la perfección del otro, sólo puedes ser independiente potenciando la independencia del otro, para gozar así de su presencia y disfrutar de su encuentro.  

En este plano, amar/dialogar supone existir de forma «extática», saliendo cada uno de sí mismo y encontrándose en el otro. Amar es darse, es difundirse, salir de sí y morir, para encontrarse u ser (resucitar) en otro.  «Vivo sin vivir en mí» … (Santa Teresa de Jesús).

Vivo porque he dado mi vida, allí donde la he dado, como decía Juan de la Cruz, de forma lapidaria: “El alma más vive donde ama que en el cuerpo donde anima, porque en el cuerpo ella no tiene su vida,  antes ella le da (vida) al cuerpo, y ella vive por amor en lo que ama (en el que ama)” (Cantico b. Comentario 8, 3).

Según eso, la naturaleza consiste en ser persona, comunión dialogal de palabra y obra, con otras personas, de manera que la vida se convierte en don, es tarea y gracia compartida. En ese sentido, la vida del hombre es tras-vida, su esencia es pre-sencia, su identidad es transcendencia, en una línea de trans-figuración.

Yo y Tú

 Cada ser humano es uno siendo otro (otros), cuando sale de sí para perderse y encontrarse en otro, siendo así per-sona, esto es, re-sonancia. Sólo de esa forma, cuando un hombre (ser humano) se transciende y es en otro puede hablarse de presencia de amor, se puede hablar de Gracia con mayúsculo, de Dios que es gracia, dualidad de amor (Trinidad). Si Dios formara parte de la naturaleza (aunque fuera la más alta), ese Dios sería la mayor desgracia para el hombre.

Por amor, el hombre sale de sí mismo y actualiza, encuentra, la verdad de su existencia en otro ser humano. Pues bien, al fondo de todos los contactos creadores y gratuitos de este mundo, el hombre puede descubrir el Amor con mayúscula, como principio de todas las gracias y palabras.

 Una pequeña “fenomenología” de la vida humana, con B. Andrade

El hombre vive porque Alguien le ha llamado; puede dar su vida porque Alguien se le ha dado.  El hombre es según eso dualidad dialogal (abierta siempre hacia el tercero, en forma que podemos llamar de Trinidad).

El hombre es persona como un “yo-en-relación”; nace porque le han llamado y porque le dicen “tú”. No es “yo sobre todo”, ni yo para perderme en el todo, sino yo en comunidad, en diálogo de vida que, por un lado, es finita (cada yo particular en esta forma de vida en el mundo se muere y acaba) y por otro es “infinita” (abierta al diálogo de vida universal).  De esa forma podemos decir que cada ser humano resucita en Dios (el infinito), resucitando en la vida de los demás seres humanos.

El yo sólo existe en relación trascendental con un tú, de manera que cada uno es desde, en y con los otros, de quienes depende y con quienes cuestiona (descubre, despliega)  el sentido de su vida, ante Dios, en el mundo. La persona no es sustancia (en línea griega), ni sujeto (en línea cartesiana), sino auto-presencia: una presencia que se sabe, en relación paradójica con Dios, con el mundo y con los otros.

Superamos así el plano cósmico (de relación con un mundo objetivo), pues sólo existimos en relación de personas,  a través de dualidades dialogales interpersonales, que se van abriendo al infinito de la comunidad “divina”.En ese contexto resulta significativa la aportación fenomenológica de autores como B. Andrade, que ahora condensamos, evocando el análisis de las relaciones personales, que ella ha trazado en lenguaje narrativo y coloquial.

