Miguel d'Ors 2. TU ROSTRO QUE APARECE Y DESAPARECE

En este momento acaricio, sobre la mesa de mi escritorio, dos sugerentes poemarios de d’Ors: “Del amor, del olvido” (Adonáis 1972), y, recién adquirido, “Átomos y galaxias”, Renacimiento, 2013. A lo largo de cuatro décadas hemos ido recibiendo hasta doce títulos, uno de media cada tres años. En imagen, la portada de “Curso Superior de Ignorancia”, Premio Nacional de la Crítica en 1987. Hemos elegido para hoy, de este manual, dos sencillos y elocuentes poemas que ilustraremos según costumbre.

Además de poemarios, se han editado tres antologías de su obra poética: “Punto y aparte (1966–1990)", La Veleta, 1992, “2001 (Poesías escogidas)”, con prólogo de Enrique García-Máiquez, Númenor, 2012, y “El misterio de la felicidad”, edición de Ana Eire, Renacimiento, 2013. De esta autora recomendamos un importante artículo en Internet (pulsar), y reproducimos, a continuación, un breve texto que enumera necesidades del hombre de hoy, que podría interesarse por expresiones, afortunadas en clave existencial, de la lírica d’orsiana:

“Su poesía nos pone en contacto con los misterios que la época moderna no ha podido desvelar ni descifrar y que siguen llenando nuestras vidas: la necesidad del arte y su oscuro origen, la significativa belleza de la naturaleza, la importancia del amor y la familia, la fe religiosa, la razón de ser de la vida.

Miguel d’Ors nos desafía a volver a interpretar el mundo moderno para saber vivirlo y presenta la felicidad, dentro de todas estas facetas, como un rincón que hay que frecuentar, saliendo de lo que parece el centro de la vida, un rincón que requiere que aceptemos ciertas incomodidades, pero que nos recompensa con la vista inigualable que nos proporciona.”

QUE APARECE –UN RELÁMPAGO– Y QUE DESAPARECE...

Explica d’Ors que es una buena forma de definir la Belleza llamarla “resplandor de la Verdad”. Y añade: “Y puesto que la Verdad es Dios, este texto es al mismo tiempo un metapoema y un poema religioso”. Lo que más me conturba de estos versos es el movimiento de luces -relámpagos– que juegan como al escondite sobre encabalgados versos. Dios se muestra y se oculta. Lo que más me impresiona es la misión que parece asumir el poeta de traslucir el rostro de Dios en la generación de expresivas palabras, de luminosas frases.

Fechado el poema el 15 de setiembre de 1984, habrán de pasar nueve años hasta que Juan Pablo II, en su encíclica “Veritatis splendor”, acerque luz al corazón del creyente al impetrar con el salmista: “¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!” (Salmo 4,7).

SPLENDOR VERITATIS

Tu rostro, que aparece -un relámpago- y que

desaparece. Muero buscando entre palabras

apagadas un ascua de verdad que ilumine

un instante ese rostro. Haberlo casi visto

–un reflejo en el río– y vivir solamente

para volver a verlo. Que aparece –un relámpago–

y que desaparece. Qué dolor y qué gozo

este mover palabras, materia que se cierra

con espesor de piedra sobre Tu luminosa

permanencia, o que logra un destello, o siquiera

nos permite ese leve temblor de Tu inminencia

bajo la piel de un verso. Es esto la poesía:

buscar en las palabras, con las palabras, contra

las palabras Tu rostro, que aparece –un

relámpago–

y que desaparece.

PERO, ¿QUIÉN SOY YO EN REALIDAD?

Artesano de símbolos, parece definir Miguel d’Ors la vida del hombre como la vida de la rosa, belleza instantánea y destrucción definitiva.

Algo así describía Aleixandre el veloz tránsito del hombre por el tiempo: “Entre dos oscuridades un relámpago”. No nos quedemos encharcados por el barroco. En “Átomos y Galaxias”, último título del poeta gallego, leemos, por los renglones del poema “Cuerpo”, cómo la parte material del poeta quedará confiada a la tierra. Pero después, echado a los brazos de la Misericordia –le explica d’Ors a su cuerpo–, “esperaré la bienaventurada / hora en la que regreses, luminoso / y eterno, y nos unamos nuevamente / en una juventud ya inamovible.”

DE MISTERIO

¿Quién soy?

–Este intervalo de misterio

entre la rosa ardiente que corto para ti

y la rosa sombría que mi mano te tiende.

PUEDES LLAMARLO EL ALMA

En un primer momento, oigo la canción y solo la canción: yo soy esa música. Me desposeo de mí y me identifico con la voz. Cuando esta cesa, me repliego en mi templo, pero todavía resuena el eco por mis oídos, por mi corazón, por mis bóvedas, por mis silencios... Es el momento del alma, del gozo, del milagro... Después acaso sea ya tarde... Porque hemos ido regresando a la rutina, a la soledad, al vacío...