Hay dos hechos sucedidos en esta pascua, y sólo en apariencia desconectados, que mueven esta reflexión que les propongo: la Virgen de palo que lloró y la semana de solidaridad con las víctimas del conflicto.
Tenemos un cristianismo cínico que se conmueve y grita milagro cuando llora una imagen de palo o de yeso, no cuando llora la carne herida y sufrida… todo esto, tan extraño al Evangelio, da mucho para pensar: tal vez en la mente de muchos fieles Dios no se encarnó, no se hizo humano, Dios se “empaló”, se hizo palo; o se “enyesó”, se hizo yeso; mientras sean las estatuas las que nos conmueven tenemos que ser honestos y decir que perdimos la religión de la encarnación y nos quedamos con la del “empalamiento” o la del “enyesamiento”.
Durante la jornada, me entré por curiosidad a algunas iglesias del centro, a ver qué decían los predicadores de todo esto que pasaba afuera, de las víctimas que estaban en las calles, y no decían nada...si la Iglesia no logra conmovernos ante el dolor de las víctimas, y si no logra que veamos a Cristo en los crucificados de hoy, los que también están resucitando y actualizan el misterio de Dios, es que ha perdido sentido, está llamada a desaparecer, ya no tiene nada que ofrecer.
Sí la Iglesia nos inspira para conmovernos ante las lágrimas de la imagen de Rioblanco, pero no nos dota de compasión ante las lágrimas de las víctimas, ya no es más la Iglesia de Jesús, se trata de otra religión, la religión de Jesús, allí donde él da culto, allí donde se pone en éxtasis, es el sufrimiento de los pobres.
Termino con una cita de Juan Bautista Metz, el mismo teólogo que nos hablaba de la autoridad de los que sufren: “Si no se escucha en nuestras homilías sobre la resurrección el grito del Crucificado, entonces este anuncio es mitología sobre la victoria, y en ningún caso el corazón de la teología cristiana”.
Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, las puertas de la indiferencia sí que lo lograrán.