Sólo en ese lenguaje se despliega el carácter específico de la "vida humana", pues ella no es objeto de laboratorio, algo que puede objetivarse, sino que se descubre y expresa en un diálogo de amor en el que sé lo que soy (quién soy) en la medida en que trazo desde y con los otros el perfil de mi existencia: 

Trinidad de Pikaza Ibarrondo, Xabier: New (2015) | AG Library

Encuentro creador: tú me hace ser. Significativamente, Andrade no empieza hablando de la creación desde un misterio separado (=Dios), sino desde los otros o, mejor dicho, desde otro (la madre, el amigo….) que se vuelve “tú” al decirme su palabra y hacer que “yo” sea: «Tengo acceso a mi propia identidad como 'yo' sólo cuanto tú me 'creas' para mí» (Ibid 115). No puedo crearme por mí mismo, no soy 'sujeto absoluto de mí ser', sino que empiezo a nacer desde otros, desde un 'tú' que me diga quién soy, haciéndome persona.

Así lo sabía Lévinas, insistiendo en el carácter trascendente, infinito, del "tú abandonado y rechazado" (huérfano, viuda, extranjero), que me hace sujeto moral y religioso, despertándome a la responsabilidad infinita. En esa misma línea avanza Andrade, pero ella amplía el abanico del "tú" y concede valor creador no sólo al huérfano-viuda, sino también al hombre o mujer que me ama y dialoga conmigo de manera positiva, en un contexto de comunicación mutua.  

Proyecto Léxico: Iglesia- comunión

Encuentro en mutua aceptación: nos hacemos ser. «El 'yo' y el 'tú' pueden experimentarse de manera simultánea, descubriendo que su auto-presencia les está siendo dada a cada uno por el otro… Cada uno es para el otro el mediador del propio yo», creador de su pre-sencia. De esa forma son, creándose mutuamente: 'yo soy para ti', 'tú eres para mí'. Por eso, cada uno aparece como principio, compañía y meta para el otro. En ese contexto puede elaborarse una "fenomenología del amor co-creador", destacando el gozo y tarea de la vida compartida, como algo que desborda el nivel de una ley impositiva impersonal (superior a cada uno), o la ley de una persona superior que se impone sobre la inferior.

Encuentro como don: comunión, regalo de la vida. Cada persona se deja crear y liberar por otra persona, en el encuentro mutuo, de tal forma que existe por don y regalo de otro (y como don). Esta liberación mutua 'por ti y para ti' hace que la vida humana deba interpretarse como regalo, no como conquista de cada uno por aislado o de dominio de uno sobre otros: «El único sentido que puede tener mi realidad para mí es el de ser regalo tuyo, porque tú me liberaste para ti y has hecho que yo no me hunda en lo precario de mi situación». Desde este fondo han entendido pensadores como Andrade la conversión, como un retorno al otro y, al mismo tiempo, desde el otro a sí mismo, en encuentro creador. Cada uno debe su ser al otro y así se lo agradece: «Toda mi realidad depende de ti. (Esa realidad) me pertenece a mí mismo sólo en la medida en la que te pertenece a ti y en la medida en que, en el encuentro, ha sido aceptada por ambos nosotros». Eso significa que no soy sustancia aislada, sino comunión desde la que debo convertirme sin cesar.

Enchiridion Trinitatis – Secretariado Trinitario

Encuentro sanante. El amor cura al hombre enfermo como sabe el evangelio (curaciones de Jesús). El hombre ha sido creado para la salud o plenitud (cf. Gen 1), pero se encuentra amenazado por la enfermedad, que se expresa en el gesto de aislarse, encerrarse, rechazar a los demás. Lógicamente la salvación (de la misma raíz que salud) se despliega realiza «en el encuentro en que tú me dices quien soy y quien puedo ser». Según eso, crear y sanar se identifican: «Sólo tú puedes ayudarme a devenir aquel que yo soy en forma de búsqueda y de pregunta: un 'yo' auto-presente» (127). Al recibirme como don, yo mismo soy sanado, pues recibo mi vida de los otros.

Este lenguaje de diálogo no es algo que se añade al ser del hombre, sino la misma realidad del ser humano, que sólo existe al recibir y compartir la vida, en gesto de apertura (pregunta) trascendental, que es búsqueda de comunión definitiva, con Dios a través de la comunión con otros seres humanos.

