Un llamado evangélico a Moverse humanamente en un mundo desigual El peregrino, el turista y el inmigrante

El peregrino, el turista y el inmigrante
El peregrino, el turista y el inmigrante

Viajar es expresión de la búsqueda de sentido que también revela las injusticias del mundo. Peregrinos, turistas e inmigrantes son movilidades que reflejan desigualdades y anhelos. La fe bíblica invita a mirar el viaje no como privilegio, sino como vocación profética y conversión radical.

¿Es necesario viajar tanto en un mundo marcado por el sufrimiento y la desigualdad? … saturamos ciudades, agravamos desigualdades y contaminamos mientras millones que viajan para sobrevivir son estigmatizados... Viajando menos y con más conciencia, el turismo podría sanar tanto al viajero como al mundo que visita.

El inmigrante es el rostro más desgarrador de la desigualdad global. No elige su viaje, lo sufre. Su éxodo no es turismo ni devoción, sino grito de vida. Su movilidad no es amenaza, sino un llamado a nuevos caminos para la humanidad.

La verdadera peregrinación no es turismo para devotos acomodados, ni ruta de apariciones de moda. Es travesía de conversión con los ojos abiertos al sufrimiento del mundo. La fe no depende de secretitos mesiánicos o actos multitudinarios para exhibir músculo eclesiástico, sino que nos envía a la liberación compasiva (Lc 4,18).

Desde los albores de la humanidad, viajar es más que desplazamiento físico: ha reflejado la condición humana en búsqueda y espera, pero también un reflejo de las profundas desigualdades. La reflexión bíblica mira el viaje no solo como experiencia individual, sino como llamada profética de justicia, solidaridad y conversión. Estas formas de viajar —el peregrino, el turista y el inmigrante— revelan riquezas y heridas sociales y nos desafían a responder con una esperanza activa y una conversión radical.

Viajar también enfrenta una paradoja ética: mientras el turismo global emite el 8% de los gases de efecto invernadero (Nature, 2018), millones migran forzados por crisis climáticas que estos mismos viajes agravan. Vivimos esta contradicción: ¿cómo conciliar la movilidad humana con la justicia ecológica y social? El Evangelio nos llama a transformar todo viaje en acto profético - reduciendo nuestra huella, privilegiando transportes sostenibles y denunciando las estructuras que hacen del desplazamiento un lujo para pocos y necesidad dramática para muchos.

Estos modos de desplazamiento son espejos de la desigualdad, que desde la fe cristiana liberadora, podemos transformar un camino hacia un mundo más humano.

¿Es necesario viajar tanto? Repensar el ocio como camino, desde la turistificación escandalosa al viaje misericordioso

En un mundo marcado por el sufrimiento y la desigualdad, cabe preguntarse si es necesario viajar tanto como lo hacemos. ¿Tiene sentido saturar ciudades, derrochar recursos y convertir paisajes en escenarios para la vanidad, mientras millones apenas sobreviven? El turismo masivo y mercantilizado alimenta una cultura de evasión y derroche, donde se acumulan fotos, no memorias, y se olvida el clamor de los empobrecidos. Esta hiperactividad viajera a menudo disfraza de libertad un consumismo insostenible e inmoral.

Sin embargo, viajar no debe ser condenado, sino transformado. El ocio tiene un profundo sentido humano y espiritual cuando se vive con sobriedad, solidaridad y respeto por la Creación. No todo viaje es huida ni todo descanso es egoísmo. Al contrario, cuando el desplazamiento se convierte en oportunidad de encuentro, contemplación y fraternidad, el turismo puede sanar tanto al viajero como al mundo que visita.

viajar desigual

Viajar menos, pero con más conciencia, puede ser un acto de amor. Optar por un ocio que no explote ni excluya, por una movilidad que no agote la Tierra ni ignore a los pobres, es hoy una forma concreta de conversión y anuncio del Evangelio. Jesús nos mostró un camino distinto: itinerante, compasivo, cercano. Su modo de “viajar” no saturaba, sino que liberaba.

¿Y si aprendiéramos a descansar como Él, desde la austeridad, la escucha y la hospitalidad? Entonces, el ocio dejaría de ser privilegio para convertirse en oración con los pies, donde cada paso no exhibe poder, sino que construye paz. Porque la esperanza no está en recorrer el mundo entero, sino en recorrerlo desde la construcción del prójimo, como samaritanos. La obsesión consumista por llegar a todas partes termina dejando el alma sin llegar a ninguna, porque el corazón egoísta siempre carga con su propio exilio.

El Peregrino: Búsqueda Espiritual y llamada a la Justicia

La peregrinación bíblica no es un mero viaje, sino una experiencia espiritual que nos invita a salir de nosotros mismos. Desde el éxodo de Abraham hasta la vida itinerante de Jesús, que "no tiene dónde recostar la cabeza" (Lc 9,58), la fe se vive en el movimiento, la vulnerabilidad y la apertura a la voz de Dios. El santuario de piedra es un símbolo, pero el verdadero destino del peregrino cristiano es el encuentro con el pobre, el excluido y el extranjero, donde Cristo mismo nos espera (Mt 25). En el cristianismo, el santuario de Dios es el pobre y hallarlo es fruto  del largo peregrinaje de la compasión.

