Vicente Aleixandre 7. EL PUEBLO ESTÁ EN LA LADERA

Nido de poesía: Nicolás de la Carrera
24 feb 2017 - 10:00
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miraflores_de_la_sierra_rubendeluis2
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Nombramos la entrega de hoy “El pueblo está en la ladera”, que corresponde a un título del grupo de poemas de “En un vasto dominio”, inspirados en la madrileña población de montaña Miraflores de la Sierra, donde, ya desde 1925, sobre todo en los veranos, pasó el poeta largas temporadas en contacto con la naturaleza, su gente, los libros y, sobre todo, la escritura de soñados, y a veces, sufridos versos.

En imagen, el encantador paisaje urbano de Miraflores, en original diseño de Rubén de Luis, notable pintor avecindado en su oleaje de piedra. Así describe Aleixandre la geografía de este pueblo en la ladera: “Arriba está ese monte, monte o montaña hirviente que en su entraña / solo piedras agita, / y en su ladera el pueblo, si no caído, / hecho allí por los hombres. / Allí arrastrado y allí al fin detenido / casi sobre el abismo o su figura; / al fondo sólo el llano…

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EN EL CENTRO DEL PUEBLO QUEDABA EL ÁRBOL GRANDE

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Álamo-Miraflores-1960b
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Hace casi un siglo, en el corazón de Miraflores latía poderoso el álamo (popularmente “negrillo” o “álamo negro”), que un día cantaría Vicente. En el centro de su sombra bordeaba el tronco un banco circular de piedra berroqueña. Tantas veces el poeta habría de sentarse por su orilla al fresco del mediodía…

En vísperas de su muerte, pidió Aleixandre la compañía de unas semillas, de alguna rama de su querido centenario árbol, deseo que le cumplieron. Fallecido el sevillano en 1984, solo dos años después refieren las estadísticas que el 82% de las olmedas españolas morían afectadas de grafiosis. Por aquellas fechas quedó también herido de muerte el álamo de Miraflores, que se secó, sin primavera, cuatro años después del fallecimiento del poeta. Hay quien murmura que acaso se marchitó de pena por la ausencia de su buen amigo el poeta Vicente…

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Y ALLÍ COBIJAN SU POSTRER ALIENTO

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El-álamo-en-2006-como-monumento-a-La-Vejez2
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Con buena voluntad, quisieron conservar los amantes del álamo todo lo posible su tronco y ramas muertas; y lo barnizaron y revistieron con mortero y cemento, se plantaron en su interior arbustos y enredaderas, se instaló un sistema de riego que, por desgracia, aceleró el proceso de pudrición. Al final, se colocaría, lo vemos en la imagen, la escultura de una anciana como abrazando el árbol, voluntariosa alegoría de la vejez…

Fracasado el intento de conservación del álamo, en este momento hay un proyecto en marcha, y aprobación de vaciado a la cera perdida del relieve del tronco, en molde, y su posterior fundición en bronce. Podría situarse en el exacto lugar del álamo tradicional y convertirse en un monumento de extraordinaria belleza plástica y afectiva

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EL POETA EN MIRAFLORES LEE Y ESCRIBE VERSOS

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El-poeta-leyendo-en-Miraflores-hacia-1960.2
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Resonando teología de “Sombra del paraíso”, en “El álamo” celebra el poeta de la Naturaleza la mágica protección del centenario ejemplar de Miraflores de la Sierra (se sospecha que fue uno de los numerosos árboles que ordenara plantar Carlos III en la plaza Mayor de los pueblos de España). La tierra, fecundada por cuerpos de sucesivas generaciones, se hizo árbol, surgido como lava en erupción benéfica. Las casas bajas del entorno, y su gente, elevan con nobleza la mirada hacia “aquel cielo de verdor / que hacía música o sueño.”

Más que árbol viejísimo y vigilante, ha sido el álamo el “Abuelo siempre vivo del pueblo, / augusto por edad y presencia.” Fueron los vivos regresando a su sombra: bajo el árbol se acaban… “Despeñado, colgante, quedó el pueblo agrupado bajo el árbol…” Y sus hombres se fueron asomando hasta perderse a lo lejos, hacia el confín sin límites… El verso final resulta tan romántico como desilusionante: “Y no hay ya más que álamo, que es el único cielo de estos hombres.”

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EL ÁLAMO

En el centro del pueblo

quedaba el árbol grande.

Era una plaza mínima,

pero el árbol viejísimo

la desbordaba entera.

Las casas bajas como animales tristes

a su sombra dormían. Creeríase

que a veces levantaban una cabeza, alzasen

una noble mirada y viesen aquel cielo de verdor

que hacía música o sueño.

Todo dormía, y vigilante alzaba

su grandeza el gran álamo.

Diez hombres no rodearían su tronco.

¡Con cuánto amor lo abrazarían midiéndolo!

Pero el árbol, si fue en su origen (¿quién lo sabría ya?)

una enorme ola de tierra que desde un fondo reventó,

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y quedóse,

hoy es un árbol vivo, Abuelo siempre vivo del pueblo,

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augusto

por edad y presencia.