En ese sentido el diálogo nos “resucita” (nos permite ser desde el otro y en el otro). Eso significa que cada ser humano (hombre o mujer) no resucita en sí, sino en el otro. La resurrección no es la vuelto a aun “sí mismo” cerrado, sino la apertura y despliegue de la propia vida en el otro, en lo que vienen tras nosotros.

Pero, al mismo tiempo, ese diálogo se encuentra amenazado por la fragilidad de la vida o las mutaciones de los tiempos: «Aquello más profundo que cada uno ha dado al otro, su propio ser-libre en la búsqueda de liberación, lo puede revocar tan libremente como lo ha ofrecido» ¡Eso significa que no existe, en estas condiciones del mundo y de la historia, un diálogo de amor definitivo, totalmente sanado, abierto a todos los humanos, para siempre. Desde este fondo se entiende el valor y fragilidad de nuestra auto-presencia en los diversos encuentros sociales, dentro del mundo y la historia.

Somos don dialogal (nacemos unos de otros), debemos convertir ese don en tarea (darnos la vida mutuamente). Somos don y tarea trascendental: no podemos dialogar jamás del todo en amor, ni darnos tampoco plenamente. Todos los diálogos que vamos trazando resultan efímeros. Por eso, nuestra búsqueda de diálogo tiene un sentido trascendental: «La persona es una paradoja, porque es simultáneamente búsqueda e imposibilidad de encontrar; pregunta e imposibilidad de respuesta; encuentro y soledad...

Toda respuesta a la pregunta que somos, nunca puede ser más que preliminar e incompleta. La pregunta y la respuesta, el buscar y el encontrar nunca son proporcionales... » (140). Eso significa que los hombres son un diálogo real (¡ha llegado el Reino del amor!), pero no culminado (¡todavía no se ha manifestado plenamente!). 

 Una palabra final: Resurrección, transfiguración

Según la “confesión” del NT y de la Iglesia primitiva, Jesucristo  se define como dualidad de relaciones:(a) Existe plenamente en sí mismo siendo en Dios. (b) Existe plenamente en sí mismo siendo en los otros hombres. Esta “doble dualidad” define la antropología cristiana en forma “no advaita”. No se trata de encontrar la unidad en el todo (disolviéndose en la totalidad divina), sino en la comunión con Dios (como Otro) y en la comunión con los demás hombres (como otros).

Transfiguración

Este es el simbolismo primario y esencial del cristianismo: (a) Sólo podemos hablar de Dios en el hombre (siendo Dios infinito y el hombre finito); sólo hay Padre-Dios en el Hijo Jesucristo (y en los hombres). (b) Sólo podemos hablar hombre en plenitud en el diálogo divino, infinito, tal como se manifiesta y expresa en los otros hombres.

          Esto es lo que descubrieron sorprendidos los primeros cristianos. Lo descubrieron ellos (fue su secreto abierto, su tesoro). Lo descubrieron como “revelación”, esto es, como apertura de mente y de vida, como tarea gozosa de esperanzas. Esto es lo que los cristianos han seguido “descubriendo” en Jesús de Nazaret, esto es, en su propia vida y destino, no en contra de otros (de todos los restantes), sino en nombre de todos. De esa forma, al descubrir la identidad de Jesús descubrimos y podemos confesar la identidad y verdad del hombre, tal como lo expresa Marcos en Mc 9, 2-11.

Esta re-velación (metamorfosis) o sim-bolismo (re-ligión) de los cristianos es, por un lado, algo nuevo, que nunca se había formulado así, de esta manera concreta. Pero, al mismo tiempo, esa experiencia responde a la visión y camino de Elías y Moisés (¡en ese orden en el texto de Marcos!). Esa es la novedad y plenitud del judaísmo, de lo que llamamos Antiguo Testamento, representado por Elías y Moisés. Esa es la verdad de fondo de todas las religiones como experiencias de trans-figuración. Es una experiencia de “totalidad” en el diálogo infinito de la “vida trinitaria”, vida en comunión de amor sin fin, en libertad creadora, en comunión siempre concreta con el prójimo. 

