Cuaresma, la ascesis por el Reino de Dios El ayuno que yo quiero (Is 48,6)

El ayuno que yo quiero (Is 48,6)
El ayuno que yo quiero (Is 48,6)

Nadie está en el bando de los “perfectos”, sino que todos somos humanos y necesitados de un Amor que cure nuestras heridas. Cuaresma es la percepción que Jesús camina con nosotros, una presencia misericordiosa que nos transfigura en seres bondadosos.

el enfoque de las órdenes mendicantes puso al ascetismo en su punto, al valorar al mundo como algo esencialmente bueno, aunque herido y necesitado de misericordia y conversión.

La Contrarreforma católica fabricó el tipo ideal del asceta, el santo mortificado y milagrero. Las canonizaciones se volvieron una apoteosis teatral...san Isidro, coló más por sus llamativos milagros que por la santificación de su trabajo cotidiano.

El misticismo era para una minoría estamental privilegiada, que por “renunciar” forzosamente a casarse, se los “compensaba” con privilegios “sagrados”. A la gran masa del Pueblo de Dios se le imponía obedecer y admirar a sus clérigos, los que hacían ascesis y mística de verdad. 

El Concilio Vaticano II llega para responder al reclamo una ascesis nueva, cercana...aparece una hagiografía que incorpora al “santo de la puerta de al lado” como referencia de perfección cristiana, sin estridencias ni rigorismos.

"Gaudium et Spes", es un himno a la bondad mundana, una esperanza activa de fraternidad con todos. La finalidad ya no es sacralizar lo profano, sino una compasión que parta de la aceptación deI mundo y su mundanidad, de sus gozos y esperanzas para compartir el Amor sanador de Jesús.

Cuaresma es una invitación a centrar el foco, de discernir si nuestro camino es verdadero o una farsa que retroalimentamos y de la que no nos damos cuenta. Todos tenemos sesgos hipócritas y nadie está en el podio para juzgar a los demás, creyendo que sus creencias o ideologías, lo autorizan. Nadie está en el bando de los “perfectos”, sino que todos somos humanos y necesitados de un Amor que cure nuestras heridas. Cuaresma es la percepción que Jesús camina con nosotros, una presencia misericordiosa que nos transfigura.

Reemplazar la conversión por la severidad es una forma de huida de este acto humilde. El rigorismo es una tentación atractiva: cuanto más sufrimiento uno se provoca, mejor cristiano es…y ¡superior a los demás! como el publicano en el templo (Lc 18,9). Se olvida de aquello que “podría dar mi cuerpo a las llamas, pero si no tengo amor, no me sirve para nada” (1 Cor 13). Dios no quiere sacrificios, quiere amor y misericordia (Mt 9,13).  Jesús comía con los fariseos y pecadores, y siempre como gesto de protesta contra el rigorismo de los hipócritas caciques religiosos (Mt 9, 11; 11, 9; Mc 2, 6; Lc 5, 30; 15, 2…)

anacoreta
anacoreta

En las visiones rigoristas, no hace falta Jesús, ya que son meras ideologías humanas, técnicas de vanidad espiritual, el cuerpo es un elemento perturbador, como un estorbo al que hay que aniquilar en el camino hacia la contemplación. Este tipo de asceta es un luchador por una perfección narcisista y destructora. Gnósticos y pelagianos se disputan una “perfección” nacida en el tronco de la soberbia. En “Gaudete et exsultate”, la Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo, Francisco lo explica muy bien.

En los primeros siglos, pasadas las persecuciones martiriales, el dualismo maniqueo buscó reemplazarlo con una ascesis radical: lo material es malo; el enemigo íntimo, es el propio cuerpo. Se mitificó este sucedáneo martirial, de luchadores obsesionados por la renuncia en sí misma, que minusvaloraban el sexo y el matrimonio… enjambre de ascetas encandilados con una virginidad mitificada y absurda, desconectada del Evangelio.

San Pacomio y San Benito pusieron un poco de orden con sus sabias reglas que introducían a un “tú”, una comunidad de personas reales para convivir. Sin los “otros” no hay cristianismo ascético, ni salud mental. Posteriormente, San Francisco y Santo Domingo, con no pocas dificultades, fundaron las órdenes mendicantes en siglos XII-XIII para una nueva síntesis del pensamiento (fides quaerens intellectum) y ayuda a los necesitados. Desde allí y no desde las armas (cruzadas albigenses) confrontarán las corrientes de espiritualismo desencarnado y pauperismo maniqueo de entonces. Su enfoque puso al ascetismo en su punto, al valorar al mundo como algo esencialmente bueno, aunque herido y necesitado de misericordia y conversión.

la ascesis de la compasión
la ascesis de la compasión

Al mártir sucedió el virgen, el anacoreta y el eremitismo primitivo fue complementado con el cenobitismo y el monaquismo. Cada uno dejando valiosas experiencias que aún perduran. Un largo camino de nuevas formas de vivir el ascetismo evangélico que incorporaban lo comunitario, la atención al mundo, la inteligencia y a los necesitados.