El verdadero viaje espiritual no es un paquete turístico para devotos acomodados, ni una ruta de apariciones marianas convertidas en espectáculos de moda piadosa. Cuando el turismo religioso se olvida de los pobres y migrantes que caminan esas mismas rutas buscando dignidad, traiciona el Evangelio. Y cuando la fe se reduce a milagros privados y devociones descontextualizadas, se vuelve un refugio sectario y estéril, desconectado del dolor del mundo. La verdadera fe no busca secretos mesiánicos o actos multitudinarios de músculo eclesiástico, sino que nos llama a la liberación compasiva de los oprimidos (Lc 4,18).

peregrinos

Peregrinar no es huir del mundo, sino caminar con una "mística de ojos abiertos" (Metz) capaz de ver el dolor y detenerse ante él, como el Buen Samaritano. La espiritualidad cristiana no es una ruta de selfies, sino un camino de conversión que nos lleva a la solidaridad concreta. Jesús nos recuerda: "Fui forastero y me recogiste" (Mt 25,35); ahí se juega la verdad de nuestra fe. La peregrinación auténtica es una escuela de compasión que escucha a Dios y se vuelve sensible al clamor de los excluidos.

Ser "peregrinos de esperanza" es asumir una vocación profética que denuncia la injusticia y se compromete con la liberación de los oprimidos. Una fe que no se compromete con la justicia está muerta. Solo una mirada convertida, caminando austeramente junto a los pobres, hace visible el Reino de Dios. La Tierra Santa no está al final del viaje, sino en cada gesto de amor que transforma el camino en un lugar sagrado, donde la justicia y la dignidad florecen.

El inmigrante: frontera de la desigualdad, semilla de la liberación

El inmigrante encarna la herida más abierta de la desigualdad global. No viaja por elección, sino por necesidad: escapa de guerras, pobreza y persecuciones. Su viaje es un grito desesperado de supervivencia, no de aventura. En él, la fe cristiana descubre un signo profético urgente. “Fui forastero y me acogiste” (Mt 25,35) no es un ideal piadoso, sino el núcleo de una Iglesia que, si quiere seguir a Cristo, debe reconocerlo en los desplazados. Ellacuría los llamó “los crucificados de la historia”, recordándonos que el sufrimiento migrante no es casual, sino fruto de estructuras de pecado: guerras por poder, economías extractivas y fronteras mortales.

Con 304 millones de migrantes en 2024 (ONU) y miles de muertos en rutas hacia Europa y EE. UU., la tragedia no es inevitable, sino gestionada por una “necropolítica” de un "sistema que mata" (Francisco). Frente a este horror, el Evangelio no invita a compadecerse desde lejos, sino a comprometerse activamente: acoger, proteger, integrar y promover (Francisco). Mateo 25 nos juzga por nuestra respuesta concreta a este Signo doloroso de los Tiempos.

la era de la migración

La movilidad humana no es amenaza, sino oportunidad de conversión: de corazones, de políticas, de estructuras. La comunidad cristiana está llamada a ser familia sin muros, refugio y profecía encarnada. Es hora del patriotismo samaritano que transforme el mundo, no que lo retrotraiga a una nueva inquisición de identidades asesinas y falsas purezas étnicas y religiosas. Migrar no debe ser condena, sino camino de dignidad compartida.

Conclusión: La Movilidad Humana como Llamado Profético a la Justicia y la Esperanza

Viajar es un acto espiritual y político. Desde el turismo de lujo hasta las migraciones forzadas, revela las heridas abiertas del mundo: desigualdades extremas, despojos silenciosos, vidas descartadas. El viaje del peregrino, el turista y el inmigrante son, en su esencia, llamadas a la conversión. Nos desafían a mirar con ojos nuevos las heridas del mundo y a responder desde la fe y la justicia. La esperanza cristiana no es una ilusión, sino un incendio civilizatorio para transformar las estructuras injustas en sendas de liberación y dignificación de los excluidos.

Ante el dolor humano, el Evangelio no es conformismo, sino conversión. La esperanza cristiana no es evasiva, es fuerza profética: denuncia lo injusto, abraza al herido, construye fraternidad y cuida la casa común.

Como proclama Isaías 61, somos ungidos para vendar, liberar y anunciar buenas noticias a los pobres. Esa es nuestra misión. El Papa Francisco nos urge a salir de la comodidad, a escuchar el clamor de los excluidos y actuar (EG 198). ¿Qué sentido tiene un viaje si no nos transforma? ¿De qué sirve la fe si no camina junto al oprimido? Solo una esperanza encarnada, comprometida y compasiva puede convertir nuestros pasos en senderos de justicia, donde la misericordia reconstruya lo que el egoísmo ha destruido.

La verdadera peregrinación no mide distancias recorridas, sino puentes construidos entre Dios, seres humanos y con la Creación. En un mundo de recursos limitados, movernos con conciencia se convierte en ejercicio espiritual de conversión ecológica y solidaria, donde cada paso sea gesto de fraternidad antes que de consumo.

Cada desplazamiento es oportunidad de cambiar. La esperanza consiste en ser denuncias vivas de desigualdades inhumanas y caminar juntos, en un Pueblo que incluye. Porque, como nos recuerda Jesús en Mateo 28,19, somos enviados a “hacer discípulos a todas las naciones”, en un mundo donde cada viaje puede ser un acto de liberación, una semilla de esperanza y un paso hacia la justicia definitiva del Reino de Dios.

poliedroyperiferia@gmail.com

Volver arriba