El tema del tiempo recorre toda la poesía de Aleixandre. En “Historia del corazón” se poetizan momentos de conciencia relacionados con “las edades del hombre” (de la infancia a la senectud). Se recorre la historia del corazón y su crecimiento desde la infancia, pasando por el encuentro amoroso del tú, del nosotros y del vosotros, hasta alcanzar la vejez (sección V. Los términos). Una visión completa del acontecer humano a través del amor, que se detiene, con aceptación, en la definitiva edad de la senectud, y clausura así el ciclo de la vida asumiendo con serenidad el destino inexorable de la muerte.
Y AQUÍ ESTAMOS, EN LO ALTO DE LA MONTAÑA
En el poema “Ten esperanza” contemplábamos al protagonista escuchando sentado una voz casi bíblica, “levántate”, que le animaba a caminar. “Sigue subiendo, falta poco…” No está solo el personaje del relato, a su lado se sugiere un revuelo de túnica y la presencia de cierto misterioso viajero que ofrece ayuda al caminante, “cógete a ese brazo blanco. A ese que apenas conoces, pero que reconoces…” No parece difícil imaginar que se trataría de una compañía trascendente, acaso religiosa… (pulsar aquí).
En “Ascensión del vivir”, título final de “Los términos”, también se eleva el poeta, esta vez no solo, sino acompañado de su amante. Como si de un acontecimiento celebratorio de tratase, dialoga afectuosamente con su compañera. “Y todo ha sido subir…, casi sin darnos cuenta…” Todo es serenidad en la cumbre. Relajada y festiva meditación de la existencia contemplada desde la veteranía de sus cabellos “blancos y puros como la nieve.” Verso final referido al resplandeciente paisaje desplegado: “Todo él iluminado por el permanente sol que aún alumbra nuestras cabezas.”
ASCENSIÓN DEL VIVIR
Aquí tú, aquí yo: aquí nosotros. Hemos subido
despacio esa montaña.
¿Cansada estás, fatigada estás? "¡Oh, no!", y me
sonríes. Y casi con dulzura.
Estoy oyendo tu agitada respiración y miro tus ojos.
Tú estás mirando el larguísimo paisaje allá al fondo.
Todo él lo hemos recorrido. Oh, sí, no te asombres.
Era por la mañana cuando salimos. No nos despedía
nadie. Salíamos furtivamente,
y hacía un hermoso sol allí por el valle.
El mediodía soleado, la fuente, la vasta llanura,
los alcores, los médanos;
aquel barranco, como aquella espesura; las
alambradas, los espinos,
las altas águilas vigorosas.
Y luego aquel puerto, la cañada suavísima, la siesta en
el frescor sedeño.
¿Te acuerdas? Un día largo, larguísimo; a instantes
dulces: a fatigosos pasos; con pie muy herido:
casi con alas.
Y ahora de pronto, estamos. ¿Dónde? En lo alto de
una montaña.
Todo ha sido ascender, hasta las quebradas, hasta los
descensos, hasta aquel instante en que yo dudé y
rodé y quedé
con mis ojos abiertos, cara a un cielo que mis pupilas
de vidrio no reflejaban.
Y todo ha sido subir, lentamente ascender,
lentísimamente alcanzar,
casi sin darnos cuenta.
Y aquí estamos en lo alto de la montaña, con cabellos
blancos y puros como la nieve.
Todo es serenidad en la cumbre. Sopla un viento
sensible, desnudo de olor, transparente.
Y la silenciosa nieve que nos rodea
augustamente nos sostiene, mientras estrechamente
abrazados
miramos el vasto paisaje desplegado, todo él ante
nuestra vista.
Todo él iluminado por el permanente sol que aún
alumbra nuestras cabezas.
"POR SIEMPRE", "NUNCA", PALABRAS QUE LOS AMANTES DECIMOS
Poema de amor, entrañable diálogo de amante con amada, mirándose tiernamente a los ojos, sobre la vida y la muerte. Sobre la vida: “Queremos vivir cada día… Tú siempre serás hermosa… Por sobre todo lo que te vaya ocultando… yo te reconoceré siempre.” El paso del tiempo no destruye la historia del corazón de cada uno, más bien enriquece las vidas de los amantes, porque “los años son tú, son tu amor. ¡Existimos!” Sobre la vida y sobre la muerte: fecunda metáfora final la de la rama que se dobla por el peso del fruto.
Alude Aleixandre a la agricultura de la muerte: que la tierra recoja en su seno el cuerpo (o alma) del difunto y lo reintegre al proceso natural de descomposición y generación de nueva vida… Pero aquí se sugiere algo más: que el amor y sus frutos se prolonguen. Mi tímida pregunta: ¿estará sugiriendo, estará soñando el lírico humanista un lento doblarse de la rama con fruto “hasta que otra Mano que sea, que será, la recoja / más todavía que como la tierra, como Amor, como Beso”?
No queremos cerrar esta introducción al poema “No queremos morir” sin referirnos a los ultimísimos versos de “Historia del corazón” titulados “Mirada final (muerte y reconocimiento)”, donde el poeta sevillano visualiza su muerte como una caída súbita al fondo de un terraplén, al lado de un montón de tierra que ha sido su cuerpo (o su alma). Mira a lo alto y nos informa de un cielo azul apagado “que parece lejanamente contemplarle”. En el último verso reconoce, de nuevo, que observa “en el fin el cielo piadosamente brillar”. Para conocer completo este importante poema pulsar aquí.
NO QUEREMOS MORIR
Los amantes no tienen vocación de morir.
"¿Moriremos?"
Tú me lo dices, mirándome absorta con ojos grandes:
"¡Por siempre!"
"Por siempre'', "nunca": palabras
que los amantes decimos, no por su vano sentido que
fluye y pasa,
sino por su retención al oído, por su brusco tañir y su
vibración prolongada,
que acaba ahora, que va cesando..., que dulcemente
se apaga como una extinción en el sueño.
No queremos morir, ¿verdad, amor mío? Queremos
vivir cada día.
Hacemos proyectos vagos para cuando la vejez venga.
Y decimos:
"Tú siempre serás hermosa, y tus ojos los mismos;
ah, el alma allí coloreada, en la diminuta pupila,
quizá en la voz ... Por sobre la acumulación de la vida,
por sobre todo lo que te vaya ocultando
–si es que eso sea ocultarte, que no lo será, que no
puede serlo–, yo te reconoceré siempre".
Allí saldrás, por el hilo delgado de la voz, por el brillo
nunca del todo extinto de tu diminuto verdor
en los ojos,
por el calor de la mano reconocible, por los besos
callados.
Por el largo silencio de los dos cuerpos mudos, que
se tientan, conocen.
Por el lento continuo emblanquecimiento de los
cabellos, que uno a uno haré míos.
Lento minuto diario que hecho gota nos une,
nos ata. Gota que cae y nos moja; la sentimos: es una.
Los dos nos hemos mirado lentamente.
¡Cuántas veces me dices: "No me recuerdes los años"!
Pero también me dices, en las horas del recogimiento
y murmullo:
"Sí, los años son tú, son tu amor. ¡Existimos!"
Ahora que nada cambia, que nada puede cambiar,
como la vida misma, como yo, como juntos...
Lento crecer de la rama, lento curvarse, lento
extenderse; lento,
al fin, allá lejos, lento doblarse. Y densa rama con
fruto, tan cargada, tan rica
–tan continuadamente juntos: como un don, como
estarse–,
hasta que otra mano que sea, que será, la recoja,
más todavía que como la tierra, como amor,