"Su voz sigue llamando a la transformación personal y comunitaria, a seguir a Jesús con valentía y sin condiciones" El Legado de Francisco: humildad, servicio y una fe que transforma el mundo

A dos meses de su partida terrenal, la memoria del Papa Francisco resuena con la fuerza de sus primeras enseñanzas, aquellas certezas compartidas en sus misas matutinas y audiencias generales que definieron la esencia de su pontificado
Francisco sorprendió al afirmar que "El Señor a todos, a todos nos ha redimido con la sangre de Cristo: a todos, no solo a los católicos. ¡A todos! 'Padre, ¿y los ateos?’. A ellos también". Esto nos impone "el deber de hacer el bien" a todos, sin importar ideologías o religiones, pues matar "en nombre de Dios" es una "blasfemia"
| Llucià Pou Sabaté
A dos meses de su partida terrenal, la memoria del Papa Francisco resuena con la fuerza de sus primeras enseñanzas, aquellas certezas compartidas en sus misas matutinas y audiencias generales que definieron la esencia de su pontificado. Más allá de las grandes encíclicas o discursos históricos, fueron estas reflexiones iniciales las que delinearon su visión de una Iglesia en salida, un evangelio vivo y una fe que se encarna en el servicio y el amor universal. A la luz de su legado, se torna urgente confrontar algunos de los desafíos más acuciantes de la Iglesia y del mundo contemporáneo: el papel de la mujer en la Iglesia, la secularización creciente, la crisis de confianza en las instituciones eclesiásticas, el celibato eclesiástico, el surgimiento de nuevas pobrezas materiales y espirituales, los fenómenos migratorios que interpelan a la comunidad cristiana a renovar su vocación de acogida, la utopía de la paz en un mundo lleno de violencia... Y aunque se van viendo las diferencias con el papa León XIV, sin duda en lo esencial vemos la coincidencia y continuidad.
Una de las columnas vertebrales de su mensaje fue el poder milagroso de la oración y la fe auténtica. Se inspiraba en ejemplos de oración valiente, humilde y fuerte: "La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer!". Criticó la falta de fe que nace de un "corazón cerrado" que busca "tener todo bajo control" y no se entrega a Jesús. Su petición era clara: "Señor, creo, ayúdame en mi incredulidad".
El pontífice desafió la noción mundana del poder en la Iglesia, afirmando que "el verdadero poder es el servicio". Jesús mismo "no vino para ser servido, sino para servir, y su servicio ha sido más bien el servicio de la Cruz". Para un cristiano, "progresar significa abajarse". Francisco fue categórico: "La lucha por el poder en la Iglesia no debe existir". En un eco profundo de esta visión, señaló que la verdadera promoción en la Iglesia es ser "ascendido a la Cruz, fue promovido a la humillación. Esa es la verdadera promoción, ¡aquella que nos ‘asemeja’ mejor a Jesús!".

La evangelización, para Francisco, es la misión esencial de la Iglesia, impulsada por el Espíritu Santo. No es tarea de unos pocos, sino "la mía, la tuya, nuestra misión", y debe realizarse "sobre todo con la vida". El Espíritu Santo es el "verdadero motor de la evangelización", que infunde "coraje" y "franqueza (parresía)" para proclamar el Evangelio. Además, el Espíritu fomenta la unidad y la comunión, superando las divisiones, a diferencia de la confusión de Babel. El Papa nos instó a examinar si nuestra vida genera unidad o división, advirtiendo contra "el chisme, la crítica, la envidia". Recalcó que la evangelización debe "siempre comenzar con la oración", pues "sin la oración, nuestras acciones se vuelven vacías y nuestro anunciar no tiene alma".
Un pilar fundamental de su enseñanza fue la convicción de que "hacer el bien" es un principio universal que "une a toda la humanidad", creando "aquella cultura del encuentro que es el fundamento de la paz". Francisco sorprendió al afirmar que "El Señor a todos, a todos nos ha redimido con la sangre de Cristo: a todos, no solo a los católicos. ¡A todos! 'Padre, ¿y los ateos?’. A ellos también". Esto nos impone "el deber de hacer el bien" a todos, sin importar ideologías o religiones, pues matar "en nombre de Dios" es una "blasfemia".
El Papa Francisco también definió la identidad cristiana como la "sal" que da sabor al mundo, no para guardarse, sino "para darla, es para condimentar". Advirtió contra el riesgo de ser "cristianos insípidos" o "cristianos de museo", que exhiben su fe pero no la viven con sabor. Para que la sal no pierda su fuerza, es necesaria una doble "trascendencia": el servicio a los demás y la oración de adoración a Dios.

En una llamada a la radicalidad evangélica, Francisco pidió la gracia de "soportar con paciencia" las dificultades y "vencer con amor". La verdadera victoria cristiana es la fe que nos lleva a amar a todos. La "prueba de que estamos en el amor es cuando oramos por nuestros enemigos". Quienes no perdonan y no oran por sus adversarios se convierten en "cristianos derrotados".
Francisco abogó por una Iglesia de puertas abiertas y de acogida. Advirtió con vehemencia contra la "burocracia" eclesiástica, pidiendo "¡No debemos instituir el octavo sacramento, el de la aduana pastoral!". La fe del pueblo es sencilla y busca ser "tocada por el Señor", y la Iglesia debe facilitar este encuentro, no poner obstáculos. Jesús se indigna cuando se cierran las puertas a quienes buscan la gracia.
Nos instó a despojarnos de la "cultura del bienestar" que nos hace "perezosos, egoístas" y nos "quita el coraje", y del "encanto por lo temporal" que nos impide asumir las "propuestas definitivas" de Jesús, verdades sencillas pero profundas: una fe viva que ora con audacia, un poder que es servicio humilde, una evangelización que emana del Espíritu y se abre a todos, un bien que une a la humanidad, una identidad cristiana que da sabor y una Iglesia que acoge sin barreras, superando las trampas del bienestar y lo efímero. Su voz sigue llamando a la transformación personal y comunitaria, a seguir a Jesús con valentía y sin condiciones.
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