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Entrevista al cardenal Cobo

Cardenal Aguiar: "Tenemos que alimentar nuestro espíritu"

" Dios no se queda callado, que va a estar siempre con nosotros"

"El primer gran paso es amar a los hijos, dándoles la experiencia de ser amados"

"Tenemos todos el mismo nivel de dignidad. Los oficios, los puestos, las responsabilidades que llegan después nos hacen tener un tipo de autoridad distinta

con nosotros, pero es secundario, es servicio"

"Somos cuerpo, pero también tenemos para que viva este cuerpo un espíritu que le da vida"

Cardenal Aguiar

“No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado

para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”.

Estas palabras dirige el Señor Jesús a todos nosotros, sus discípulos, todos los que

hemos sido bautizados en su nombre. ¿Y por qué afirma esto? Porque quiere que

tomemos conciencia de que Dios nos ama. Este es el primer paso indispensable para

aprender a amar: sentirse amado.

¿Por qué amamos tanto a nuestra madre y a nuestro padre? Porque han dado todo por nosotros. De los padres que se preocupan por sus hijos, los hijos reciben esa hermosa experiencia. Así la hemos vivido, quienes hemos tenido esa fortuna de tener padres que nos acompañan en los primeros años y que nos lo han dado todo. El amor se empieza con sentirse amado.

Oración

Por eso solamente, quien así ha experimentado que Dios te ama, entonces entendemos perfectamente, lo que también Jesús les dijo a sus discípulos en esa ocasión: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.

Para poder amar a los demás, hay que realizar este desarrollo, este crecimiento, hay

que capacitarnos. Si vivimos el primer paso de la experiencia, quedamos preparados

para el segundo: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mí, permanecerán

en mi amor”.

A veces por la catequesis, las tradiciones, damos como primer paso cumplir los Diez

Mandamientos, que Dios le dió a su pueblo Israel, en persona de Moisés; pero el

primer gran paso es amar a los hijos, dándoles la experiencia de ser amados. Y

entonces sí, los demás Mandamientos se podrán cumplir con mayor facilidad y nos

servirán como lámparas, que alumbran el camino para reaccionar cuando

equivocamos el camino, y reconocer que nuestra conducta no ha correspondido a los

Mandamientos de Dios.

Este primer paso que debe de ser experiencia personal, después hay que transmitirlo.

La primera lectura de hoy expresa que no podemos quedarnos satisfechos, pensando

que yo sí amo a mis prójimos, a los que tengo en el camino, que mi conducta es la

adecuada; sino que debemos, como lo hizo Pedro, reconocer la misma dignidad del

otro.

Llegó Cornelio, un oficial romano, que había escuchado la predicación, y lo primero

que hace ante Pedro es arrodillarse, venerándolo. Y Pedro, le dice inmediatamente:

“Ponte de pie, pues soy un hombre como tú”. Es decir, reconoce la dignidad de toda

persona.

Tenemos todos el mismo nivel de dignidad. Los oficios, los puestos, las responsabilidades que llegan después nos hacen tener un tipo de autoridad distinta con nosotros, pero es secundario, es servicio. Por eso, no es que ya tenga yo que obedecer al pie de la letra al otro, porque es autoridad sobre mí. No.

Primero tengo que obedecer a Dios, que es el que me ha dado la vida. Y por eso, Pedro

inmediatamente le ordena: “Levántate, tú y yo somos de la misma condición”.

¿Y qué pasa en este encuentro entre Cornelio y Pedro? Dice la lectura de hoy,

todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los

que estaban escuchando el mensaje.

Cuando conversamos de nuestras experiencias de relación con Dios, como lo estaba haciendo Pedro, ante el grupo en el que se presentó Cornelio, ¿qué sucede? Es precioso esto, dice: “se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos”.

Logo para el Año de la Oración

Es decir, que cuando ponemos en común nuestra experiencia espiritual, entonces de

una manera portentosa y misteriosa, se hace presente el Espíritu Santo, y eso es lo

que fortalece nuestra espiritualidad. Verdad que todos comemos todos los días, ¿o

no? Pues alimentamos así a nuestro cuerpo para que siga viviendo, es indispensable,

de la misma manera es indispensable desarrollar nuestra espiritualidad. Somos

cuerpo, pero también tenemos para que viva este cuerpo un espíritu que le da vida, y ese espíritu se va a mantener cuando muramos y lleguemos a la resurrección. Vamos a ser transformados a la manera de lo que es Dios, espíritu puro.

Por eso, en esta vida también tenemos que alimentar nuestro espíritu. Por eso están aquí ustedes, por eso la Iglesia los convoca, al menos cada domingo, para escuchar la Palabra de Dios, y alimentar nuestro espíritu, y luego lo complementamos cuando comulgamos, sea espiritualmente, es decir, anhelando tener a Cristo en nuestro

interior, o comulgando para que así sea, que Cristo venga conmigo a mi cotidianidad, a

mis rutinas, y pueda yo dar testimonio de él a los demás. Por eso es tan importante

abrir nuestro corazón y compartir lo que la Palabra de Dios, escuchándola, mueve

nuestro interior.

Así se desarrolla nuestra espiritualidad. Seremos hombres y mujeres fuertes, capaces

de todo, podremos afrontar la adversidad como lo hizo Jesús, quien dió el testimonio

más grande al recibir la ofensa, de ser llamado blasfemo, mentiroso y por eso ser

condenado y crucificado. Pero Dios lo resucitó, para que viéramos nosotros que

efectivamente, Dios no se queda callado, que va a estar siempre con nosotros. Esto

nos hace entender la recomendación del apóstol San Juan en la segunda lectura:

“Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha

nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es

amor”.

Amando a nuestros semejantes, partiendo desde el seno de nuestra propia familia, y

en nuestra vecindad, en nuestra ciudad, entonces descubriremos a quien nos ama

entrañablemente, profundamente. Descubriremos que Dios, a través del Espíritu Santo

que prometió a sus discípulos, nos acompaña.

Pidámosle a María de Guadalupe, desde nuestras propias situaciones actuales, y

desde nuestra percepción, alrededor nuestro. Pidámosle que nos ayude a hacer como

ella, buena discípula. Ella es el magnífico testimonio de amor. Abramos nuestro

corazón, y de pie le suplicamos: ayúdanos en esta circunstancia que estoy viviendo, o

agradezcámosle de lo que hayamos vivido satisfactoriamente.

Francisco, en Guadalupe

Tu Madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del “verdadero Dios

por quien se vive”. Por eso has venido a nuestras tierras para mostrarte como madre

tierna y cercana, que está siempre dispuesta para escucharnos y auxiliarnos en

nuestras diversas necesidades.

Necesitamos tu intervención de madre amorosa para que todos los niños, adolescentes

y jóvenes de nuestro país, y especialmente de nuestra Arquidiócesis de México,

reciban el don de la Fe en el seno de sus familias, conviviendo fraternal y filialmente

con sus Padres y Abuelos.

Auxílianos para abrir nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y compartir en

familia o en pequeña comunidad, lo que el Espíritu Santo haya movido en nuestro

interior, y así descubramos que somos amados por Dios Padre, y aprendamos a

desarrollar la espiritualidad necesaria para amar a nuestros prójimos.

Con gran confianza, también encomendamos al Papa Francisco en tus manos,

fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su

llamado para renovar nuestra aspiración a ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a

escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir esa

experiencia a nuestros semejantes.

Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino

como signo de salvación y esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen

María de Guadalupe! Amén.

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