Pero faltaba aún la evolución hacia una visión ascética de la vida laical que no fuera imitación de las exigencias monásticas y religiosas. Algo prematuro en una sociedad con una demografía clerical que llegaba al 20% de la población en algunos lugares.

La época de la Reforma fue una gran oportunidad de extender la mirada más allá del clericalismo, sin perder la unidad, el mayor don para que el mundo crea. Pero hubo que esperar 400 años para valorar sus reclamos con el Vaticano II.

Luteranos y calvinistas ampliaban una ascesis universal, no privilegiada ni reducida a la virginidad, sino realizable en todos los estados de vida. Pero Trento retrucaba con solemnidad la superioridad del estado virginal al matrimonio, como lo era el celibato obligatorio, artificioso signo sacralizado de superioridad sobre los fieles, que se encargó de imponerlo a rajatabla…con lamentables resultados en muchísimos casos hasta la fecha.

La Contrarreforma católica fabricó el tipo ideal del asceta, el santo mortificado y milagrero. Las canonizaciones se volvieron una apoteosis teatral, con buenas intenciones, pero también como arma de combate contra el protestante des-sacramentalizado, que por su lado también se entregaba a exageraciones. Las hagiografias barrocas exaltan lo extraordinario, triunfa la ascesis heroica, llamativa y clerical casi siempre, fuera del alcance del hombre corriente. Un labrador asalariado, como san Isidro, coló más por sus llamativos milagros que por la santificación de su trabajo cotidiano.

Los reformistas querían cambiar viejas concepciones estamentales y jerárquicas por otras  donde prevaleciera la ascética del trabajo. Los contrarreformistas quería conservar las jerarquías sociales, con poca atención a otra cosa que no fuese rezar y guerrear. “Místicos” y guerreros …saqueadores del nuevo mundo, pero nada industriosos. Nunca me gustó la conclusión de Max Weber sobre la ética protestante del trabajo y el desarrollo del capitalismo, pero no deja de tener elementos importantes.

El misticismo era para una minoría estamental privilegiada, que por “renunciar” forzosamente a casarse, se los “compensaba” con privilegios “sagrados”. A la gran masa del Pueblo de Dios se le imponía obedecer y admirar a sus clérigos, los que hacían ascesis y mística de verdad. Al pueblo inculto le llegaría algo por aquello de la “comunión de los Santos”. La multiplicación de apariciones de la Virgen comenzó a ser el sucedáneo popular de estas “elevadas” experiencias de elite clerical.

tan cerca de Jesús
tan cerca de Jesús

Sin embargo, pasaron siglos de intenso samaritanismo que fecundaron obras educativas, hospitalarias, sociales por amor a Cristo, la esencial ascesis de la compasión que ha estado construyendo el Reino de Dios en el silencio de la historia oficial ilustrada. Las complicaciones teológicas y eclesiales no han impedido que la Civilización del Amor se siga gestando en todas partes como levadura de una nueva humanidad.

Antes del Vaticano II, el laico debía ser pasivo, solo “colaborador” de la jerarquía. El Concilio define ahora al laicado de forma positiva y activa. Lumen Gentium da una visión eclesiológica renovada, que pone al Pueblo de Dios antes que la jerarquía.

El Concilio llega por fin, para responder al reclamo una ascesis nueva, cercana. Lentamente aparece una hagiografía que incorpora al “santo de la puerta de al lado” como referencia de perfección cristiana, sin estridencias ni rigorismos. La vocación universal a la santidad del Vaticano II (LG 41) tiene más que ver con ascesis de la normalidad que con fenómenos extraordinarios, renuncias maniqueas a la sexualidad, aislarse de lo que pasa en el mundo, etc.

"Gaudium et Spes", es un himno a la bondad mundana, una esperanza activa de fraternidad con todos. La finalidad ya no es sacralizar lo profano, sino la compasión que parta de la aceptación deI mundo y su mundanidad, de sus gozos y esperanzas para compartir el Amor sanador de Jesús.

La sinodalidad de Francisco, tan a los tumbos por el momento, abre la Iglesia de los clérigos a la escucha de todos sus fieles, aquellos que, con sus sacrificios no inventados, que les impone la vida, tienen una noción más real del mundo y sus necesidades. No necesitan ingeniar nuevos ayunos y renuncias, porque la conversión viene por la Misericordia en un mundo que sufre hambres, guerras y flagrantes desigualdades inhumanas.

poliedroyperiferia@gmail.com

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