Hace tanta falta la lluvia...
¡Hace tanta falta la lluvia!
Al menos una llovizna
que descienda leve, persistente,
o un orvallo que vaya calando
hasta empapar de vida
y de luz la mirada
que traspasa el vaho en la ventana.
Necesitamos una tormenta infinita
que desprenda
tanta escara a flor de piel,
tanta polución inhalada,
tanto ardor apagado.
Es apremiante una gran precipitación,
que arrastre por las alcantarillas subterráneas
tanta infamia inoculada en las imágenes,
tanta violencia que circula por las venas,
tanto anhelo despreciado, insatisfecho.
Porque escasea la lluvia en la ciudad,
para que broten flores en el asfalto,
para calmar tanta sed insaciable,
para ahuyentar la soledad y el vacío
con la húmeda tempestad de los besos.
¡Hace tanta falta
que la lluvia desagüe por los canalones
el desamparo y haga germinar
el verde tallo del embeleso…!
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Lágrimas
Hay lágrimas que rocían los recuerdos.
Lágrimas amargas de tristeza.
Lágrimas desbordadas por la ausencia
o que acompañan el dolor y el sufrimiento.
Pero también hay lágrimas de alegría,
lágrimas que cicatrizan heridas,
lágrimas de arrobo ante la belleza,
lágrimas agradecidas por el don de la amistad…
Lágrimas que brotan sin un motivo,
o quizá por puro amor a la vida.
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El mar de la sensibilidad
Siempre deseó crear un verso
que ofreciera algún sorbo de belleza
desde el corazón mismo de la vida.
En sus entrañas palpita
un breve, incandescente destello de luz
que renace cada mañana para sobrevivir
a las duras heladas de la intemperie.
Se deja así traspasar por el fulgor
de la presencia que le habita y sostiene,
que le mantiene conmovido,
balbuciendo algo incomprensible
ante el espectáculo de la noche
y sus millones de lejanas nebulosas.
Va apartando las sombras
para que no se apodere de su mirada
la oscura y húmeda sensación del musgo,
que impide que crezca un pétalo
suficiente de felicidad.
Le mueve una pasión interior,
una atención plena hacia la realidad,
al barro y su leve vuelo hacia lo inefable,
esa brasa de esperanza
que siempre permanece prendida.
Aún se deja atrapar
por el espíritu fascinado
que crea la maravilla,
el mar de la sensibilidad
tan dentro de sí.
Y allí se baña cada día,
en las verdiazules aguas
de la clara incertidumbre
en cada paso,
por cada rostro,
de cada alumbramiento,
con la pasión del don
que descorre el telón de la vida.
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