En su encuentro con la Iglesia local en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano El Papa denuncia "la traición de personas y organizaciones que especulan con la desesperación"

El Papa, en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano
El Papa, en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano RD/Captura

El perdón "es el único modo para no sentirnos aplastados por la injusticia y la opresión, incluso cuando, como hemos oído, nos traicionan personas y organizaciones que especulan sin escrúpulos con la desesperación de quien no tiene alternativas"

Sobre los jóvenes, el Papa pidió, "incluso entre los escombros de un mundo con dolorosos fracasos, ofrecerles perspectivas concretas y viables de renacimiento y crecimiento para el futuro"

"Si queremos construir la paz, anclémonos al cielo y, firmemente dirigidos hacia allí, amemos sin miedo a perder lo efímero y demos sin medida". Fueron las palabras –citando una imagen muy querida por el papa Francisco– de León XIV en su encuentro, esta mañana, tras su visita al Monasterio de San Marón en Annaya, en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa con los obispos, sacerdotes, consagrados y agentes pastorales, en lo que es su segunda jornada en el país de los cedros.

"Permaneciendo con María junto a la cruz de Jesús (cf. Jn 19,25), nuestra oración —puente invisible que une los corazones— nos da la fuerza para seguir esperando y trabajando, incluso cuando a nuestro alrededor retumba el ruido de las armas", remarcó el papa Prevost, aludiendo al lema de esta etapa de su primer viaje internacional, «Bienaventurados los que trabajan por la paz», afirmando en este sentido que "la Iglesia en Líbano, unida en sus múltiples rostros, es un ícono de estas palabras"

Creemos. Crecemos. Contigo

Tras la bienvenida ofrecida por el patriarca de los Armenios de Cilicia y de escuchar los testimonios de un sacerdote, un agente pastoral, el director de una escuela católica y un capellán de una prisión, luego de la lectura del Evangelio, el Pontífice pronunció su homilía, en donde se refirió a tres cuestiones de gran relevancia para la Iglesia en el Líbano: el perdón, las acogida a los migrantes y refugiados y la educación.

Sobre el perdón, recogiendo una cita de Benedicto XVI durante su viaje al Líbano en 2012, señaló Robert F. Prevost que "es el único modo para no sentirnos aplastados por la injusticia y la opresión, incluso cuando, como hemos oído, nos traicionan personas y organizaciones que especulan sin escrúpulos con la desesperación de quien no tiene alternativas".

"Sólo así –añadió– podremos volver a esperar en el mañana, a pesar de la dureza de un presente difícil de afrontar. A este respecto, pienso en la responsabilidad que todos  tenemos hacia los jóvenes. Es importante favorecer su presencia, también en las estructuras eclesiales, apreciando su aportación de novedad y dándoles espacio. Y es necesario, incluso entre los escombros de un mundo con dolorosos fracasos, ofrecerles perspectivas concretas y viables de renacimiento y crecimiento para el futuro". 

Haciéndose eco del testimonio de refugiados que llegaron al Líbano huyendo del horror de la guerra, el Papa destacó que ese sufrimiento "nos obliga a comprometernos para que nadie tenga que huir de su país debido a conflictos absurdos y despiadados, y para que quien llama a la puerta de nuestras comunidades nunca se sienta rechazado, sino acogido con las palabras que la propia Loren citó: '¡Bienvenido a casa!'”.  

El Papa y el patriarca de los Armenios de Cilicia
El Papa y el patriarca de los Armenios de Cilicia RD/Captura

Finalmente, León XIV, recordando la atención que la Iglesia en Líbano siempre ha prestado mucha atención a la educación, los animó a todos "a continuar con esta loable labor, asistiendo sobre todo a quien pasa necesidad y a quien carece de medios, a quienes se encuentran en situaciones extremas, con decisiones  guiadas por la caridad más generosa, para que la formación de la mente vaya siempre unida a la educación del corazón".

El encuentro finalizó con el gesto simbólico de entregar la Rosa de Oro al Santuario, la bendición, entrega de ofrendas y fotos con los obispos y patriarcas. Antes de subir a su coche y dirigirse hacia la Nunciatura Apostólica por calles donde nunca faltó gente soportando la espera y la lluvia para poder verlo al menos fugazmente, León XIV bendijo la piedra angular de la Ciudad de la Paz, de Tele Lumiére y Noursat.

