Vibrante discurso de León XIV, que reivindica el "multilateralismo" y advierte de las "tentaciones autocráticas" El Papa denuncia en la FAO "un panorama mundial desolador" y reitera sus críticas a "una economía sin alma"

Discurso de León XIV en la FAO
Discurso de León XIV en la FAO

Contundente, enérgico, vibrante el discurso que León XIV ha pronunciado esta mañana,  en la sede internacional en Roma de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), con motivo del 80º aniversario de esta organización

"Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible"

"En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan —y mueran— golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica"

Contundente, enérgico, vibrante el discurso que León XIV ha pronunciado esta mañana,  en la sede internacional en Roma de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), con motivo del80º aniversario de esta organización, que coincide este 16 de octubre con el Día Mundial de la Alimentación, y donde ha vuelto a denunciar "una economía sin alma" y "un cuestionable modelo de desarrollo", a la vez que ha sacado los colores a la comunidad internacional por mirar hacia otro lado ante "el uso de los alimentos como arma de guerra".
En su discurso ante el director general de la organización de Naciones Unidas –"siguiendo el ejemplo de mis Predecesores en la Cátedra de Pedro, que otorgaron a la FAO una especial estima y cercanía, conscientes del relevante mandato de esta organización internacional"– y otras relevantes personalidades, el Papa ha mostrado su convencimiento de que "si se derrota el hambre, la paz será el terreno fértil del que nazca el bien común de todas las naciones".

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"A ochenta años de la institución de la FAO, nuestra conciencia debe interpelarnos una vez más frente al drama —siempre actual— del hambre y la malnutrición. Poner fin a estos males incumbe no sólo a empresarios, funcionarios o responsables políticos. Es un problema a cuya solución todos debemos concurrir", prosiguió Robert F. Prevost, indicando que "el mundo no puede seguir asistiendo a espectáculos tan macabros como los que están en curso en numerosas regiones de la tierra. Hay que darlos por zanjados cuanto antes", en alusión a los conflictos abiertos en el mundo, entre los que citó los de Ucrania, Gaza, Haití, Afganistán, Malí, República Centroafricana, Yemen y Sudán del Sur.
Reconoció el Papa que el objetivo del encuentro es "movilizar toda energía disponible, en un espíritu de solidaridad, para que en el mundo no haya nadie al que le falte el alimento necesario, tanto en cantidad como en calidad", por lo que enfatizó que, "a cinco años del cumplimiento de la Agenda 2030, hemos de recordar con vehemencia que alcanzar el Hambre Cero sólo será posible si existe una voluntad real para ello, y no únicamente solemnes declaraciones".

El director general de la FAO, con el papa León XIV
El director general de la FAO, con el papa León XIV RD/Captura

"Por esto mismo, con renovado apremio, hoy estamos llamados a responder a una pregunta fundamental: ¿dónde estamos en la acción contra la plaga del hambre que continúa flagelando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?", remarcó León XIV, remarcando a continuación que "es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional".

"Una economía sin alma"

"Esto no es casualidad –prosiguió su discurso escuchado desde la primera fila por la primera ministra italiana Georgia Meloni, el rey de Lesotho o la reina Leticia–, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan —y mueran— golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica".
Con igual contundencia denunció León XIV que "los escenarios de los conflictos actuales han hecho resurgir el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo todo el trabajo de sensibilización llevado adelante por la FAO", lo que "parece olvidado, pues, con dolor, somos testigos del uso continuo de esa estrategia cruel, que condena a hombres, mujeres y niños al hambre", aunque, remarcó, "el silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado".

