La fiesta de San José San José, un hombre que creyó en su mujer

San José, patrono de la Iglesia. Superar el patriarcalismo

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Mañana (19, 03, 19) se celebra la fiesta de San José
, muy importante dentro de la tradición católica, y (además de felicitar a los josés y josefas, pepes y pepas... ) quiero aprovechar la ocasión para reflexionar sobre su figura, desde la perspectiva de la Biblia.

El Nuevo Testamento sabe que José  es “padre” personal de Jesús (cf. Lc 2, 48; Jn 1, 45; 6, 42).  Tanto Mt 1, 18–2, 33 como Lc 1, 26–2, 52 le presentan como fiel ejecutor de la obra de Dios.

La tradición católica ha destacado su importancia como “padre humano” (no simplemente biológico) del Hijo de Dios, vinculándole de un modo especial a María, su esposa.

Aquí he querido evocar sobriamente su figura, desde los evangelios, para poner  de relieve su “fe” en Dios (¡es un hombre justo!) que se expresa de un modo especial en su “fe en María su esposa”.

Se le pide que crea en ella, y así cree; se le pide que colabore con ella, y así colabora… No es un padre “blando”, pero es un padre amoroso, creyente… el padre del Hijo de Dios. Será bueno descubrir de nuevo su figura, de la mano de los evangelios.

San José es un signo de la Iglesia, de la Iglesia que tiene que "convertirse", superar su patriarcalismo,  creer en su mujer (en las mujeres...). Éste es, a mi juicio, el mensaje de Jesús, en un tiempo en que la Iglesia debe ser "familia de fe", más allá de un patriarcalismo clerical, como familia creyente, empezando por el "padre".

San José es el patrono de las vocaciones... cristianas, y me parece muy bien... Pero me cuesta muchísimo verle como patrono de las vocaciones clericales, en la línea de los seminarios actuales. No veo la forma de entenderle en esa línea... Pero San José es mucho más que patrono de las vocaciones clericales... Según la Biblia, San José es un hombre "capaz de convertirse"... y en ese sentido un verdadero padre.

   Acabo de pasar unos días en la Casa de los Carmelitas de Segovia, casa de Juan de la Cruz, donde es fuerte la presencia de José. Así quiero presentarle este día (con rasgos que he tomado de mi comentario a Mateo, que es el evangelio de la conversión de José). Buen día a todos. 

Evangelios

(1)Mateo. La conversión de José.

Mateo presenta a José como Hijo de David (Mt 1, 20), es decir, como un heredero de las promesas mesiánicas, un hombre «justo» (dikaios) que cumple lo que exige y pide la ley divina (Mt 1, 19). Lógicamente, él tenía que presentarse como trasmisor de las promesas mesiánicas, como alguien capaz de decir a Jesús lo que ha de ser, la forma en que debe comportarse, como portador de la voluntad y de la misión de Dios para su hijo.

Pues bien, el ángel de Dios le pide que renuncie a su paternidad, con los derechos que ella implica, poniéndose al servicio de la obra de Dios María, su esposa (Mt 1, 18-25). De esa forma le pide lo más fuerte y costoso que puede pedirse a un hombre, especialmente si es israelita: que renuncie a su derecho y que acepte, acoja y cuide la obra que Dios ha realizado en su mujer María.

Frente al varón dominador que duda de su esposa y la utiliza, frente al hombre que pretende «conquistar» a las mujeres y tomarlas como territorio sometido, se eleva aquí la voz más alta del ángel de Dios pidiendo al varón José que respete a la mujer María, aceptando lo que Dios realiza en ella. En el principio de la historia de la liberación cristiana está la fe de este buen varón José, que se ha dejado cambiar, convirtiéndose de algún modo en cristiano ante María.

(2) Lucas.La diferencia de José.