A su sombra yacen las casas, viven,

se despiertan, se abren: salen los hombres, luchan,

trabajan, vuelven, póstranse. Descansan.

A veces vuelven y allí cobijan su postrer aliento.

Bajo el árbol se acaban.

El pueblo está en la escarpa de una sierra.

Arriba la Najarra,

Abajo la llanura, como una sed enorme de perderse.

Despeñado, colgante, quedó el pueblo agrupado bajo

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el árbol.

Quizá contenido por él sobre el abismo.

Y sus hombres se asoman

en su materia pobre desde siglos

y echan sus verdes ojos, sus miradas azules,

sus dorados reflejos, sus limpios ojos claros u

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oscurísimos,

ladera abajo, hasta rodar en la llanura insomne

y perderse a lo lejos, hasta el confín sin límites que

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brilla

y finge un mar, un puro mar sin bordes.

El árbol:

un álamo negro, un negrillo, como allí se nombra.

El álamo: “Vamos al álamo.” “Estamos en el álamo.”

Todo es álamo.

Y no hay ya más que álamo, que es el único cielo

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de estos hombres.

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Y DESDE ELLA SURTE, COMO NACIENDO AÚN

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La madre joven” es otro hermoso poema de la sección “El pueblo está en la ladera”. Una joven madre disfruta, apoyada en un árbol –“momento sagrado”– la actividad del hijo que sostiene en sus brazos. Las pataditas del invisible pequeño que celebraba por su vientre, ahora son gozoso espectáculo de quien “pernea y golpea, y afirma, y bate el aire…” Pero no: todo es madre. “Ese niño aún no existe…” ¿O sí? Es su espejo, su doble; su rostro es luminoso. Y se lo presenta a la tierra, al aire, al Cosmos. “Y ella alza / al hijo. –Hija tú, más que él–. / Y lo ofrenda, aún más madre…”

Dos poemas que podrían enriquecer la lectura de “La madre joven”: “Presentación a los pájaros”, de Luis Felipe Vivanco (pulsar). Y "El amor”, de María Victoria Atencia (pulsar).

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LA MADRE JOVEN

La madre empieza

en el pie diminuto de su hijo.

Allí se tienta a ella; aquí está ella.

Lo tiene en brazos,

y esa rosa fuerza que impera,

que pernea y golpea y afirma, y bate el aire, hermosa

irrumpe desde el seno. Pero es

aún la madre, y desde ella

surte como naciendo aún. Aún un bloque

indistinto, aquí erguido.

La piernecilla sube toda grosor y espuma rumbo

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a un cielo:

el diminuto vientre o flor oferta.

Pero esa redondez se resuelve en hervores,

en borbotón o pecho sucedido:

masa en flor, o su aroma.

Los diminutos hombros, el cuello mínimo, esa

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concentración

de luz que es el rostro indeciso del niño,

un instante una forma propia ofrece: sonríe.

El mundo allí ha cuajado una expresión. Se espera,

algo se espera si se mira, y arde

un instante esa luz.

Pero no: todo es madre. Ese niño aún no existe.

La madre... Aquí está ella, veraz, sí, limitada.

Es muy joven. Es hija de este pueblo. Ha salido.

¿Va hacía la fuente? Marcha casi solemne. Apoya

su espalda en ese árbol, un momento sagrado,

y respira, y contempla. No lo sabe y se mira

a sí, pues mira al niño. —Oh, espejo en luz fundida—.

Ella es joven, serena. Su tez no está aún golpeada,

tundida como un cuero por el sol espantoso.

Tenuidad y colores efunde en suaves mezclas

inestables. Sus ojos, del matiz de las uvas

agraces, penden, brindan—oh, esa luna refleja—

y allí pone los labios. ¡Oh, nunca, allí, distinta!

El pelo candeal toma sol, aún no ha ardido

del todo. Aún brilla con la llama perenne

que no dura. Y ella alza

al hijo. —Hija tú más que él—.

Y lo ofrenda, aún más madre.

La madre no es el hijo, del todo. Desde un borde

cesa de serlo y hace

cada noche el ensayo cuando yace en la cuna.

Poco a poco, distintos. El niño allí tendido,

en realidad se yergue, contempla, extiende un paso.

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VICENTE ALEIXANDRE

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Nobel de Literatura 1977

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1. ¿Qué poemas conoces del Nobel español?

MANO ENTREGADA

TEN ESPERANZA

2. En la plaza

EN LA PLAZA

EL VIEJO Y EL SOL

3. Anhelan enlazar sus almas

EL ALMA

TENDIDOS, DE NOCHE

AL COLEGIO

4. Un corazón que late en toda edad

ASCENSIÓN DEL VIVIR

NO QUEREMOS MORIR

5. Sombra del paraíso

NO BASTA

6. El niño de Vallecas

NIÑO DE VALLECAS

PIE PARA EL NIÑO DE VALLE. DE VELAZQUEZ, de L. Felipe

7. El pueblo está en la ladera

EL ÁLAMO

LA MADRE JOVEN

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