Leon XIV en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa
Leon XIV en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa RD/Captura

La homilía de Papa

Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, religiosos y religiosas, hermanos y hermanas, ¡buenos días!  

Con gran alegría me encuentro con ustedes durante este viaje, cuyo lema es «Bienaventurados  los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). La Iglesia en Líbano, unida en sus múltiples rostros, es un ícono  de estas palabras, como afirmaba san Juan Pablo II, tan afectuoso con su pueblo: «En el Líbano de  hoy —decía— ustedes son responsables de la esperanza» (Mensaje a los ciudadanos del Líbano, 1  mayo 1984); y añadía: «Creen, allí donde viven y trabajan, un clima fraterno. Sin ingenuidad, sepan  confiar en los demás y sean creativos para que triunfe la fuerza regeneradora del perdón y de la  misericordia» (ibíd.).  

Los testimonios que hemos escuchado —gracias a cada uno de ustedes— nos dicen que estas  palabras no han sido vanas, sino que han encontrado escucha y respuesta, porque aquí se sigue  construyendo la comunión en la caridad.  

El testimonio de una refugiada en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano
El testimonio de una refugiada en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano RD/Captura

En las palabras del Patriarca, a quien agradezco de corazón, podemos captar la raíz de esta  tenacidad, simbolizada por la gruta silenciosa en la que san Chárbel rezaba ante la imagen de la Madre  de Dios, y por la presencia de este Santuario de Harissa, signo de unidad para todo el pueblo libanés.  Permaneciendo con María junto a la cruz de Jesús (cf. Jn 19,25), nuestra oración —puente invisible  que une los corazones— nos da la fuerza para seguir esperando y trabajando, incluso cuando a nuestro  alrededor retumba el ruido de las armas y las exigencias propias de la vida cotidiana se convierten en  un desafío.

Uno de los símbolos que figuran en el “logotipo” de este viaje es el ancla. El Papa Francisco la evocaba a menudo en sus discursos como signo de la fe, que permite ir siempre más allá, incluso en los momentos más oscuros, hasta el cielo. Decía: «Nuestra fe es el ancla en el cielo. Tenemos nuestra vida anclada en el cielo. ¿Qué debemos hacer? Agarrar la cuerda [...]. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida tiene como un ancla en el cielo, en esa orilla a la que  llegaremos» (Catequesis, 26 abril 2017). Si queremos construir la paz, anclémonos al cielo y, firmemente dirigidos hacia allí, amemos sin miedo a perder lo efímero y demos sin medida. 

El Papa saluda en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano a una religiosa y directora de una escuela
El Papa saluda en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano a una religiosa y directora de una escuela

De estas raíces, fuertes y profundas como las de los cedros, crece el amor y, con la ayuda de  Dios, cobran vida obras concretas y duraderas de solidaridad. 

El padre Youhanna nos ha hablado de Debbabiyé, el pequeño pueblo en el que ejerce su  ministerio. Allí, a pesar de la extrema necesidad y bajo la amenaza de los bombardeos, cristianos y  musulmanes, libaneses y refugiados del otro lado de la frontera, conviven pacíficamente y se ayudan  mutuamente. Detengámonos en la imagen que él mismo sugirió, la de la moneda siria encontrada en  la bolsa de limosnas junto con las libanesas. Es un detalle importante: nos recuerda que en la caridad  cada uno de nosotros tiene algo que dar y que recibir, y que el donarnos mutuamente nos enriquece a  todos y nos acerca a Dios. El Papa Benedicto XVI, durante su viaje a este país, hablando del poder  unificador del amor incluso en los momentos de prueba, dijo: «Ahora es precisamente cuando hay  que celebrar la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del servicio sobre el  dominio, de la humildad sobre elorgullo, de la unidad sobre la división. [...] Saber convertir nuestro  sufrimiento en grito de amor a Dios y de misericordia para con el prójimo» (Discurso durante la  visita a la Basílica de San Pablo en Harissa, 14 septiembre 2012). 

Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa
Santuario de Nuestra Señora del Líbano en Harissa RD/Captura

Es el único modo para no sentirnos aplastados por la injusticia y la opresión, incluso cuando,  como hemos oído, nos traicionan personas y organizaciones que especulan sin escrúpulos con la  desesperación de quien no tiene alternativas. Sólo así podremos volver a esperar en el mañana, a pesar  de la dureza de un presente difícil de afrontar. A este respecto, pienso en la responsabilidad que todos  tenemos hacia los jóvenes. Es importante favorecer su presencia, también en las estructuras eclesiales,  apreciando su aportación de novedad y dándoles espacio. Y es necesario, incluso entre los escombros  de un mundo con dolorosos fracasos, ofrecerles perspectivas concretas y viables de renacimiento y  crecimiento para el futuro. 

Loren nos ha hablado de su compromiso con la ayuda a los migrantes. Ella misma migrante,  desde hace tiempo comprometida con el apoyo a quienes, no por elección sino por necesidad, han  tenido que dejarlo todo para buscar, lejos de casa, un futuro posible. La historia de James y Lela, que  ella nos ha contado, nos conmueve profundamente y muestra el horror que la guerra produce en la  vida de tantas personas inocentes. El Papa Francisco nos ha recordado en varias ocasiones, en sus discursos y escritos, que ante dramas semejantes no podemos permanecer indiferentes, y que su dolor  nos concierne y nos interpela (cf. Homilía en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, 29  septiembre 2019). Por un lado, su valentía nos habla de la luz de Dios que, como dijo Loren, brilla  incluso en los momentos más oscuros. Por otro lado, lo que han vivido nos obliga a comprometernos  para que nadie tenga que huir de su país debido a conflictos absurdos y despiadados, y para que quien  llama a la puerta de nuestras comunidades nunca se sienta rechazado, sino acogido con las palabras  que la propia Loren citó: “¡Bienvenido a casa!”.  

El Papa, en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano
El Papa, en el Santuario de Nuestra Señora del Líbano

De esto nos habla también el testimonio de la hermana Dima, queante el estallido de la  violencia decidió no abandonar el campo, sino mantener la escuela abierta, convirtiéndola en un lugar  de acogida para los refugiados y en un centro educativo de extraordinaria eficacia. En esas aulas,  además de ofrecer asistencia y ayuda material, se aprende y se enseña a compartir “el pan, el miedo  y la esperanza”, a amar en medio del odio, a servir incluso en el cansancio y a creer en un futuro  diferente más allá de toda expectativa. La Iglesia en Líbano siempre ha prestado mucha atención a la  educación. Los animo a todos a continuar con esta loable labor, asistiendo sobre todo a quien pasa  necesidad y a quien carece de medios, a quienes se encuentran en situaciones extremas, con decisiones  guiadas por la caridad más generosa, para que la formación de la mente vaya siempre unida a la educación del corazón. Recordemos que nuestra primera escuela es la cruz y que nuestro único  Maestro es Cristo (cf. Mt 23,10).  

El padre Chárbel, al respecto, hablando de su experiencia de apostolado en las cárceles, dijo que precisamente allí, donde el mundo ve sólo muros y crímenes, en los ojos de los reclusos —a veces  perdidos, a veces iluminados por una nueva esperanza— vemos la ternura del Padre que nunca se  cansa de perdonar. Y es así: vemos el rostro de Jesús reflejado en el rostro de los que sufren y de los  que cuidan las heridas que la vida ha causado. Dentro de poco realizaremos el gesto simbólico de  entregar la Rosa de Oro a este Santuario. Es un gesto antiguo que, entre otros significados, tiene el  de exhortarnos a ser perfume de Cristo con nuestra vida (cf. 2 Co 2,14). Ante esta imagen, me viene  a la mente el perfume que emana de las mesas libanesas, típicas por la variedad de alimentos que  ofrecen y por la fuerte dimensión comunitaria de compartirlos. Es un perfume compuesto por miles  de aromas, que sorprenden por su diversidad y, a veces, por su conjunto. Así es el perfume de Cristo.  No es un producto costoso reservado a unos pocos que pueden permitírselo, sino el aroma que se  desprende de una mesa generosa en la que hay muchos platos diferentes y de la que todos pueden  servirse juntos. Que este sea el espíritu del rito que nos disponemos a celebrar y, sobre todo, el espíritu  con el que cada día nos esforzamos por vivir unidos en el amor. 

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