Lucas  sitúa a José  en la vida pública de Jesús, que acaba de anunciar su mensaje de gracia universal (Lc 4, 18-19), retomando el mensaje de Is 61, 1-2 y 58, 6 y anunciando el gran → jubileo, pero omitiendo las palabras clave de Is 61, 2 donde de habla «del día de venganza de nuestro Dios». Eso significa que abre el mensaje de salvación a todos los pueblos, como sigue suponiendo el texto, cuando alude a la tradición del mensaje y milagros de Elías y Eliseo, que ofrecieron su ayuda los extranjeros (habiendo en Israel muchos enfermos (Lc 4, 24-26).

 Pues bien, en vez de alegrarse por ello, sus paisanos de Nazaret rechazan a Jesús y quieren asesinarle, conforme a una ley de linchamiento colectivo (cf. Lc 4, 20-29). No pueden aceptar que Dios cure (trasforme) por igual a nacionales y extraños: no quieren libertad ni evangelio para aquellos que, a su juicio, no lo merecen. En este contexto apelan a la memoria del padre de Jesús: «Todos daban testimonio sobre él y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es este el hijo de José?» (Lc 4, 22).

Ciertamente, saben que es hijo de José (en plano legal, nacional). Por eso, su pregunta no es para que respondamos «sí» y de esa manera ratifiquemos el origen familiar de Jesús, sino para que distingamos a Jesús de José, que a los ojos de los nazarenos tenía que haber sido un defensor de la identidad israelita, un partidario de la separación entre los buenos israelitas y los malos extranjeros. Por eso, la pregunta puede sonar de esta manera: «¿Cómo siendo hijo de José puede comportarse de esta forma?». Sabemos poco de José, pero lo sabido es suficiente para afirmar que es «hijo de David» en el sentido nacional israelita (cf. Lc 1, 27.32).

Por eso, los nazarenos recuerdan aquí al José «nacionalista» (probablemente ya muerto), para oponer su figura a la de Jesús, que les parece no nacionalista. De esa forma, el hijo de José parece haberse vuelto contrario a los principios de actuación de su padre.

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Mt 1,18-25. Una introducción.

Mateo parece un judeocristiano empeñado en abrir el mensaje y vida de Jesús, verdadero Israel, hacia el ancho espacio de los pueblos de la tierra. Para eso desarrolla y tematiza aspectos que Marcos dejaba velados: la ruptura israelita de Jesús aparece ya para Mt en su mismo surgimiento (como hijo de una madre virgen); la apertura a los gentiles se anuncia en la escena de los magos que buscan y encuentran al rey de Israel con su madre, como indicaremos en plano de historia, símbolo y mito.

El evangelio de Mateo empieza con una genealogía que introduce a Jesús en la línea de las generaciones masculinas de Israel, desde Abrahán, por David y los hombres de la cautividad, hasta José, el esposo de María (1,1-17). Todo parece normal dentro de un mundo masculino donde la herencia del semen (N engendró a N…) va de padres a hijos, sobre un silencio pasivo de mujeres.

 Esta es la huella de Dios, unos varones que engendran a varones en tradición de vida y palabra que pasa de padres a hijos, como ratifica la Misná en perspectiva doctrinal.
Pues bien, en esa misma lista de varones patriarcas (¡que sigue avanzando, solemne y monótona!) ha introducido Mt cuatro mujeres (Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías: 1,3-6), para indicar que, desbordando el principio masculino, actúa Dios de una manera providente, por cauces humanamente irregulares. Es como si quisiera mostrar que la misma genealogía patriarcal resulta frágil, no es lugar y medio de despliegue de Dios, en contra de una tradición sacralizada

(El Dios judío está vinculado de forma casi esencial a la genealogía: a la historia de la tradición del pueblo como unidad de generación que se mantiene desde Abrahán hasta el final de los tiempos. En esta perspectiva, Mt no puede fundarse en una genealogía adámica (como Lc 3, 23-38); necesita partir de Israel, de la sucesión patriarcal de generaciones de su pueblo, para superarla a partir del nacimiento virginal (no genealógico) de Jesús).
La línea patriarcal acaba en José, representante último de la genealogía israelita, depositario de una tradición que viene desde Abrahán. Ciertamente, es un varón concreto, esposo de María (1,16). Pero aquí es algo más que un individuo privado: es el signo y meta de todo el camino patriarcal, encarnación concreta del Israel masculino, genealógico y mesiánico.


