David Jou: “Mi poemario es un eco de lo que siento cuando estoy en la Sagrada Familia”
El poeta y físico escribe una nueva obra para acompañar espiritualmente al lector en el templo de Gaudí
El físico y poeta David Jou insiste en que su nuevo libro, Pregar amb Gaudí des de la Sagrada Família (Claret), no es una interpretación de la Sagrada Familia, sino “un eco”. Cuando se le pregunta qué espera que sea este volumen ante la “oración de piedra” de Gaudí, la respuesta es clara: “Un eco de aquello que yo sentía, procurando centrarlo en palabras”. Esta idea de resonancia —no de sustitución ni de traducción— atraviesa todo el libro.
Un eco escrito de una oración de piedra
La conversación con Jou tiene lugar en el Museo Diocesano de Barcelona, un espacio que dialoga con esa voluntad de continuidad entre tradición, palabra y mirada contemporánea. Y donde el poeta habla con la misma precisión contenida que se encuentra en sus textos.
Desde el principio deja claro que escribir este libro no ha sido un ejercicio literario distanciado. “Ha sido sobre todo una participación emotiva y tan profunda como he podido en la oración de Gaudí expresada en piedra”, afirma. En este sentido, el formato breve y poético de la obra no es casual: le permite, admite, “acompañar al lector” y facilitar una lectura que pueda hacerse tanto dentro de la basílica como desde casa, “en medio de una oración, también, teniendo presente la Sagrada Familia sin estar allí”.
En la Fachada del Nacimiento, Jou pone en primer plano una lectura incómoda. El Niño no es solo fragilidad y luz, sino también amenaza. “En muchos lugares, el cristianismo vive esto, está perseguido”, dice, y añade que esta experiencia no es exclusiva de los cristianos, sino de “mucha otra gente acosada”. En este contexto, la frase del poema cobra todo su peso: “El enemigo se toma más en serio la fe —para ahogarla— que el creyente para vivirla y hacerla brillar”. Al preguntarle si esto es una crítica a una fe domesticada, responde sin rodeos: “Sí. Hay cierta desgana o abandono espiritual. Es un poco triste”.
El Nacimiento, insiste, no es un hecho cerrado en el pasado. Cuando escribe que “continúa para siempre”, no habla solo de teología, sino “de una exigencia ética, sobre todo, y además emotiva, ética, emocional y ontológica”. Para Jou, “somos una realidad en nacimiento continuo, en reeducación y ampliación”.
La Fachada de la Pasión concentra el núcleo más denso del libro. El poema se abre con la pregunta “¿Dónde empieza Dios? ¿Dónde acaba Dios?”, y Jou defiende que la poesía puede formular estas cuestiones con una desnudez que el ensayo no siempre permite. “Un ensayo obliga a matizar mucho y a responder de manera más profunda; en cambio, la poesía tiene la ventaja de formular directamente la pregunta sin precedentes teóricos”. En la cruz ve “el espejo de la condición humana”: “Es el momento más místico de la historia divina, en el que Dios participa de aquello más alejado de él, es decir, la muerte, el sufrimiento y la injusticia”, justifica el poeta.
La Gloria, en cambio, es presentada como una realidad radicalmente abierta. Jou recuerda que la fachada aún no está construida, y que esto no es solo un hecho arquitectónico, sino también espiritual. “Arquitectónicamente es una pregunta abierta. Y espiritualmente —continúa— es una pregunta abierta: cómo será el otro mundo, qué clase de realidad hay”. De aquí nace la idea de que la Gloria solo puede “balbucearse”, no poseerse. “Querer convertirla en una gloria terrenal”, advierte, es “aprovecharse de ella” y perder su misterio.
En el poema dedicado a las torres de los evangelistas, la palabra adquiere una dimensión claramente política y cultural. Jou habla de un tiempo marcado por “tanta manipulación de la verdad” y ve en los evangelistas el testimonio de “una palabra integradora”. De ahí la petición poética de que sean “nuestros pararrayos contra grandes mentiras”, contra el odio y las divisiones destructivas.
En la Torre de Jesucristo, la mirada del científico y la del creyente confluyen. Así, Jou afirma que la pregunta sobre qué hay “más allá” no es solo religiosa, sino universal: “Es universal. La física, por ejemplo, descubre cosas que ni siquiera habías sospechado”, asegura. La fe, aquí, no se opone a la materia, sino que la toma en serio.
El poema sobre la naturaleza también evita lecturas simplistas. El autor, en este sentido, advierte del peligro de confundir la fascinación por el bosque con el olvido de Dios, una crítica que extiende “a nuestra visión del mundo en conjunto”. A la vez, alerta contra una técnica y un dinero que separen al ser humano de la naturaleza. No ofrece recetas: “No es fácil. Y no tengo soluciones fáciles”. Pero apunta una actitud: “Si no tuviéramos tanta prisa y más visión de los otros, quizá avanzaríamos”.
El libro se cierra con Antoni Gaudí y Ramon Llull como símbolos de una razón ampliada, y en ellos Jou se reconoce plenamente: “Siempre ha sido así. Esta mística catalana aprecia mucho la razón y ve a Dios dentro de la razón”, subraya. No se trata de negar la racionalidad moderna, sino de evitar que quede reducida a “ciencia, tecnología y economía”.
Cuando se le pregunta qué le gustaría que quedara en el lector al terminar el libro, la respuesta vuelve a ser coherente con todo el recorrido: “Una inquietud sobre todo. Inquietud de narrativa y curiosidad”. No una conclusión, no una doctrina, sino una apertura.
Y así, el libro se confirma como aquello que Jou anunciaba desde el principio: no la voz principal, sino un reflejo. Un eco discreto, escrito, de una oración que sigue vibrando en piedra y que pide ser escuchada más que explicada.