Tomar en serio la comunicación en la Iglesia exige, primero, cercanía. “Vengan y vean” (cfr. Jn 1,46) es el método más honesto: salir de la comodidad, tocar heridas, oler al rebaño.
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Comunicar no es repetir consignas, sino encontrarnos con rostros concretos y dejar que su testimonio nos hable. Esa proximidad solo es fecunda si se sostiene en escucha:“La respuesta suave calma la ira” (Prov 15,1) y “la verdad en el amor” (Ef 4,15) construyen puentes incluso en contextos polarizados.

La Iglesia está llamada a una palabra que sea compartida: “Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza… con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia” (1 Pe 3,15-16).
El Papa León XIV, al dirigirse recientemente a influencers y misioneros digitales, fue al centro de la comunicación: no basta crear contenido; hay que provocar encuentros. Nos pidió “tejer redes” que sanen —no de seguidores, sino de amistades reales— y ser agentes de comunión en un ecosistema marcado por la lógica del algoritmo, la superficialidad y la polarización. Su llamado fue claro: mantener humana la cultura digital, buscar la “carne sufriente de Cristo” también en línea y “reparar las redes” para que vuelvan a llevar esperanza.
Esta brújula dialoga con la preocupación más amplia de la Iglesia ante la tecnología: la IA puede potenciar la misión, pero nunca sustituir la sabiduría del corazón ni la responsabilidad humana. Comunicar cristianamente en tiempos de IA exige discernimiento, ética y una defensa activa de la dignidad, contra la desinformación y la deshumanización.
Pastoralmente, esto nos exige pasar de solo “publicar” o “subir notas” al “acompañar”. Algunas convicciones operativas:
1. Comunicar es evangelizar: “¿Cómo creerán si no hay quien anuncie?” (Cfr. Rom 10,14-15). Toda parroquia y diócesis necesita un plan de comunicación misionero, no solo un boletín.
2. Ética antes que métricas: más que impresiones o likes, buscamos conversiones del corazón. Además, la verificación de datos y el cuidado del lenguaje no son opcionales.
3. Escucha activa de las periferias: la pastoral de la comunicación empieza preguntando y aprendiendo. La escucha abre puertas que un post o un medio de comunicación diocesano nunca abriría solo.
4. Formación integral de equipos: teología, Biblia y Doctrina Social, sí; pero también narrativas, datos, seguridad digital, foto y audio. La excelencia comunica a Cristo con belleza.
5. Redes que cuidan: protocolos contra discursos de odio y “tropas” digitales; moderación con mansedumbre y firmeza; canalización personal cuando alguien sufre.
La comunicación es un acto de caridad intelectual y pastoral. Cuando vemos, escuchamos y hablamos con el corazón, el kerigma encuentra caminos nuevos; cuando tejemos redes que sostienen y sanan, el mundo vislumbra a Cristo.
La invitación es simple y urgente a las parroquias, a los agentes de pastoral, a todos con una responsabilidad en la Iglesia: tomemos en serio la comunicación para que cada contenido pueda convertirse en un encuentro, cada palabra en bálsamo y cada dato en un servicio a la verdad que hace libres (cf. Jn 8,32). Porque la Iglesia no solo tiene un mensaje; es mensaje cuando comunica como Jesús.
