Tras la oración del ángelus, León XIV reza por las víctimas del tifón en Filipinas El Papa denuncia la matanza de "niños, ancianos y enfermos" en combates y reclama "un alto el fuego"

El Papa ,en el ángelus
El Papa ,en el ángelus RD/Captura

Apenas una hora después de la misa que presidió en la catedral romana con motivo de la  Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, el Papa volvió a insistir –en sus palabras previas al rezo del ángelus– en "el misterio de unidad y de comunión con la Iglesia de Roma"

Tras el rezo del ángelus, el Papa mostró su cercanía a la población de Filipinas, afectada por un violento tifón, agradeció a quienes en todas las partes del mundo se están comprometiendo en favor de la paz, y recordando que hace unos días se había celebrado la fiesta de los difuntos, denunció que muchos de ellos "han sido asesinados en combates y bombardeos, a pesar de que eran civiles, niños, ancianos, enfermos"

Apenas una hora después de la misa que presidió en la catedral romana con motivo de la  Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, el Papa volvió a insistir –en sus palabras previas al rezo del ángelus– en "el misterio de unidad y de comunión con la Iglesia de Roma", e invitando a "una mirada espiritual que nos ayude a ver más allá de las apariencias externas, para comprender en el misterio de la Iglesia mucho más que un simple lugar, un espacio físico, una construcción hecha de piedras".

"En realidad –añadió–, como el Evangelio nos recuerda en el episodio de la purificación realizada por Jesús en el templo de Jerusalén, el verdadero santuario de Dios es Cristo muerto y resucitado. Él es el único mediador de la salvación, el único Redentor".

Creemos. Crecemos. Contigo

"Unidos a Él, también nosotros somos piedras vivas de este edificio espiritual. Somos la Iglesia de Cristo, su cuerpo, sus miembros llamados a difundir su Evangelio de  misericordia, consuelo y paz por todo el mundo, mediante esa adoración espiritual que debe resplandecer por encima de todo en nuestro testimonio de vida", señaló desde el balcón del Palacio Apostólico ante una multitud que le escuchaba.

Con todo, apuntó también el Papa que "con frecuencia, las debilidades y los errores de los cristianos, junto con tantos estereotipos y prejuicios, nos impiden comprender la riqueza del misterio de la Iglesia", pero concluyó invitando a que "caminemos con la alegría de ser el Pueblo santo que Dios ha elegido".

Fieles en la plaza de san Pedro 2
Fieles en la plaza de san Pedro 2

Tras el rezo del ángelus, el Papa mostró su cercanía a la población de Filipinas, afectada por un violento tifón, agradeció a quienes en todas las partes del mundo se están comprometiendo en favor de la paz, y recordando que hace unos días se había celebrado la fiesta de los difuntos, denunció que muchos de ellos "han sido asesinados en combates y bombardeos, a pesar de que eran civiles, niños, ancianos, enfermos".

"Si se quiere verdaderamente sonar su memoria, se debe hacer un alto el fuego y que se haga un compromiso en las negociaciones", concluyó el Papa.

Las palabras del Papa en el ángelus

Hermanos y hermanas: ¡Buen domingo! 

En el día de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, contemplamos el misterio de unidad y de comunión con la Iglesia de Roma, llamada a ser la madre que cuida con esmero la fe y el  camino de los cristianos de todo el mundo. 

La Catedral de la Diócesis de Roma y sede del Sucesor de Pedro, como sabemos, no sólo es una obra de extraordinaria importancia histórica, artística y religiosa, sino que también representa la  fuerza motriz de la fe confiada y custodiada por los apóstoles y su transmisión a lo largo de la historia.  La grandeza de este misterio resplandece también en el esplendor artístico del edificio, que, en su nave central, alberga las doce grandes estatuas de los apóstoles, primeros seguidores de Cristo y  testigos del Evangelio. 

Esto exige una mirada espiritual que nos ayude a ver más allá de las apariencias externas, para comprender en el misterio de la Iglesia mucho más que un simple lugar, un espacio físico, una  construcción hecha de piedras; en realidad, como el Evangelio nos recuerda en el episodio de la purificación realizada por Jesús en el templo de Jerusalén (cf. Jn 2,13-22), el verdadero santuario de  Dios es Cristo muerto y resucitado. Él es el único mediador de la salvación, el único Redentor, Aquél  que, al unirse a nuestra humanidad y transformarnos con su amor, representa la puerta (cf. Jn 10,9)  que se abre de par en par para nosotros y nos conduce al Padre. 

Y, unidos a Él, también nosotros somos piedras vivas de este edificio espiritual (cf. 1 P 2,4- 5). Somos la Iglesia de Cristo, su cuerpo, sus miembros llamados a difundir su Evangelio de  misericordia, consuelo y paz por todo el mundo, mediante esa adoración espiritual que debe resplandecer por encima de todo en nuestro testimonio de vida. 

Hermanos y hermanas, debemos orientar nuestros corazones a esta mirada espiritual. Con frecuencia, las debilidades y los errores de los cristianos, junto con tantos estereotipos y prejuicios, nos impiden comprender la riqueza del misterio de la Iglesia. Su santidad, en realidad, no reside en  nuestros méritos, sino en el «don del Señor [que] no se revoca jamás», que «con un amor que raya en la paradoja, elige una y otra vez como recipiente de su presencia las manos sucias del hombre» (J.  RATZINGER, Introducción al cristianismo, Salamanca 2016, 286).  

Caminemos, pues, con la alegría de ser el Pueblo santo que Dios ha elegido e invoquemos a  María, Madre de la Iglesia, para que nos ayude a acoger a Cristo y nos acompañe con su intercesión.

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