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Comienzan a cerrar las puertas jubilares

Marta no murió sola.

Marta era una ancianita que vivía en una casa humilde de Albera, sola, pues era viuda, no tuvo hijos y ya no le quedaba más familia.

Hasta que llegó el maldito virus y la llevó al hospital.

Durante el trayecto, nadie la acompañó, salvo los enfermeros de urgencias.

Y sólo estuvo rodeada de enfermeros cuando la intubaron en la UCI.

Mas una monjita llamada sor Consuelo, que siempre andaba por allí asistiendo enfermos, se dio cuenta y en adelante pasó los días y las noches junto a Marta.

A riesgo de contagiarse, le cogía la mano y le contaba anécdotas.

Luego sor Consuelo llamó a un sacerdote para que también acompañara a Marta.

Y al fin Marta tuvo la dichosa compañía eterna de los ángeles en el cielo.

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