"Es permitir que nuestras relaciones se vuelvan lugar de presencia divina" Caminar juntos: una mirada relacional al Jubileo de la Sinodalidad

Gente caminado
Gente caminado L. K. Medrina

Roma fue estos días del Jubileo de la Sinodalidad el rostro visible de ese “caminar juntos”. Un momento histórico para todo el pueblo de Dios. Un tiempo de gracia en el que la Iglesia nos recordó que la comunión no es solo un ideal, sino un modo concreto de vivir y de vincularnos, de abrirnos, de reconocernos unos a otros

Roma fue estos días del Jubileo de la Sinodalidad el rostro visible de ese “caminar juntos”. Un momento histórico para todo el pueblo de Dios. Un tiempo de gracia en el que la Iglesia nos recordó que la comunión no es solo un ideal, sino un modo concreto de vivir y de vincularnos, de abrirnos, de reconocernos unos a otros.

El Papa León, en su homilía del domingo, nos habló de la parábola del fariseo y el publicano,  ambos suben al templo, ambos oran, pero no se encuentran. Caminan el mismo camino, pero sin comunión. Esto podría ser el reflejo de una imagen donde podemos compartir espacios eclesiales, familiares o comunitarios, pero sin un verdadero encuentro.

Creemos. Crecemos. Contigo

Desde la psicología relacional, esto es lo que ocurre cuando nuestras interacciones se vuelven defensivas, jerárquicas oabusivas. A veces, también dentro de la Iglesia, nuestras miradas se vuelven selectivas. En lugar de ver al otro como un hermano, lo juzgamos desde su herida o desde lo que creemos que le falta, y sin darnos cuenta, esa mirada ya no sana, sino que hiere; ya no construye comunión, sino que reafirma el propio egocentrismo. El Papa citó a San Agustín, el fariseo “subió a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo”. En lugar de abrirnos al Otro/otro —a Dios y a los hermanos—, nos encerramos en una imagen ideal de nosotros mismos, de nuestro ministerio, de nuestro carisma o de nuestra autoridad.

Pero existe otro peligro, y quizás es más sutil, en el que podemos caer todos, y al que me quiero referir, y es el de mirar al otro por lo que nos aporta, por lo que nos puede aprovechar. A veces, nos relacionamos no con la persona, sino con el “poder” que representa. Y eso aunque puede parecer un gesto de cercanía, es una forma también de mirarnos a nosotros mismos, buscando el beneficio o el prestigio que esa relación puede darnos. Nos presentamos diciendo “soy amiga del obispo tal...”, “del secretario de…”, “de la provincial…”, como si el valor viniera de la cercanía con quien tiene autoridad.

Cuando la identidad se ancla demasiado en un cargo, en un reconocimiento o en una función, el amor deja de ser el principio que orienta nuestras relaciones

Al actuar así, nos convertimos sin querer en parte del mismo circuito de poder que creemos cuestionar. Y de ese modo pueden surgir dinámicas de abuso, de sometimiento, de silenciamiento o de indiferencia, según quién ocupe cada posición. Si expresamos lo que realmente pensamos, corremos el riesgo de quedar fuera del círculo “privilegiado”, de perder la consideración o el reconocimiento que nos define en ese espacio, y ser relegados a un lugar que no elegimos, o no queremos. Cuando la identidad se ancla demasiado en un cargo, en un reconocimiento o en una función, el amor deja de ser el principio que orienta nuestras relaciones, y los vínculos se vuelven instrumentales: se utilizan para obtener algo, en lugar de existir como espacio de encuentro, cuidado y crecimiento mutuo.

Gente caminado por la calle
Gente caminado por la calle Sofía Moya

Es importante empezar a cuestionarnos esto como iglesia, desde lo personal hasta lo comunitario. Nos puede pasar a todos. Pero el ir haciéndonos conscientes de ello,  “darnos cuenta”, nos lleva a estar más alertas y a replantearnos nuestros vínculos con honestidad, ¿desde dónde me relaciono contigo? No es fácil resistirnos al placer narcisista que nos devuelve el estar cerca de alguien “importante” -léase con cargos que representan un poder para mí-, porque al “ser amigo de fulano”, participamos en parte de lo que ese fulano ostenta. Un refrán castellano refleja muy bien este trasfondo: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Las personas con quienes nos relacionamos influyen en cómo nos definimos y hasta en nuestra identidad. Como bautizados, como cristianos, la pregunta que debemos hacernos es clara: ¿con quién queremos identificarnos?  Con Cristo, que nos enseña a servir, a escuchar y a caminar junto a los demás desde la humildad y el amor.

Estos días, desde mi experiencia, fueron ejemplos de verdadera sinodalidad en cuestiones muy concretas. Los miembros de los equipos hacían las mismas colas que el resto, cedían sus puestos a los peregrinos, sin mostrar privilegios.  Esa actitud sencilla, atenta y humilde es la encarnación del caminar juntos: no es el cargo lo que define la relación, sino la apertura a compartir y servir. La sinodalidad no es solo un principio teórico, sino una práctica viva que transforma vínculos y espacios. La autoridad verdadera siempre se ejerce desde el servicio y la cercanía, partiendo del otro, y nunca desde la imposición o la jerarquía. Reconociéndonos como hermanos en el mismo camino, sin jerarquías afectivas, sin privilegios simbólicos. Solo cuando nos miramos de igual a igual, desde la verdad y la vulnerabilidad compartida, el Espíritu puede obrar una comunión real.

Sínodo de la sinodalidad
Sínodo de la sinodalidad

La sinodalidad, tal como nos la propone la Iglesia, es encuentro, es un modo de relación. Es aprender a estar con el otro sin dominar, sin imponer, sin excluir. Es escuchar y hablar sin miedo y por supuesto,  sin herir. El Papa lo recordó con fuerza: “En la comunidad cristiana, las relaciones no responden a las lógicas del poder, sino a las del amor”. Esa frase, tan sencilla, resume la revolución interior que el Espíritu Santo quiere obrar en nosotros.Caminar juntos, en definitiva, es permitir que nuestras relaciones se vuelvan lugar de presencia divina.

No se trata de uniformidad, sino de una unidad tejida por vínculos que sanan y transforman. Creo que todos volvimos con esa misión, que se expresará en los lugares concretos: ayudar a que este estilo de comunión se encarne en nuestras relaciones cotidianas.

Caminar juntos es la sinodalidad del corazón, siendo esta “la hora del amor” (Papa León XIV).

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