Esta unidad en comunión implica una meta-praxis. No es una pura teoría intelectual, sino una “nueva forma devida”, una mutación “trans-biológica”. Esta experiencia de transfiguración lleva, por tanto, en sí misma, un compromiso y tarea de agradecimiento y generosidad gozosa que culmina en la muerte; esta experiencia se expresa en forma de vida “gozosa, elevada”, de “monte de Dios”, de vida acogida y regalada a los demás, y compartida con ellos como sigue diciendo expresamente el texto del evangelio del evangelio. Esta experiencia sólo es posible cuando uno está dispuesto a “morir” al hombre “viejo” (cerrado en su propio egoísmo), cuando descubre que su vida es vida en todos, para todos, para vivir con y para todos, resucitando de esa forma en ellos.

Esta unidad implica un tipo de meta-conocimiento, meta-noia (de meta-noein, en griego), es decir, un trans-conocimiento, que parece complicado y que, sin embargo, es lo más simple, algo que supieron desde antiguo los hombres de las más antiguas experiencias religiosas, un conocimiento que vincula (en sim-bolismo), a Dios con (en) el hombre, y al hombre con (en) Dios, en la línea de eso que pudiéramos llamar tras-cendencia en la in-manencia (esto es, de Dios en la misma vida humana): Dios “verdad” del hombre, el hombre “verdad” de Dios, la vida que desemboca en la Vida, pues en ella “existe”.

Transfiguración

          Normalmente, la  palabra “meta-noia” suele traducirse como “conversión”, en sentido moral (o, mejor dicho, moralista). Pero no se trata de eso (de un moralismo penitencial, casi siempre negativo y opresor), sino de una apertura de mente, de un conocimiento más amplia, de una experiencia de vida compartida, esto es, de dualidad interhumana. Cada ser humano nace del conocimiento-amor de otros seres humano (desde ellos y en ellos existe); cada ser humano  vive y perdura en la medida en que entrega y comparte su vida con otros seres humanos.

Esta es una experiencia de re-surrección, pero no una resurrección puramente después, sino ya en esta misma vida, asumida, gozada y compartida como Jesús, pues, como he dicho, su misma “vida histórica” viene a presentarse y descubrirse en el evangelio como vida resucitada en los demás (en Dios). El texto de Marcos 9 termina diciendo “no habléis de esto a nadie, pues no os van a entender…”, nohabléis de esto a nadie, no os empeñéis en convencerles a la fuerza, pues ni vosotros lo entenderéis, ni lograréis que lo entiendan los otros, a no ser que seáis también vosotros “testigos de la resurrección” que es la vida que se expresa por la muerte, que florece y se despliega cuando uno es capaz de ir dándose a sí mismo como gracia (es decir, en amor y gratuidad) a los demás.

 Entendida así, la trans-figuración (re-surrección, con el re- de elevarse y surgir) es una experiencia de vida en la historia, pero en una historia que no se cierra en un momento, en unos protagonistas, sino que se recibe, transmite y acoge en una vida que no acaba. Por eso son esenciales en la transfiguración Elías y Moisés (su vida y testimonio está presente en la vida y testimonio de Jesús),y somos también esenciales nosotros, cristianos del siglo XXI, con Pedro, Santiago y Juan, que siguen vivos en nuestro testimonio, en nuestra propia vida, pues los que viven en Dios no “mueren” en el sentido de terminar y acabarse para siempre, sino que resucitan transfigurados en la vida de Dios, en la esperanza del Shalom definitivo.

 Cf. M. Buber, Yo y tú, Caparrós, Madrid 1995; Dos modos de fe, Caparrós, Madrid 1996; E. Levinas, Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca 1997; Del otro modo de ser, o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca 1987; A. López Quintás, El poder del diálogo y del encuentro, BAC, Madrid 1997; B. Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerigmática, Sec. Trinitario, Salamanca 1999 (las citas en el texto se refieren a esta obra).

La Transfiguración de Jesús, visión de María Valtorta – Foros de la Virgen  María

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