José aparece como culmen de una línea que está centrada en David (1, 20) en el sentido fuerte del término: es descendiente y heredero de los derechos reales del fundador de la monarquía “mesiánica”. Pues bien, el narrador de la genealogía le llama simplemente esposo de María (1,16), como indicando que su poder genealógico (patriarcal) depende de sus relaciones con la madre de Jesús: es como príncipe consorte; no es siquiera padre biológico del heredero.


Sería difícil hallar un ejemplo más fuerte de ruptura antipatriarcal. José encarna la autoridad de la familia israelita, la promesa de la herencia de Abrahán, el reino de David… Pues bien, todo eso ha quebrado cuando llega el verdadero mesías de Dios. Mateo no emplea un lenguaje conceptual, antilegal, para expresarlo; pero dice lo mismo que Pablo en Gal y Rom (cf Gal 4, 4) con un bellísimo símbolo de nacimiento mesiánico (divino), utilizando para ello métodos que son conocidos en su ambiente judeocristiano y pagano

 (Sobre el transfondo midráshico de los relatos de nacimiento de Mt cf M. D. Goulder, Midrash and Lection in Matthew, SPCK, London 1974, 228-242. Bibliografía en S.Muñoz I., O. c., 401-402. Amplio estudio en U. Luz, Mateo I, BEB 74, Salamanca 1993, 135-153, con referencia a estudios previos y aplicación pastoral).

El relato de la anunciación a José

Viejos son los métodos formales del relato, pero lo que cuenta Mt es nuevo, algo que nunca había sucedido y por eso su lenguaje se vuelve distinto y sólo es posible allí donde la historia genealógica se rompe y se abre simbólicamente al misterio del evangelio.
El texto es narración y no disputa conceptual. Desposado ya, José descubre que su esposa se encuentra encinta. Como es varón justo (¿bondadoso?), por no iniciar un trámite legal siempre sangrante, superando de alguna forma su derecho patriarcal, decide repudiarla en secreto (1, 18-19). Esto es lo más que puede hacer desde la ley israelita. Por un lado renuncia a la sanción impositiva (no condena a su mujer, no la entrega en manos de un talión matrimonial hecho por varones). Por otro la abandona a su suerte, dejando que ella, madre embarazada, sea quien resuelva su problema. Como justo varón patriarcal, José se inhibe; no puede aceptar algo que rompe su modelo de estructura genealógica del mundo. Pero el ángel de Dios habla en la noche:

José, Hijo de David, no tengas miedo en recibir a María, tu esposa,
lo que en ella se ha engendrado proviene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús,
pues él salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta:
Una virgen ha concebido y dará a luz un hijo
y le llamarán Emmanuel, que significa Dios con nosotros (1, 20-23, cf. Is 7, 4)

((Para una interpretación más precisa. Además de trabajos de S. Muñoz y U. Luz, citados en nota anterior, cf A. Serra, Biblia, NDM, 307-313; M.-J. Lagrange, Matthieu, ÉB, Paris 1948, 9-18; A. Schlatter, Matthäus, Calwer, Stuttgart 1963, 10-24. Suponemos conocido el texto y nos fijamos en la conversión de José. Aproximación a su figura, desde perspectiva protestante, S. Benko, Los evangélicos, los católicos y la Virgen María, Casa Bautista, Barcelona 1981, 118-140. En perspectiva católica P. Grelot (ed.), Joseph et Jésus, Beauchesne, Paris 1975 (=DS 8, 1974, 1289-1323)).

Al fondo del texto está la imagen de Is 7,4, el signo enigmático y esperanzado de una muchacha que alumbra en medio de la guerra. En ella ve Mateo la expresión de eso que pudiéramos llamar superación mesiánica del patriarcalismo. Emerge así la más bella paradoja de una virgen madre que, brotando de Israel, rompe por dentro los principios del dominio patriarcal israelita.

