Quisiera que viéramos en esa señora de Samaría, esa que dio agua y posada a Jesús y a los suyos, que viéramos en ella a doña Fabiola, hoy que la estamos recordando en el primer aniversario de su muerte.
Así es pues en esta lucha, o mejor en este ovillo en que se ha vuelto nuestro mundo, nuestra Colombia, nuestra vida, hay que tener paciencia, mejor ternura, la ternura que es más fuerte que los puños; no apretar más las cosas sino aflojarlas...
Ella sabía también que el cirirí tiene la fuerza para vencer al gavilán; si nos ponemos a hacer cálculos sin fe no lo vamos a poder creer: los gavilanes son grandes y se ven fuertes, los ciriríes son pequeños y comparados con los primeros parecen débiles. El cirirí puede vencer al gavilán, esa es una verdad difícil de creer, es una verdad de fe y puede desafiar las lógicas que este mundo de poderosos y del mejor postor nos ha inculcado.
Hay otra vasija en la que doña Fabiola nos da de beber y es la del nombre, la del nombre de cada persona, el nombre que da el amor al nacer, el que dan las mamás. Cuando la familia empezó a buscar a Luis Fernando les hablaban de “Alias Jacinto” y era que así, con ese nombre descarado lo habían desaparecido… “Alias Jacinto” un nombre dado por la muerte, por un aparato de muerte… y la doña Fabiola nunca se resignó a ese alias… su hijo era Luis Fernando, así lo había llamado su amor al nacer, al hundirlo en el amor de Dios, en el bautismo...