El papa León XIV, en la FAO
El papa León XIV, en la FAO RD/Captura

"No podemos seguir así", clamó el papa Prevost, "ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición", y desgranó lo que llamó "paradojas ultrajantes": "¿Cómo podemos seguir tolerando que se desperdicien ingentes toneladas de alimentos mientras muchedumbres de personas se afanan por encontrar en la basura algo que llevarse a la boca? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten a unos pocos tenerlo todo y a muchos no tener nada? ¿Cómo no se detienen inmediatamente las guerras que destruyen los campos antes que las ciudades, llegando incluso a escenas indignas de la condición humana, en las que la vida de las personas, y en particular la de los niños, en vez de ser cuidada se desvanece mientras van en busca de comida con la piel pegada a los huesos?"

"Panorama mundial desolador"

"Contemplando el actual panorama mundial, tan penoso y desolador por los conflictos que lo afligen, da la impresión de que nos hemos convertido en testigos abúlicos de una violencia desgarradora, cuando, en realidad, las tragedias humanitarias por todos conocidas tendrían que instarnos a ser artesanos de paz", por lo que se preguntó si "¿es posible que no se pueda acabar con tantas y tan lacerantes arbitrariedades como signan negativamente a la familia humana? ¿Pueden los responsables políticos y sociales seguir polarizados, gastando tiempo y recursos en discusiones inútiles y virulentas, mientras aquellos a quienes deberían de servir continúan olvidados y utilizados en aras de intereses partidistas? No podemos limitarnos a proclamar valores. Debemos encarnarlos".
"Los eslóganes no sacan de la miseria –señaló a continuación–. Urge una superación de un paradigma político tan enconado, basándonos en una visión ética que prevalezca sobre el pragmatismo vigente que reemplaza a la persona con el beneficio. No basta con invocar la solidaridad: debemos garantizar la seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y el desarrollo rural sostenible".

León XIV, en la sede de la FAO
León XIV, en la sede de la FAO RD/Captura

El papel de la mujer

No ese olvidó León XIV en su alocución en reivindicar el papel de la mujer en la lucha contra el hambre y en el fomento de un desarrollo integral. "Se configura como indispensable, aunque no siempre sea suficientemente apreciado –afirmó–. Las mujeres son las primeras en velar por el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de la tierra, en amasar el futuro con las manos encallecidas por el esfuerzo. En cada rincón del mundo, la mujer es silenciosa arquitecta de la supervivencia, custodia metódica de la creación. Reconocer y valorar su papel no es sólo cuestión de justicia, es garantía de una alimentación más humana y más duradera"

La Reina Letizia, en la sede de la FAO
La Reina Letizia, en la sede de la FAO RD/Captura

En esa misma línea reivindicativa, el primer papa estadounidense apostó por una línea de colaboración mundial que parece en retroceso: "Déjenme que subraye sin ambages la importancia del multilateralismo frente a nocivas tentaciones que tienden a erigirse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más interconectado", afirmó, indicando que "los rostros hambrientos de tantos que aún sufren nos interpelan y nos invitan a reexaminar nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y, en general, nuestra forma de vivir en el mundo actual".
"No podemos aspirar a una vida social más justa si no estamos dispuestos a liberarnos de la apatía que justifica el hambre como si fuera música de fondo a la que nos hemos acostumbrado, un problema irresoluble o simplemente la responsabilidad de otros", indicó, por lo que instó a que "no se cansen, pues, de pedirle hoy a Dios la valentía y la energía para seguir trabajando por una justicia que dé resultados duraderos y beneficiosos. En sus esfuerzos, siempre podrán contar con la solidaridad y el compromiso de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia católica, listas para salir al servicio de los más pobres y desfavorecidos del mundo".

DISCURSO DEL PAPA

Señor Director General, distinguidas Autoridades, Excelencias,
señoras y señores:

1. Permítanme, ante todo, expresar mi más cordial agradecimiento por la invitación a compartir esta memorable jornada con todos ustedes. Visito esta prestigiosa Sede siguiendo el ejemplo de mis Predecesores en la Cátedra de Pedro, que otorgaron a la FAO una especial estima y cercanía, conscientes del relevante mandato de esta organización internacional.