Elementos básicos del relato

– Lo más importante es la ruptura de la línea patriarcal, es decir, la conversión de José. Como Hijo de David, José tenía derecho a ser padre del Mesías (según muestra Rom 1, 3-4), culminando la promesa israelita de la ley o victoria nacional. Lo que está en juego no es la visión del padre en cuanto tal, ni el sentido mas profundo del varón.

Lo que el texto rechaza es el patriarcalismo davídico concreto del varón que dirige a la mujer, del padre que controla a los hijos. Eso es lo que José debe superar (realizando el más profundo sacrificio israelita) en favor de la salvación universal de Dios. El texto supone que José se ha convertido, rompiendo ese tipo de patriarcalismo: ha recibido a María, ha impuesto nombre filial a un hijo que no es suyo, introduciendo así en el campo de la promesa israelita al hijo de Dios y salvador universal.


El texto expresa una verdad de fe para todos los cristianos. El nacimiento “virginal” de Jesús es símbolo fuerte de la obra escatológica de Dios que se encarna en el mundo no sólo como “idea” o mensaje salvador sino como persona. Desde el momento en que el mismo Jesús es salvador (Dios con nosotros) resulta necesario confesar su nacimiento; no basta con mostrar que ha predicado el reino y muerto por los hombres (como hace Mc); tampoco basta proclamar su pascua (¡Dios le ha resucitado!).

 Hay que volver al origen y descubrir (decir) cómo ha nacido. Así lo hace nuestro texto al afirmar que ha sido engendrado por el Espíritu Santo, es decir, por la misma fuerza creadora y providente de Dios que actúa en el principio (Gen 1,1-2) y final de nuestra historia (cf Ez 37).Dios mismo suscita a su Mesías (¡Hijo!) y cumple la promesa israelita haciéndole nacer de una madre/virgen, en medio de la historia. De esa forma expresa (ejemplifica y simboliza) Mt 1, 18-25 lo que decía Gal 4, 4: Dios envió a su Hijo “nacido de mujer”, rompiendo los límites de una ley patriarcal expresada por José.


Pero, siendo necesario para expresar la novedad cristiana, este símbolo de la madre/virgen que engendra desde Dios puedesituarnos cerca de un plano de mito. Ciertamente es poderoso y verdadero, dentro de su propia lógica, de manera que resulta muy difícil decir (haber dicho) las cosas de otra forma. Pero tan pronto como evocamos la figura de un Dios implícitamente masculino que engendra y hace nacer a su Hijo Varón (Dios con nosotros) a través de una mujer/virgen (sin varón) por obra de un Espíritu (que puede incluir motivos de poder generador) estamos penetrando (lo queramos o no) dentro de un espacio sacral mítico (pagano) que en este momento se halla vivo en los países del oriente mediterráneo. Esa mujer, madre/virgen del Hijo de Dios, evoca los rasgos de Isis o Cibeles, por citar sólo dos figuras muy conocidas.

Conclusión. El puesto de José en la piedad cristiana

Precisemos el tema. Es evidente que se deben hacer (se han hecho siempre) muchas distinciones. El Dios de Mt no cohabita sexualmente, la “virgen/madre” es una mujer concreta de la historia… Pero en el fondo del texto late una imagen más poderosa que todas sus posibles limitaciones: la visión de una hierogamia que culmina ahora, en el nacimiento de Jesús, como expresión temporal de la verdad eterna del Dios (Padre) y de la Diosa (la mujer María).

Al evocar esta imagen pagana de la “virgen que concibe” por obra del Espíritu de Dios, Mateo asume voluntariamente el riesgo de un simbolismo que puede convertirse en vehículo de mito para generaciones posteriores de cristianos (Transfundo mítico de las imágenes de la Virgen Madre en S. Benko, The Virgin Goddes. Studies in the Pagan and Christian Roots of Mariology, SHR 49, Brill, Leiden 1993. En perspectiva histórico/teológica cf. T. H. Boslooper, The Virgin Birth, SCM, London 1962).

