Tu primer evangelio, Jesús, es tu Madre (Santa María, madre de Dios 1 enero 2026)
Tu paz “es presencia y camino, y principio que guía y determina nuestras decisiones”
Queremos, Jesús, mirar la vida con tus ojos: como María que no “da un rodeo y pasa de largo”
Comentario: “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 16-21)
Lucas narra nueve episodios de la infancia de Jesús: anuncio a María (1,26-38), visita a Isabel (1,39-56), nacimiento de Jesús (2,1-7), visita de los pastores (2,8-20), circuncisión (2,21), presentación en el templo (2,22-38), vuelta a Nazaret (2,39-40), pérdida y encuentro a los 12 años (2,41-50) y el regreso y vida en Nazaret (2,51-52). Hoy leemos parte de la visita de los pastores y la circuncisión (2,16-21),
La aparición angélica a “unos pastores que pasaban la noche al aire libre velando por turno su rebaño” (Lc 2,8) llama la atención sobre el carácter de pastor mesiánico de Jesús (Jn 10). Son episodios legendarios, posiblemente redactados antes del evangelio de Lucas. Si hubieran sido realidad histórica, vivida por tanta gente, sobre todo, por María, hubieran tenido repercusión en los hechos de la vida pública de Jesús. Hoy los exégetas coinciden en que estas leyendas surgen en las comunidades tras el hecho de la vida adulta de Jesús. El evangelista las aprovechó también para simbolizar a los misioneros que anuncian la Buena Noticia. La presencia de marginados en la aquella sociedad, estuvo presente en la vida de Jesús y en sus comunidades. Van reconociendo a Jesús como su Pastor. Todos, como los pastores, anuncian “lo que habían oído y visto”.
María es la creyente que escucha lo que dicen de su Hijo, lo conserva y medita en su corazón. Así crece en la comprensión del misterio divino. En toda situación da vueltas al Amor constante de Dios y vive en él. Para nosotros María es la Madre de Dios, por ser la madre de Jesús. Es la primera fiesta que celebramos cada año: Santa María, Madre de Dios. En el s. V (año 431), el concilio de Éfeso proclamó como dogma de fe cristiana: “Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es madre de Dios (pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema” (D-113 Can. 1).
Así empieza Dios a humanizarse: teniendo madre, y muy humana. Así lo demuestra el canto que Lucas pone en labios de María, el “Magnificat”. Su “dios” piensa siempre en los marginados y pobres, se fija en la humildad de las personas, quiere trastocar el mundo de poderosos y ricos, elimina la opresión y alimenta a todos. En estas actitudes educaría a su hijo. Por ello, al ver la conducta tan humana de Jesús, sus palabras y obras, tan llenas de amor, “una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron»” (Lc 11,27).
La circuncisión e imposición del nombre es el puente cronológico entre nacimiento, purificación (de la madre), y presentación de Jesús en el templo (cuarenta días después). Es el modo concreto de inserción en la sociedad de su tiempo. Desde ella irá abriendo el reino de la fraternidad universal, de vida para todos.
Mensaje de León XIV para la LIX Jornada Mundial de la Paz (01.01.2026): «hacia una paz “desarmada y desarmante”». Así empezó su pontificado: «Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente» (8 mayo 2025). Estas ideas me parecen importantes y sugerentes:
“La paz existe, quiere habitar en nosotros, tiene el suave poder de iluminar y ensanchar la inteligencia, resiste a la violencia y la vence”.
“Antes de ser una meta, la paz es una presencia y un camino. Aunque sea combatida dentro y fuera de nosotros, como una pequeña llama amenazada por la tormenta, cuidémosla sin olvidar los nombres y las historias de quienes nos han dado testimonio de ella. Es un principio que guía y determina nuestras decisiones. Incluso en los lugares donde sólo quedan escombros y donde la desesperación parece inevitable, hoy encontramos a quienes no han olvidado la paz”.
“La bondad es desarmante. Quizás por eso Dios se hizo niño. El misterio de la Encarnación, que tiene su punto de mayor abajamiento en el descenso a los infiernos, comienza en el vientre de una joven madre y se manifiesta en el pesebre de Belén. «Paz en la tierra» cantan los ángeles, anunciando la presencia de un Dios sin defensas, del que la humanidad puede descubrirse amada solo cuidándolo (Lc 2,13-14). Nada tiene la capacidad de cambiarnos tanto como un hijo. Y quizá es precisamente el pensar en nuestros hijos, en los niños y también en los que son frágiles como ellos, lo que nos conmueve profundamente (Hch 2,37)”.
Oración: “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 16-21)
Tu primer evangelio, Jesús, es tu Madre:
ella es hoy, uno de enero, nuestra “buena noticia”;
ella fue invitada a creer en el amor divino;
ella también encontró dificultades para creer.
Hay momentos vitales muy desconcertantes:
acontecimientos, problemas, palabras, tareas...;
mil cosas y circunstancias nos sorprenden;
no las entendemos, nos parecen injustas;
no sabemos cómo reaccionar.
La enfermedad, como ladrón de la salud:
la ruptura inesperada del matrimonio;
el accidente que nos rompió la vida
la injusticia del paro, del atraco, de la marginación...
la convivencia difícil que desgasta la alegría;
los derechos no reconocidos que hieren en lo profundo…
¡Cuántas situaciones contrarias al amor!:
conducen a la ruptura personal y social;
descuartizan los ideales más limpios;
hacen sospechar de desamparo y abandono de Dios.
A tu Madre le visitaron muchos desconciertos:
el embarazo, el nacimiento, la huída a Egipto,
tu extravío en Jerusalén,
el inicio de tu vida apostólica,
“al enterarse tu familia, vinieron a llevarte,
porque se decía que estabas fuera de sí” (Mc 3,21),
tu detención y muerte...
Son situaciones vitales cruciales:
pueden marcarnos negativamente,
instalándonos en el rencor y la frustración;
pero pueden ser ocasión de crecimiento espiritual,
“meditándolas en el corazón”,
donde habita el Espíritu divino.
Este fue el camino de María, tu madre:
vive hechos, situaciones, problemas...
confía siempre en la presencia amorosa de Dios;
esta presencia produce confianza, esperanza activa,
valoración adecuada, respuesta desde el amor.
Desde esta confianza encuentra sentido su vida:
sabe que la meta de su vida es colaborar en el reino de Dios,
decide amar y trabajar por hacerlo presente en su vida,
sin contradicciones, coherentemente.
Queremos, Jesús, mirar la vida con tus ojos:
como María, que no “da un rodeo y pasa de largo”,
ella te compromete a ayudar al necesitado:
“«No tienen vino».
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?
Todavía no ha llegado mi hora».
Tu madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga»” (Jn 2,3-5).
Queremos, como María, repetir muchas veces:
“hágase en mí según tu palabra”, Señor;
tu palabra es siempre la paz;
“paz que es presencia y camino,
principio que guía y determina
nuestras decisiones” (León XIV)..
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