El pasado 2 de septiembre, a la edad de 88 años, el cardenal Adrianus Simonis, figura controvertida en la Iglesia holandes y poco querido por los obispos en un momento en el que esta Iglesia estaba muy divididida
En la década de los 70, los Países Bajos estaban sacudidos por el asunto Schillebeeckx, el conocido teólogo de Nimega, bajo sospecha de la Congregación para la Doctrina de la Fe
El 29 de mayo de 1979, Juan Pablo II decidió convocar en Roma un sínodo de obispos de los Países Bajos para tratar con ellos los principales problemas teológicos y pastorales de la provincia eclesiástica holandesa
El objetivo del Sínodo holandés era fortalecer la colegialidad de los obispos entre sí y de los obispos con el Papa, promover la unidad de la jerarquía, discutir sobre la vida de la Iglesia y sobre su responsabilidad en el mundo contemporáneo
La Iglesia holandesa y sus teólogos iban muy por delante de Roma en temas controvertidos. Partidarios de llevar adelante el Concilio Vaticano II, consideraban que Roma estaba retrocediendo
Roma consideraba que Holanda estaba tomando un camino "protestante" y había peligro de cisma
El momento oportuno llegó con el nombramiento de dos obispos tradicionalistas, Simonis y Gijsen, respectivamente en Rotterdam y Roermond. Fue una imposición contra el parecer de la población
El sínodo se celebró del 14 al 31 de enero de 1980: dieciséis días de trabajo, veintiocho sesiones generales, unas trescientas intervenciones. Fue, sin duda alguna, un "sínodo "romano"
El cielo se abrió cuando el 8 de julio se anunció el nombramiento de Adrianus Simonis como arzobispo coadjutor de Utrecht con derecho de sucesión en contra del cabildo de Utrech, que había presentado una terna de candidatos
A diez años del sínodo de 1980, todavía había quienes trataban de responder a las muchas preguntas abiertas, pero la mayoría se había olvidado por completo de ellas