Vacío y plenitud

Por Rafael Redondo (Bilbao)

Abro las persianas; los tejados de Bilbao desvelan su humedad. Luz entre los nimbos del excelso Pagasarri; la lluvia suena como tambor sobre el alfeizar. Enciendo la calefa. Mi cuerpo me avisa que en unos meses cumplirá setenta y cinco años, pero con mayor vigor me avisa que es eterno el Vacío que lo alberga.

Clamor de cada gota
golpeando el vierteaguas,
lluvia en febrero.
Clamor de cada gota…el agua, tan abierta, como sus dos vocales, en forma de lluvia, o mar, o río…Su tangible transparencia, charcos incluidos. Brota el agua para constatar su diafanidad. Nacimos para beber, y ser, la limpidez de su lenguaje, transparentes al Ser. Aprender es como beber dejándose palpar por lo impalpable; una experiencia que nos accede al hacernos invisibles, libres y vacíos; simple Unidad del dios que somos cuando en lugar de endiosarnos, nos borramos. Lo sin forma es nuestra Forma.

En cada amanecer, desde el momento de nacer, tenemos la oportunidad de abrir nuestros ojos al misterio que somos. Y ya entrado el día, en nuestros contactos con los demás, una y cien veces surge la ocasión de asomarse a los ojos de otro ser. Fue el poeta Novalis quien dijo que “Todo lo visible es un invisible elevado a un estado de misterio”. Así, cuando desde la sencillez de ser abrimos nuestra mirada al mundo, ese ojo ve y va mucho más allá que hacia el simple vacío, pues es la persona entera la que se implica en esa atención; todo nuestro ser quien se involucra en el mirar tanto adentro como hacia afuera.

El contemplar, por ejemplo, los ojos de la persona con quien hablo es, o puede ser para mí, fuente de revelación, tanto de su transparencia, como de los obstáculos que esa persona impone a la diafanidad de su mirada. Un filósofo con el que impartí muchos años de años de docencia en la Universidad de Deusto, Andrés Ortiz Osés, dotado de un Acusado ingenio y agudeza, me dijo con humor un día que “los orientalistas lo vacían todo menos el vacío”, al haberlo convertido en un concepto.
La mirada que se abre a lo invisible puede ver más que un vacío; por eso cuando nos referimos al cuerpo es importante distinguir, como señaló mi maestro Karl Graf Dürckheim, el cuerpo que tenemos del cuerpo que somos. Mientras el primero persigue la salud o la belleza externa, o el no sufrir y el rendimiento, el cuerpo que somos es una forma –y nunca mejor dicho- de ser que nos permite captar el único sabor del Universo, el misterio que somos en nuestro fondo de ser.
En cada segundo –sí, en cada instante- se nos brinda la oportunidad, siempre renovada, de ser “encontrados”.
Todo depende de nuestra apertura a facilitar u obstaculizar ese encuentro.
Ser Nadie es respirar todos los vientos del Todo,
ser Nadie, es escuchar todos los sonidos;
ser Nadie es vivirse en la intemperie,
al pairo de la sombra y de la luz,
de la muerte y de la vida.
Ser Nadie es vibrar
en todas las posibles direcciones y oraciones
de todas las posibles religiones.
Ser hombre verdadero es ser todos los hombres.
Ser mujer verdadera es ser todas las mujeres,
ser persona completa es ser hombre y ser mujer.
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