A partir de Jesús, el lugar del encuentro con Dios ya no es el templo con sus sacerdotes y rituales, sino el pobre, su Presencia vicaria. Dios ya no se encuentra en la aparatosidad de sacralidades inventadas por los clérigos sino en la misericordia de las relaciones humanas.
Los templos no son más importantes que los seres humanos, sino que deberían ser siempre "recordatorios", símbolos y estímulo del compromiso con el otro. Cada ser humano es una piedra viva y real del santuario en el que Dios quiere ser honrado.
Jesús vino para cambiar las cosas. Ese cambio se llama Reino de Dios y su Justicia. Lo quiere llevar a cabo con nuestra participación. “El Dios que te creó sin ti no te redimirá sin ti” (S.Agustín). No se conformó con “denunciar”. Él hizo el Reino.
Él es la piedra que cualquier arquitecto desecharía y que se ha convertido en piedra angular del nuevo Templo de los Bienaventurados, los únicos que entran sin pasaporte al Cielo y a quienes hemos de apegarnos de corazón, si queremos compartir su Gloria.