Vicente Aleixandre 2. EN LA PLAZA

Nido de poesía: Nicolás de la Carrera
24 feb 2017 - 10:06
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La sección segunda de “Historia del corazón”, “La mirada extendida”, viene desarrollada en once notables poemas; el primero de ellos es “Ten esperanza”, que conocimos en la pasada entrega (pulsar aquí). Añadiremos hoy el probablemente más popular de toda su lírica, “En la plaza”, y nos despediremos con El viejo y el sol”, ungido de ternura y místico vuelo.

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EL POETA SE RECONOCE EN LOS DEMÁS

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Escribió Carlos Bousoño un entrañable Prólogo a las Obras Completas de Vicente Aleixandre, que se publicaron en 1978 para la Biblioteca de Premios Nobel (pulsar aquí). Aludiendo a poemarios de la etapa anterior, sugiere el poeta y crítico asturiano cierto paralelismo entre la casi mística fusión de los seres naturales con el cosmos y el deseo, la necesidad de integración del corazón solidario con la totalidad de la Humanidad. Pero será mejor conocer ya alguna de las notables intuiciones del conocido pensador:

“Del mismo modo que en La Destrucción o el Amor todas las cosas tienen un ansia de fundirse con la materia (de la que no son, en verdad, distintas), ahora cada hombre (y el poeta como uno más) experimentará un deseo de comunión espiritual con sus hermanos; un deseo de unirse, mezclarse, confundirse multitudinariamente con ellos.”

Comentando, más adelante, versos de “El poeta canta por todos” y “En la plaza”, nos aclarará el lírico:

El poeta se reconoce en los demás. Más aún: todo hombre adquiere su auténtica realidad, su “reconocible" realidad, al ingresar en el ámbito colectivo. Esa es, a mi entender, la explicación de un vocablo (reconocimiento) que salpica caracterizadamente muchas páginas de Historia del Corazón. Solo se es en cuanto se es solidario de los otros, y, por tanto, solo se reconoce uno cuando se siente unido a la gente, cuando se va, como uno más, entre la muchedumbre humana: allí cada uno puede mirarse, y puede alegrarse, y puede reconocerse.”

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ERA UNA GRAN PLAZA ABIERTA, Y HABÍA OLOR DE EXISTENCIA

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El poeta puro de “Ámbito”, visionario y superrealista en “La destrucción o el amor” y “Sombras del paraíso”, se humaniza en Historia del corazón, solidario con los que trabajan, sufren, sueñan, aman… En los versos de “En la plaza”, el lírico sevillano, en tono narrativo, nos refiere cómo había observado a un vecino descender a la plaza y adentrarse valiente entre la multitud “encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido…” No se perdió entre la gran masa, porque “era reconocible el diminuto corazón afluido”:

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EN LA PLAZA

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante,

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vivificador y profundo,

sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,

llevado, conducido, mezclado, rumorosamente

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arrastrado.

No es bueno

quedarse en la orilla

como el malecón o como el molusco que quiere

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calcáreamente imitar a la roca.

Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha

de fluir y perderse,

encontrándose en el movimiento con que el gran

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corazón de los hombres palpita extendido.

Como ése que vive ahí, ignoro en qué piso,

y le he visto bajar por unas escaleras

y adentrarse valientemente entre la multitud y

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perderse.

La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto

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corazón afluido.

Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con

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resolución o con fe, con temeroso denuedo,

con silenciosa humildad, allí él también

transcurría.

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El visionario escritor integra, con “olor de existencia”, una naturaleza hermana, sol y viento, que acaricia “las frentes unidas”, reconfortándolas. Cada uno se reconoce en la multitud, no en el falaz espejo de casa… “Baja, baja despacio, y búscate entre los otros…” Desnúdate, sé verdadero “y reconócete”:

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Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.

Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,

un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,

su gran mano que rozaba las frentes unidas y las

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reconfortaba.

Y era el serpear, que se movía

como un único ser, no sé si desvalido, no sé si

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poderoso

pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede

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reconocerse.

Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,

con los ojos extraños y la interrogación en la boca,

quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,

en un extinto diálogo en que no te oyes

Baja, baja despacio y búscate entre los otros.

Allí están todos, y tú entre ellos.

Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

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En los versos finales encontramos dos momentos muy expresivos. Primero, con la técnica que conocimos en “Mano entregada” (pulsar), el poeta anima al lector a bañarse en el torrente de la multitud, pero el bañista se introduce dubitativo (temeroso…, con recelo…, y casi ya se decide…). La descripción visionaria de la entrada al baño es lenta, muy lenta. Pero al fin el aspirante se entrega por completo al agua, con verbos de movimiento y rapidez. “Y allí fuerte se reconoce, y crece, y se lanza, y avanza, y levanta espumas… y canta, y es joven…” “Sé tú mismo” en el hervor de la plaza… Cierra Aleixandre su poema con los siguientes extraordinarios versos: “¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir para ser él también el unánime corazón que le alcanza!”:

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Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con

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mucho amor y recelo al agua,

introduce primero sus pies en la espuma,

y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se

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decide.

Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.

Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos

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y se entrega completo.

Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,

y avanza y levanta espumas, y salta y confía,

y hiende, y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la

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plaza.

Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.

¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere

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latir

para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

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PARA ASÍ POQUITO A POCO DISOLVERLE

EN SU LUZ

Como textos arrancados de páginas de diario, el poeta es testigo de la transformación de un anciano apoyado en un tronco de árbol y acariciado persistente y habilidosamente por el sol, de cómo se va transformando en pura luz. Lo que, en un principio, podíamos contemplar como romántica, hermosa, original escena, acabará siendo ratificada definitiva realidad. Así lo refiere Aleixandre en la estrofa final, testigo fiel del proceso de vida y muerte en la naturaleza y en el ser humano, en prolongados versos, tan tiernos como dramáticos: “Yo pasaba y lo veía. Pero a veces no veía sino un sutilísimo resto. Apenas un levísimo encaje del ser. / Lo que quedaba después que el viejo amoroso, el viejo dulce, había pasado ya a ser la luz / y despaciosísimamente era arrastrado en los rayos postreros del sol, / como tantas otras invisibles cosas del mundo.”

Me permito reproducir a continuación la síntesis final de P. Debicki al comentar este poema: “Lo que parecía al principio del poema una escena anecdótica, ha resultado algo mágico y completamente irreal, o en el mejor de los casos una imagen visionaria que representa el tema de la fusión con el esquema natural. Esto no solo destaca el tema, sino que también nos hace sentir la presencia del misterio en nuestras vidas. Si este viejo, al parecer tan ordinario, puede desvanecerse en la luz, y si esta escena tan común puede convertirse en un enigma, todo lo que damos por sentado en nuestras vidas cotidianas puede tal vez transformarse y apuntar a significados misteriosos. Este poema es un buen ejemplo de cómo Historia del corazón logra tratar asuntos cotidianos y escenas ordinarias, y al mismo tiempo tocar temas y sugerir valores mucho más amplios.”

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EL VIEJO Y EL SOL

Había vivido mucho.

Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo

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tronco, muchas tardes cuando el sol caía.

Yo pasaba por allí a aquellas horas y me detenía a

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observarle.

Era viejo y tenía la faz arrugada, apagados, más que

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tristes, los ojos.

Se apoyaba en el tronco, y el sol se le acercaba

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primero, le mordía suavemente los pies

y allí se quedaba unos momentos como acurrucado.

Después ascendía e iba sumergiéndole, anegándole,

tirando suavemente de él, unificándole en su dulce luz.

¡Oh el viejo vivir, el viejo quedar, cómo se desleía!

Toda la quemazón, la historia de la tristeza, el resto de

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las arrugas, la miseria de la piel roída,

¡cómo iba lentamente limándose, deshaciéndose!

Como una roca que en el torrente devastador se va

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dulcemente desmoronando,

rindiéndose a un amor sonorísimo,

así, en aquel silencio, el viejo se iba lentamente

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anulando, lentamente entregando.

Y yo veía el poderoso sol lentamente morderle con

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mucho amor y adormirle

para así poco a poco tomarle, para así poquito a poco

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disolverle en su luz,

como una madre que a su niño suavísimamente en su

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seno lo reinstalase.

Yo pasaba y lo veía. Pero a veces no veía sino un

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sutilísimo resto. Apenas un levísimo encaje del ser.

Lo que quedaba después que el viejo amoroso, el viejo

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dulce, había pasado ya a ser la luz

y despaciosísimamente era arrastrado en los rayos

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postreros del sol,

como tantas otras invisibles cosas del mundo.

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VICENTE ALEIXANDRE

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Nobel de Literatura 1977

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1. ¿Qué poemas conoces del Nobel español?

MANO ENTREGADA

TEN ESPERANZA

2. En la plaza

EN LA PLAZA

EL VIEJO Y EL SOL

3. Anhelan enlazar sus almas

EL ALMA

TENDIDOS, DE NOCHE

AL COLEGIO

4. Un corazón que late en toda edad

ASCENSIÓN DEL VIVIR

NO QUEREMOS MORIR

5. Sombra del paraíso

NO BASTA

6. El niño de Vallecas

NIÑO DE VALLECAS

PIE PARA EL NIÑO DE VALLE. DE VELAZQUEZ, de L. Felipe

7. El pueblo está en la ladera

EL ÁLAMO

LA MADRE JOVEN

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