Mt ha querido recorrer el camino más difícil. Parece evidente que utiliza tradiciones anteriores: no ha inventado el nacimiento virginal, lo ha recibido de la iglesia primitiva (lo mismo que hace Lc )… Pero lo asume por dos motivos: para expresar simbólicamente lo inexpresable (nace el hijo de Dios) y para superar el patriarcalismo israelita representado por José. Los dos motivos (uno más judío, otro más “pagano” o universal) se encuentran y fecundan en su texto. Sólo allí donde eso queda claro, allí donde culmina y se rompe la tradición/promesa israelita, donde se supera y a la vez se cumple dentro de la historia lo intuido por el mito, se vuelve comprensible y necesaria la imagen de la virgen que concibe por obra del Espíritu Santo.
Se trata de una afirmación paradójica cuyo contenido puramente histórico resulta muy difícil de fijar. Todo nos permite suponer que Mt ha creído (ha podido creer) en las implicaciones biológicas del nacimiento virginal; pero no son ellas las que le motivan o centran su interés. Le preocupa la obra de Dios que desde dentro del mismo cauce israelita (línea genealógica) rompe para siempre la clausura intrajudía, en gesto de apertura universal que ratifica luego el sermón de la montaña y el mensaje de la pascua (cf Mt 28,16-20).


Evidentemente, todo lo dicho supone que María es judía pues sólo así puede ser esposa legítima del Hijo de David y madre del Mesías genealógico. Pero en el nuevo contexto de Mt apenas importa su posible judaísmo: basta que sea mujer y pueda engendrar al Hijo de Dios por la fuerza del Espíritu Santo que ya no es judío sino universal. En este fondo ha de entenderse la acción de José que, para cumplir su esperanza israelita, tiene que romper lo más israelita (línea genealógica), abriéndose a la obra universal de Dios por medio del hijo de María.


Llegamos así al centro del texto: la conversión de José, entendida como sacrificio de Israel y como signo de nuevo surgimiento de todos los humanos (representados de algún modo por él). Ellos pueden recibir y reciben de forma agradecida el don de gracia de Dios que es el hijo de María.

– Mt no insiste en el aspecto biológico de la generación de Jesús. Por eso, las confesiones cristianas han podido interpretar esa generación de formas distintas, como indica gran parte de la exégesis protestante: se puede aceptar el mensaje más hondo del texto sin entender la virginidad de un modo biológico. Es más, algunos llegan a afirmar que sólo prescindiendo del motivo biologista puede entenderse de forma radical el mensaje de ruptura y nueva creación humana que el ángel ofreció a José y con él a los nuevos cristianos “rejudaizados”, que tendemos a quedar prendidos en las mallas de una religión genealógica y patriarcalista.


El texto guarda un silencio reverente y paradójico respecto de María… No dice ninguna palabra sobre su manera de actuar, no se esfuerza por entrar en su intimidad. Esa actitud es lógica: nosotros, miembros de una sociedad patriarcalista, estamos representados por José; y así en José debemos convertirnos. Pero, siendo lógico, ese silencio puede volverse turbador y hace que muchos quieran abrir de nuevo las puertas al mito: es como si la persona histórica de María no contara; es como si Dios pudiera utilizarla en secreto, haciéndola instrumento mudo de su obra .

Este es el riesgo que, al menos en parte, ha querido superar Lc 1-2 al presentar a María como interlocutora personal de Dios. Mt ha preferido mantenerla silenciosa, porque a su juicio es José (pueblo de Israel, la humanidad) quien debe convertirse.Ella (María)aparece en Mateo  como “piedra de toque” y signo profético supremo, conforme a la cita reinterpretada de Is 7,14: ¡he aquí que una virgen concebirá! (1, 23). Desde el fondo de Israel, esta imagen nos lleva al ancho campo de las esperanzas humanas, allí donde hablan muchos mitos de los pueblos.

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(Cf´. U. Luz, Mateo I, Sígueme, Salamanca 1993. Visión monográfica en S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia IV. Nacimiento e infancia de Jesús en San Mateo, BAC 509, Madrid 1990. Estudio de conjunto en R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982. Última aproximación en S. Blanco, J. C. R. García Paredes, R. Alonso y A. Aparicio, María del Evangelio I: Mateo, EphMar 53 (1993) 9-80.).

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