Saludo a todos los presentes con gran respeto y deferencia, y a través de ustedes, como heraldo y servidor del Evangelio, expreso a todos los pueblos de la tierra mi más ferviente anhelo de que la paz reine por doquier. El corazón del Papa, que no se pertenece a sí mismo sino a la Iglesia y, en cierto modo, a toda la humanidad, mantiene viva la confianza de que, si se derrota el hambre, la paz será el terreno fértil del que nazca el bien común de todas las naciones.

A ochenta años de la institución de la FAO, nuestra conciencia debe interpelarnos una vez más frente al drama —siempre actual— del hambre y la malnutrición. Poner fin a estos males incumbe no sólo a empresarios, funcionarios o responsables políticos. Es un problema a cuya solución todos debemos concurrir: agencias internacionales, gobiernos, instituciones públicas, oenegés, entidades académicas y sociedad civil, sin olvidar a cada persona en particular, que ha de ver en el sufrimiento ajeno algo propio. Quien padece hambre no es un extraño. Es mi hermano y he de ayudarlo sin dilación alguna.

2. El objetivo que nos ve ahora reunidos es tan noble como ineludible: movilizar toda energía disponible, en un espíritu de solidaridad, para que en el mundo no haya nadie al que le falte el alimento necesario, tanto en cantidad como en calidad. De esta manera, se acabará con una situación que niega la dignidad humana, compromete el desarrollo deseable, obliga inicuamente a muchedumbres de personas a abandonar sus hogares y obstaculiza el entendimiento entre los pueblos. Desde su fundación, la FAO ha orientado infatigablemente su servicio para que el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria sean objetivos prioritarios de la política internacional. En este sentido, a cinco años del cumplimiento de la Agenda 2030, hemos de recordar con vehemencia que alcanzar el Hambre Cero sólo será posible si existe una voluntad real para ello, y no únicamente solemnes declaraciones. Por esto mismo, con renovado apremio, hoy estamos llamados a responder a una pregunta fundamental: ¿dónde estamos en la acción contra la plaga del hambre que continúa flagelando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?

3. Es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional. Son cifras que no podemos reputar como meras estadísticas: detrás de cada uno de esos números hay una vida truncada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan —y mueran— golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica.

4. Los escenarios de los conflictos actuales han hecho resurgir el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo todo el trabajo de sensibilización llevado adelante por la FAO durante estas ocho décadas. Cada vez parece alejarse más ese consenso expresado por los Estados que considera la inanición deliberada un crimen de guerra, como también el impedir intencionalmente el acceso a los alimentos a comunidades o pueblos enteros. El derecho internacional humanitario prohíbe sin excepción atacar a civiles y bienes esenciales para la supervivencia de las poblaciones. Hace unos años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó unánimemente esta práctica, reconociendo la conexión entre conflictos armados e inseguridad alimentaria, y estigmatizando el uso del hambre infligido a civiles como método de guerra1. Esto parece olvidado, pues, con dolor, somos testigos del uso continuo de esa estrategia cruel, que condena a hombres, mujeres y niños al hambre, negándoles el derecho más elemental: el derecho a la vida. Sin embargo, el silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado. No podemos seguir así, ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición. ¡Fortalezcamos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo! No nos detengamos pensando que el hambre es sólo un problema que resolver. Es más. Es un clamor que sube al cielo y que requiere la veloz respuesta de cada nación, de cada organismo internacional, de cada instancia regional, local o privada. Nadie puede quedar al margen de luchar denodadamente contra el hambre. Esa batalla es de todos.

