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La Eucaristia según Juan José Millás

La reflexión de Millás nos invita a revisar a fondo nuestra actitud durante la celebración eucarística y preguntarnos sobre nuestra vivencia. Invito a leerla

Juan José Millás | Efe

Hace unos días, en la última del País, Juan José Millás escribía una columna titulada “Detonación metafísica” (19/12). En su buen estilo literario con algunas hipérboles, y dando a entender que últimamente se ha dejado caer por alguna Iglesia, para ver que pasa durante la celebración de la Eucaristía, nos describe una situación que lamentablemente podríamos compartir muchas veces. Sin duda, es bueno que los de fuera, aunque sea de manera exagerada y metafórica, nos hagan reflexionar. 

¿Sinceramente cómo vivimos la Eucaristía? ¿La liturgia excesivamente estereotipada no nos lleva a olvidarnos del misterio central de la misma? ¿Hemos perdido la capacidad de estremecernos ante el misterio de la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor? ¿Nos lo creemos de verdad o nos hemos acostumbrado a escucharlo sin inmutarnos? 

En buena teoría teológica sacramental, el Bautismo es el sacramento frontal. Desde él se explican y se basan el resto. Todos hunden sus raíces en el Bautismo, puerta de entrada a la vida cristiana. En este momento, en el que pocos se bautizan -y los que lo hacen son cada vez más en la vida adulta- es una coyuntura idónea para replantearse la praxis pastoral del Bautismo. En Francia son miles los que acuden a la Iglesia para bautizarse ya “talluditos” y en España, según me comentaba un párroco, empiezan a hacerse notar los adultos que piden bautizarse. Después del bautismo vienen los demás sacramentos, cada uno, con su propia historia y praxis pastoral. Pero la Eucaristía es el sacramento por excelencia para la maduración y el crecimiento de la vida cristiana, ya que nos acompaña en nuestra vida cotidiana. Es el sacramento del itinerario del cristiano. Por eso es interesante e importante que reflexionemos sobre lo que alguien desde fuera perciba de nuestra praxis sacramental de la Eucaristía. Demonizar es lo más fácil.

Hace unos años, en la parroquia franciscana de san Antonio de Jaffa, al norte de Tel Aviv, durante una cena el Padre Clemente, párroco de la misma, había invitado a un amigo suyo, representante de una empresa, que se encontraba de paso. Este señor era un ateo recalcitrante y agresivo, y aunque apreciaba al Padre, no paró de atacarle durante la misma a propósito de nuestra liturgia y nuestros ritos. Le decía que todas las religiones eran lo mismo y enjaulaban lo llamado sagrado en sentarse, levantarse, arrodillarse y así sucesivamente. Para él todo era un pariré, vacío y sin sentido. Llámese Islam, Budismo o cualquier religión.

La reflexión de Millás nos invita a revisar a fondo nuestra actitud durante la celebración eucarística y preguntarnos sobre nuestra vivencia. Invito a leerla. ¿Sinceramente cómo vivimos la Eucaristía? ¿La liturgia excesivamente estereotipada no nos lleva a olvidarnos del misterio central de la misma? ¿Hemos perdido la capacidad de estremecernos ante el misterio de la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor? ¿Nos lo creemos de verdad o nos hemos acostumbrado a escucharlo sin inmutarnos? 

Pero lo más importante, y que Millás no lo contempla directamente en su artículo: ¿en qué afecta a mi vida cotidiana participar de la Eucaristía? ¿conlleva vivir del mismo modo, como cristiano, después de participar del cuerpo y sangre de Cristo o me incita a cambiar? ¿Me creo de verdad que tomo el cuerpo y la sangre de Cristo? ¿o simplemente me siento inmerso en un rito que, en cierto modo me desborda, pero que no alcanza la totalidad de mi ser? Muchas preguntas que nos pueden ayudar a clarificar mi vivencia de la Eucaristía, a profundizar en ella y autentificar mi praxis. En el fondo: ¿cómo vivo y quiero vivir la Eucaristía? 

Sin duda, insisto los de fuera como el amigo del Padre Clemente o Millás, pueden poner ante nuestros ojos realidades que damos por supuestas, y que no nos planteamos a fondo. Puede ser una ocasión, para agradecer a este escritor, en este tiempo de Adviento y a las puertas de la Navidad, su reflexión. En caso contrario, podemos caer en la rutinización o la banalidad de la Eucaristía. No olvidemos que cada vea que celebramos la Eucaristía nos alimentamos del cuerpo y la sangre de Cristo, y que esto nos tiene que llevar a crear un mundo a nuestro alrededor cada vez más cercano a la voluntad de Cristo, a pesar de nuestras contradicciones, fracasos y claudicaciones. ¡Bienvenidas las reflexiones que nos ayudan madurar en la fe!

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