De prólogos

Tengo poca experiencia en hacer prólogos, pero en un momento dado, el inolvidable padre Antonio Aradillas, me pidió que hiciera uno para una obra que iba a publicar. Le pedí que me mandara el manuscrito para poder leerlo antes, pero me puso pegas. Decía que era un texto sobre la violencia contra las mujeres y que eso me bastaba. Tuve que hacerlo sin leer la obra que se llamaba Historias íntimas de una mujer maltratada. El libro se iba a presentar el 9 de marzo de un año fatídico ya que era el momento en el que se conoció la irrupción del Covid y lo tuvimos que suspender. Sentí mucha pena porque era mi ocasión de haber conocido personalmente al padre Aradillas y agradecerle su propuesta, pero no pudo ser: el hombre propone y Dios dispone

El primer libro que yo publiqué se llamaba Dios, también es madre y hacía referencia a los numerosos lugares donde en el Antiguo Testamento se utilizaba simbología materna para hablar de Dios. El patronato de la fundación Gregorio Marañón, cuyo presidente era Laín Entralgo, se reunía en nuestro domicilio y un día me llené de valor, temor y temblor, para pedirle al ilustre, filósofo y médico, que prologara mi librito. No tuvo más remedio que acceder, por amistad con mi marido, pero recuerdo sus palabras sobre el tema que yo trataba “no se me había ocurrido nunca la posibilidad de hablar de Dios en femenino”. Aparentemente no le pareció un disparate y eso que era hace muchos años cuando todavía estos temas eran tabú

La otra historia a la que quiero hacer referencia es la llamada de un amigo al que admiro profundamente. Me pidió que prologara su libro sobre el Éxodo y le dije que sí, sin pararme a pensar en la bondad de la obra. Fui gratamente sorprendida cuando leí el manuscrito de su interpretación. El libro se llama En camino hacia la libertad. Una mirada bíblica a la aventura de la vida de Pablo Cirujeda, sacerdote misionero y médico

Es un relato corto que tiene la virtud de revivir las andanzas de los israelitas en el desierto para traerlas a nuestra vida. El autor es la persona mejor indicada para hablar de esas cosas porque ha tenido muchos éxodos en su vida y no habla de oídas. Nos presenta el Éxodo bíblico como prototipo de todas las liberaciones humanas; nos hace ver el fruto de abandonar caminos llenos de certezas para adentrarnos en la búsqueda de un destino en libertad donde nos asaltan las tentaciones de añorar un tiempo pasado que fue mejor. Eso hicieron los israelitas cuando acuciados por el hambre volvieron la vista atrás, a las ollas de carne idealizadas que comían en Egipto

Jesucristo también sufrió éxodos desde muy pequeño. Tras la huida a Egipto tuvo, por seguir su destino, que apartarse de su familia, de su forma de ganarse la vida y de su pueblo. Anduvo por el desierto durante 40 días como preparación para su vida pública y como forma de conocer el camino que Dios quería transitara. Una senda que no es otra que un viaje en libertad de encuentro con el prójimo, con amor, sin exclusiones ni rechazos a la que todos estamos llamados

Israel aprendió muchas cosas en el desierto. La buena nueva de ser un pueblo escogido y amado por Dios con el que sellaron una alianza con la promesa de una tierra que manaba leche y miel. Pero todos los pactos tienen cláusulas y el compromiso para los israelitas era la creación de una sociedad igualitaria cuyo marco se ampliaba a extranjeros y esclavos. Se convertían en señores de sí mismos, pero también de Dios y de sus hermanos pues la libertad siempre exige un precio

Liberados de las cadenas egipcias surgieron otras oposiciones ya que siempre aparecen y no podemos bajar la guardia. En su caso fue la aparición de ídolos que en el nuestro también amenazan nuestra libertad, aunque cambian de nombre y aspecto. Hoy, son: soberbia, dinero, poder, dominio, sexo e individualidad que nos hacen renunciar a ser libres en aras a conseguir otros logros que, engañados, vemos cubiertos de oro.

Recomiendo este pequeño libro que maravillosamente escrito ofrece muchas respuestas al hombre de hoy. Nos invita, como hiciera Cristo antaño, a empujar el arado sin echar la vista a nuestra espalda, como forma de labrar nuestro camino formando una comunidad de ayuda mutua que nos apoye a salvar los obstáculos hasta llegar al final. La muerte, destino inevitable de todo ser humano, viene a completar nuestro camino por el desierto de la vida y así culminar el éxodo de este mundo hacia el reencuentro con Dios. Esta es la libertad del Éxodo a la que hemos sido llamados y cuya lectura nos propone este libro de Pablo Cirujeda

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