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La primera bendición Urbi et Orbi de León XIV

El credo de Nicea

Nicea

Estamos llegando al final de este 2025. Ha sido el año del Jubileo de la Esperanza. Precisamente, este domingo por la tarde, en nuestra querida Catedral, tiene lugar la celebración de clausura. Damos gracias a Dios por los frutos espirituales del Jubileo y porque, en medio de las vicisitudes del mundo, nos haya ayudado a ser portadores de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).

Por otra parte, también ha sido el año en que hemos celebrado el 1700 aniversario del Concilio ecuménico de Nicea (a. 325). De ahí el viaje del Papa León XIV de hace aproximadamente un mes.

Terminadas las persecuciones, la Iglesia se encontró con un problema doctrinal de gran envergadura: la herejía arriana. Arrio era un presbítero de Alejandría que hacia el año 318 comenzó a predicar una doctrina que anulaba lo más esencial del cristianismo: el misterio de la Encarnación. Interpretando el cristianismo a la luz de esquemas filosóficos de su tiempo, negaba toda relación directa entre Dios y el mundo. Ni Dios viene a los hombres ni los hombres pueden llegar a Dios.

Nicea

Con la herejía arriana estaba en juego aquello más específico del cristianismo. El mismo Adolf von Harnack (1851-1930) afirmó que «la doctrina arriana, si hubiera llegado a salir victoriosa, muy probablemente habría conseguido destruir totalmente el cristianismo. Lo habría disuelto en [...] una moral». Lo que salvaría al hombre no sería, como había predicado san Pablo, la fe en el amor de un Dios que ha venido al mundo y se ha hecho solidario de nosotros hasta el extremo de la cruz de Jesucristo, sino que debemos salvarnos a nosotros mismos con nuestras obras. Jesús, que para Arrio no es verdaderamente Dios, simplemente ha venido a darnos un buen ejemplo de cómo debemos vivir.

Ante esta doctrina, los obispos, reunidos en Nicea, afirmaron la divinidad de Jesucristo. El punto fundamental es la afirmación del Credo niceno cuando dice que Jesucristo es de la misma naturaleza o sustancia que Dios Padre. Han pasado 1700 años de este hecho capital en el que, por primera vez, la Iglesia comprometía su autoridad para defender la divinidad de Jesucristo. En aquellos momentos, la Iglesia era aún indivisa, es decir, no habían tenido lugar las separaciones que vinieron después. Es por este motivo que, este año, las diversas Iglesias y comunidades eclesiales del Estado español -católicos, ortodoxos, protestantes, anglicanos...- han realizado diversos actos ecuménicos recordando el hecho y, además, han elaborado recientemente una declaración conjunta. Entre otras cosas, sobre el misterio de la Encarnación, dice: «Confesamos que Jesucristo, por la encarnación, es el Mesías, el Hijo de Dios vivo (cf. Mt 16,16), el centro de la historia y del universo, el que nos conoce y nos ama, compañero y amigo. Por eso, los hombres y las mujeres de todos los tiempos ya no vagan errantes y sin sentido, puesto que Jesucristo es la Luz, el Camino, la Verdad, la Vida, el Pan y el Agua que sacian nuestra hambre y sed, el Pastor, nuestro Guía, nuestro Consuelo... Él, hombre de dolor y de esperanza, ha quedado para siempre inserto en el tejido de la historia, herida por la muerte, el sufrimiento y la injusticia, y, con su presencia, ha transfigurado el pasado, el presente y el futuro. Ya no hay oscuridad que no pueda ser iluminada».

Vuestro,

† Joan Planellas i Barnosell

Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado

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