"Era, en sus propias palabras, 'un ateo de estricta  observancia católica'" Xuan Bello, un David frente a Goliat pero sin honda: con solo sus palabras y silencios

Xuan Bello
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"En realidad, toda lengua es un lugar, ese lugar mágico donde encontramos  siempre lo que necesitamos: palabras para expresar lo que no sabemos decir con  palabras, lo indecible"

"Y yo mismo me siento  infinitamente más cerca del poeta asturiano que de cuantos se erigen en jueces  de sus semejantes y les acusan de impiedad. No hubo impiedad en la vida de  Xuan Bello. Más bien, todo lo contrario"

"Xuan Bello fue un hombre, más bien bajo de estatura por cierto, que puso toda su  atención en la tierra de sus antepasados. La amó y la levantó con la energía de su  mirada penetrante. Le dio voz para que la alzase"

Se nos ha ido un hombre que nos ha dejado su voz. En realidad, era eso todo lo  que venía buscando desde el principio de sus días y sus versos: que los lugares y  las personas que amó en vida tuvieran su voz, una voz granada y agridulce, capaz  de esperar la muerte -tan inesperada para él mismo como para nosotros- y salir  airosa del olvido al que los mortales condenan a los muertos cuando no son sus muertos. 

Xuan Bello ha nacido, tras su muerte, de su propia voz. Es, ya para siempre, la voz  de los lugares que apenas lo han tenido en la historia escrita en los libros y  explicada en las aulas, esos lugares donde el poeta aprendió una lengua que aún  era maldita no hace tanto. Los que pertenecemos a su generación o a cualquiera  de las próximas a ella aun recordamos cuándo hablar en asturiano era hablar mal  el castellano y verse expuesto al correctivo o a la burla.  

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Xuan Bello

En realidad, toda lengua es un lugar, ese lugar mágico donde encontramos  siempre lo que necesitamos: palabras para expresar lo que no sabemos decir con  palabras, lo indecible. Y, en el abismo de lo indecible, la palabra más difícil de  pronunciar con respeto o conciencia de lo que se está diciendo: me refiero a la  palabra “Dios”. Xuan Bello era, en sus propias palabras, “un ateo de estricta  observancia católica” y por eso supo hablar siempre con exquisita delicadeza con  y acerca de los miembros de la Iglesia. No había encontrado la palabra que  pudiera sustituir a la más sagrada de todas: hele ahí predispuesto, sin cesar, a  conversar de todo con todos, ateos o teólogos. 

Yo me he atrevido a sugerir en público una afinidad imaginaria entre el poeta de  Paniceiros y la figura de Sócrates, acusado de ateísmo por sus contemporáneos.  Si éste no creía en los dioses de la ciudad, aquel tampoco. Y yo mismo me siento  infinitamente más cerca del poeta asturiano que de cuantos se erigen en jueces  de sus semejantes y les acusan de impiedad. No hubo impiedad en la vida de  Xuan Bello. Más bien, todo lo contrario. Hubo, en ella, una piedad muy honda  hacia los débiles y los malditos, hacia los olvidados o ignorados por los poderes  de este mundo.  

Xuan Bello fue un hombre, más bien bajo de estatura por cierto, que puso toda su  atención en la tierra de sus antepasados. La amó y la levantó con la energía de su  mirada penetrante. Le dio voz para que la alzase, de igual a igual, ante las urbes más espléndidas y honradas de este mundo. Fue todo un David frente a Goliat.  Pero sin honda: con solo sus palabras y silencios…

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