5. Excelencias, hoy en día asistimos a paradojas ultrajantes. ¿Cómo podemos seguir tolerando que se desperdicien ingentes toneladas de alimentos mientras muchedumbres de personas se afanan por encontrar en la basura algo que llevarse a la boca? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten a unos pocos tenerlo todo y a muchos no tener nada? ¿Cómo no se detienen inmediatamente las guerras que destruyen los campos antes que las ciudades, llegando incluso a escenas indignas de la condición humana, en las que la vida de las personas, y en particular la de los niños, en vez de ser cuidada se desvanece mientras van en busca de comida con la piel pegada a los huesos? Contemplando el actual panorama mundial, tan penoso y desolador por los conflictos que lo afligen, da la impresión de que nos hemos convertido en testigos abúlicos de una violencia desgarradora, cuando, en realidad, las tragedias humanitarias por todos conocidas tendrían que instarnos a ser artesanos de paz munidos del bálsamo sanador que requieren las heridas abiertas en el corazón mismo de la humanidad. Una sangría que debería atraer inmediatamente nuestra atención y que habría de llevarnos a redoblar nuestra responsabilidad individual y colectiva, despertándonos del letargo aciago en el que con frecuencia estamos sumidos. El mundo no puede seguir asistiendo a espectáculos tan macabros como los que están en curso en numerosas regiones de la tierra. Hay que darlos por zanjados cuanto antes.

Ha llegado la hora, pues, de preguntarnos con lucidez y coraje: ¿se merecen las generaciones venideras un mundo que no es capaz de erradicar de una vez por todas el hambre y la miseria? ¿Es posible que no se pueda acabar con tantas y tan lacerantes arbitrariedades como signan negativamente a la familia humana? ¿Pueden los responsables políticos y sociales seguir polarizados, gastando tiempo y recursos en discusiones inútiles y virulentas, mientras aquellos a quienes deberían de servir continúan olvidados y utilizados en aras de intereses partidistas? No podemos limitarnos a proclamar valores. Debemos encarnarlos. Los eslóganes no sacan de la miseria. Urge una superación de un paradigma político tan enconado, basándonos en una visión ética que prevalezca sobre el pragmatismo vigente que reemplaza a la persona con el beneficio. No basta con invocar la solidaridad: debemos garantizar la seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y el desarrollo rural sostenible.

6. En este sentido, me parece un verdadero acierto que la Jornada Mundial de la Alimentación se celebre este año bajo el lema: “Mano de la mano por unos alimentos y un futuro mejores”. En un momento histórico marcado por profundas divisiones y contradicciones, sentirse unidos por el vínculo de la colaboración no es sólo un hermoso ideal, sino un llamamiento decidido a la acción. No hemos de contentarnos con llenar paredes con grandes y llamativos carteles. Ha llegado el tiempo de asumir un renovado compromiso, que incida positivamente en la vida de aquellos que tienen el estómago vacío y esperan de nosotros gestos concretos que los arranquen de su postración. Tal objetivo sólo puede alcanzarse mediante la convergencia de políticas eficaces y una implementación coordinada y sinérgica de las intervenciones. La exhortación a caminar juntos, en concordia fraterna, debe convertirse en el principio rector que oriente las políticas y las inversiones, porque únicamente a través de una cooperación sincera y constante se podrá construir una seguridad alimentaria justa y accesible para todos. Sólo uniendo nuestras manos, podremos construir un futuro digno, en el cual la seguridad alimentaria se reafirme como un derecho y no como un privilegio. Con esta convicción, quisiera evidenciar que, en la lucha contra el hambre y en el fomento de un desarrollo integral, el papel de la mujer se configura como indispensable, aunque no siempre sea suficientemente apreciado. Las mujeres son las primeras en velar por el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de la tierra, en amasar el futuro con las manos encallecidas por el esfuerzo. En cada rincón del mundo, la mujer es silenciosa arquitecta de la supervivencia, custodia metódica de la creación. Reconocer y valorar su papel no es sólo cuestión de justicia, es garantía de una alimentación más humana y más duradera.

