Cupich: «Dilexi te», el Concilio y la liturgia como lugar de solidaridad con los pobres
"En su primera exhortación apostólica, subraya el cardenal arzobispo de Chicago, el papa León recuerda las palabras de San Juan XXIII quien, antes de abrir el Concilio, afirmó que la Iglesia quiere ser de todos «y particularmente la Iglesia de los pobres»: no debe definirse por los adornos del mundo, sino caracterizarse por la sobriedad y la sencillez"
"La reforma litúrgica tenía por objeto permitir que la acción de Dios por nosotros en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, resplandeciera con mayor claridad"
"La reforma litúrgica se benefició de la investigación académica sobre los recursos litúrgicos, que identificó los adaptaciones introducidas a lo largo del tiempo que incorporaban elementos procedentes de las cortes imperiales y reales"
( Vatican News).- Entre las numerosas intuiciones extraídas de la lectura de Dilexi te, me ha llamado especialmente la atención la observación del papa León de que «el Concilio Vaticano II representa una etapa fundamental en el discernimiento eclesial sobre los pobres, a la luz de la Revelación» y que este hito ha forjado por completo la dirección tomada por el Concilio y sus reformas. Observa que, mientras que en los documentos preparatorios solo había una alusión marginal al tema de los pobres, el papa San Juan XXIII lo puso de relieve en un mensaje radiofónico un mes antes de la apertura del Concilio, declarando: «La Iglesia se presenta tal como es, y quiere ser, como la Iglesia de todos y, en particular, la Iglesia de los pobres».
Estos comentarios, según el papa León, impulsaron a teólogos y expertos a imprimir al Concilio una nueva dirección, que el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, resumió en su intervención del 6 de diciembre de 1962. Declaró: «El misterio de Cristo en la Iglesia ha sido siempre, y es hoy, de manera particular, el misterio de Cristo en los pobres... no se trata simplemente de un tema entre muchos, sino, en cierto sentido, del único tema del concilio en su conjunto».
Más tarde, Lercaro observó que, mientras preparaba su intervención, había terminado por ver el Concilio de manera diferente: «Esta es la hora de los pobres, de los millones de pobres en todo el mundo», escribió. «Esta es la hora del misterio de la Iglesia como madre de los pobres. Esta es la hora del misterio de Cristo, presente especialmente en los pobres».
Es en este contexto que Dilexi te nos presenta un comentario particularmente revelador que nos ofrece una nueva comprensión de la reforma de la liturgia de los padres conciliares. «Se planteaba así la necesidad de una nueva forma eclesial, más sencilla y sobria, que involucrara a todo el pueblo de Dios y a su figura histórica. Una Iglesia más parecida a su Señor que a los poderes mundanos, tendente a estimular en toda la humanidad un compromiso concreto para la solución del gran problema de la pobreza en el mundo».
En otras palabras, la noble sencillez que perseguía Sacrosanctum concilium al pedir la restauración de la liturgia no era mera antigüedad o simplicidad por sí misma. Más bien, estaba en sintonía con ese creciente sentido de «la necesidad de una nueva forma eclesial, más sencilla y sobria […]». La reforma litúrgica tenía por objeto permitir que la acción de Dios por nosotros en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, resplandeciera con mayor claridad. La renovación de nuestro culto se llevó a cabo en consonancia con el deseo de los padres conciliares de presentar al mundo una Iglesia que no se definiera por los adornos del mundo, sino que se caracterizara por la sobriedad y la sencillez, permitiéndole hablar a la gente de este tiempo de una manera mucho más parecida al Señor y permitiéndole dedicarse de una manera nueva a la misión de proclamar la buena nueva a los pobres.
La reforma litúrgica se benefició de la investigación académica sobre los recursos litúrgicos, que identificó los adaptaciones introducidas a lo largo del tiempo que incorporaban elementos procedentes de las cortes imperiales y reales. Esta investigación puso de manifiesto que muchos de esos adaptaciones habían modificado la estética y el significado de la liturgia, convirtiéndola más en un espectáculo que en una participación activa de todos los bautizados para que fueran formados para participar en la acción salvífica de Cristo crucificado.
Al purificarla de estos adaptaciones, se pretendía permitir que la liturgia sustentara un nuevo sentido de sí misma de la Iglesia que, como observó el papa san Pablo VI en su alocución al comienzo de la segunda sesión del Concilio, estaba en consonancia con la inspiración de su predecesor al convocar el Concilio, «para abrir a la Iglesia nuevos caminos y, al mismo tiempo, conducir a la tierra las aguas frescas y beneficiosas, aún desconocidas, que brotan de la gracia de Cristo Dios».
También tenía por objeto permitir que la Eucaristía fuera, como afirmó el papa san Juan Pablo II en su Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, de nuevo un «proyecto de solidaridad para toda la humanidad», haciendo de quienes participan en ella «promotores de la comunión, de la paz y de la solidaridad en todas las circunstancias». Continuó diciendo que «nuestro mundo [...], [atormentado] por el espectro del terrorismo y la tragedia de la guerra, llama más que nunca a los cristianos a vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres que, en diversos niveles de responsabilidad en la vida social, cultural y política, se convierten en tejedores de diálogo y comunión».
El santo Papa concluyó de una manera que anticipa la enseñanza del Papa León, observando que «por el amor mutuo y, en particular, por la solicitud hacia los necesitados, seremos reconocidos como verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13, 35; Mt 25, 31-46). Este es el criterio por el que se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas». Con la recuperación de la antigua sobriedad del rito romano, la Eucaristía vuelve a ser el lugar de la paz auténtica y de la solidaridad con los pobres en un mundo fracturado.
*Cardenal arzobispo de Chicago