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Carta abierta a monseñor Argüello

Los alaridos de los antepasados

Nos encontramos con dos hombres, uno de piernas cortas y trencas, el otro de ojos apagados y gruesos como los de un pez. Nos explicaron: Nos despertaron un globo de fuego y un concierto de perros, como un diálogo o una ronda de alertas, preparación para la muerte, en un lenguaje solo adivinado para nosotros. Las viejas puertas herradas de los portalones de los patios se reventaban con gran estruendo, el resplandor de las llamas apagaba por complet...o la potente luna que, de trecho en trecho, escapaba de los harapos del fuego; entraba por las ventanas y arrancaba chispas de los metales de las cocinas. Las quejumbres de las vigas de madera de los viejos caserones semejaban alaridos de los antepasados. Los ecos de las voces de la gente se diluían y perdían en los recovecos de los patios y las encrucijadas. Luego, mientras contemplábamos la destrucción, les centelleaban los ojos que lanzaban miradas como fuegos artificiales, mortalmente comprimidas, que se amasaban con la ceniza. Reímos unas risas sorprendentes provocadas por la nada.

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