7. Excelencias, conociendo la proyección de este foro internacional, déjenme que subraye sin ambages la importancia del multilateralismo frente a nocivas tentaciones que tienden a erigirse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más interconectado. Se hace, por tanto, más necesario que nunca repensar con audacia las modalidades de la cooperación internacional. No se trata sólo de individuar estrategias o realizar prolijos diagnósticos. Lo que los países más pobres aguardan con esperanza es que se oiga sin filtros su voz, que se conozcan realmente sus carencias y se les ofrezca una oportunidad, de modo que se cuente con ellos a la hora de solucionar sus verdaderos problemas, sin imponerles soluciones fabricadas en lejanos despachos, en reuniones dominadas por ideologías que ignoran frecuentemente culturas ancestrales, tradiciones religiosas o costumbres muy arraigadas en la sabiduría de los mayores. Es imperioso construir una visión que haga que cada actor del escenario internacional pueda responder con mayor eficacia y prontitud a las genuinas necesidades de aquellos a quienes estamos llamados a servir mediante nuestro compromiso cotidiano.

8. Hoy ya no podemos engañarnos pensando que las consecuencias de nuestros fracasos solo afectan a quienes permanecen ocultos. Los rostros hambrientos de tantos que aún sufren nos interpelan y nos invitan a reexaminar nuestro estilo de vida, nuestras prioridades y, en general, nuestra forma de vivir en el mundo actual. Precisamente por eso, quiero llamar la atención de este foro internacional sobre las multitudes que carecen de acceso a agua potable, alimentos, atención médica esencial, vivienda digna, educación básica o trabajo digno, para que podamos compartir el dolor de quienes se alimentan solo de desesperación, lágrimas y miseria. ¿Cómo no recordar a todos los condenados a muerte y penurias en Ucrania, Gaza, Haití, Afganistán, Malí, República Centroafricana, Yemen y Sudán del Sur, por nombrar solo algunos lugares del planeta donde la pobreza se ha convertido en el pan de cada día de tantos hermanos y hermanas nuestros? La comunidad internacional no puede mirar hacia otro lado. Debemos hacer nuestro su sufrimiento. No podemos aspirar a una vida social más justa si no estamos dispuestos a liberarnos de la apatía que justifica el hambre como si fuera música de fondo a la que nos hemos acostumbrado, un problema irresoluble o simplemente la responsabilidad de otros. No podemos exigir acciones a los demás si nosotros mismos no cumplimos con nuestros propios compromisos. Por nuestra omisión, nos convertimos en cómplices de la promoción de la injusticia. No podemos esperar un mundo mejor, un futuro brillante y pacífico, si no estamos dispuestos a compartir lo que hemos recibido. Solo entonces podremos afirmar, con verdad y valentía, que nadie se ha quedado atrás.

9. Invoco sobre todos ustedes, reunidos hoy aquí —la FAO y sus funcionarios, que se esfuerzan a diario por cumplir con sus responsabilidades con virtud y predican con el ejemplo— las bendiciones de Dios, que cuida de los pobres, los hambrientos y los desamparados. Que Él renueve en cada uno de nosotros esa esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). Los desafíos que tenemos por delante son inmensos, pero también lo son nuestro potencial y las posibles líneas de acción. El hambre tiene muchos nombres y pesa sobre toda la familia humana. Toda persona humana tiene hambre no solo de pan, sino también de todo aquello que le permita madurar y crecer hacia la felicidad para la que ha sido creada. Hay un hambre de fe, esperanza y amor que debe canalizarse hacia la respuesta integral que estamos llamados a dar juntos. Lo que Jesús dijo a sus discípulos ante una multitud hambrienta sigue siendo un desafío clave y apremiante para la comunidad internacional: «Dadles de comer» (Mc 6,37). Con la pequeña contribución de los discípulos, Jesús realizó un gran milagro. No se cansen, pues, de pedirle hoy a Dios la valentía y la energía para seguir trabajando por una justicia que dé resultados duraderos y beneficiosos. En sus esfuerzos, siempre podrán contar con la solidaridad y el compromiso de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia católica, listas para salir al servicio de los más pobres y desfavorecidos del mundo.


Muchas gracias.

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