La partida

El jugador, caos tenebroso de soledad primordial, antesala de archivos secretos que nadie oye ni ve, trata de palpar los gestos del adversario, unas veces, claros y otras espesos como la espesura del bosque, profunda y fría, y adivinar sus cartas, bajo la presión de los comentarios, como sermones de moscas, de los mirones, para jugar las suyas. Las jugadas, instantes decisivos que no volverán a repetirse nunca más, son unas veces como el tintineo de la porcelana y otras como el reflejo de secretas deliberaciones. Los jugadores fueron, a veces aún son para los suyos, hijos de nadie, raíces perdidas venidas de ninguna parte.

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