Se cumplen hoy, 14 de mayo, 44 años de la masacre del río Sumpul, también conocida como masacre de Las Aradas; el día en que las aguas del rio que separa El Salvador de Honduras, vieron correr en ellas la sangre y las lágrimas de los campesinos pobres que huían; el día en que murieron más de seiscientas personas inocentes, muchos de ellos niños y niñas.
La semana pasada, tuve la gracia de visitar El Salvador, de llegar hasta Chalatenango, y de escuchar a algunos de los sobrevivientes, ya mayores, que contaban la historia de lo sucedido y transmitían la memoria a los jóvenes de su comunidad. Es una memoria frágil, contra el olvido, la impunidad y el negacionismo campantes, y es una memoria que salva porque relata la pasión del pueblo que es la de Dios.
Comparto con mis lectores de Religión Digital este relato que escuché y del que pedí una copia. Agradezco a Caritas de la diócesis de Chalatenango, a Eduardo Maciel y a todos los que nos acogieron.
En este día de aniversario, muchos salvadoreños están peregrinando al río Sumpul, camino a Las Aradas, para hacer memoria; los invito a que acompañemos sus pasos y oración leyendo el relato de las víctimas.