Es reconfortante saber que alguien piensa en nosotros, que hay a quienes les importan las iglesias nacientes, la pobreza, la Amazonía, y se unen con su oración, su cariño, su esfuerzo y su aporte a lo que soñamos e intentamos plasmar. Para mí, este estilo de colaboración económica, tan humano, es una primorosa manera de cuidado a la misión.
Y así, en plena lucha contra el virus, comenzó la cuaresma. Alguien bromeó: “que te lleven la ceniza a la cama”. Pero no hacía falta, porque mis penitencias eran el dolor de garganta y de cabeza, y los 39 de fiebre; el ayuno, no poder tragar casi nada; la oración, “Diosito, que pase una buena noche y mañana ya esté mejor”. No necesité ceniza para meditar acerca de lo poco que somos, del peso de mi vulnerabilidad, de las dentelladas de las pasividades de disminución.
Realmente estamos acá el obispo Javier, Anna la ecónoma y yo para pedir ayuda: plata y personas. Lo mismo de siempre, ay este vicariato inestable y carente. Pero lo que más me gustó, con diferencia, fue estar entre personas a quienes les importa la misión. Elise, la gente de Mission Doctors Association y Lay Mission Helpers. Sin estos “loquillos” más bien locazos, no serían posibles tantas historias de humanidad, solidaridad y ternura en los cinco continentes. Por ellos sí que ha merecido la pena venir a L. A.
Percibo la urgencia del acompañamiento en la vida religiosa, misionera o presbiteral. Qué importante es ser acogido-a y escuchado-a profundamente; la escucha es el big bang del discernimiento, la raíz de la vida espiritual. Y qué complicado encontrar personas dispuestas y adecuadas.
El tradicional "encuentro de misioneros" ha evolucionado a “asamblea eclesial”: obispos, misioneros, laicos, indígenas protagonistas y corresponsables de un camino compartido, y por lo tanto con la competencia de diseñar el futuro.
Hay satisfacción por el paraje eclesial adonde hemos llegado, pero sobre todo una gran esperanza. No conocemos las siguientes fases de este proceso ni adónde nos llevará nuestra navegación común, pero sabemos que Dios desea una Iglesia con rostro amazónico y esperamos ir discerniendo sus contornos, atentos al impulso del Espíritu.
Creo que tenemos que agilizar y mejorar los mecanismos, construir lenguajes más claros y valientes, pero sobre todo generar una sensibilidad nueva, más inequívocamente empeñada en acabar con esta lacra
Nadie puede decir “a mí no me toca”, todos somos responsables, yo el primero, y todo lo que no sea hacer lo máximo en la lucha contra los abusos resulta ser encubrimiento, pecado de omisión
Estremecen la dimensión de las heridas y la dignidad vulnerada pero entera. Angustia la lentitud de los procesos
Bienvenido de nuevo a Perú, un país increíble en el que cualquier cosa puede ocurrir. Adornado con primor por el carácter de su gente linda, amable y sonrisueña. Todo fluye y me resulta familiarmente encantador, y esta hermosura sencilla me cautiva como el primer día.
Toca hacer balance de este tiempo. Se trataba de acompañar a mi papá y atravesar junto con mi familia el trance de la primera Navidad sin mi mamá. También de lograr “un reposo apacible, lento, sereno. Un descanso profundo, consciente”, según mis propias palabras. Bueno… he hecho lo que he podido, y luego la vida está jalonada de sorpresas que no se pueden programar.
La distinción es simplemente una insignia de plata con el cordero que identifica a San Juan Bautista, patrono de la diócesis. Una celebración muy sencilla, discreta y fraterna. El "pin del borrego" es como la estrella del mundial sobre el escudo de la selección: nadie te lo puede quitar y señal de una historia -trancas y barrancas, aciertos y batacazos- plenamente vivida y lograda.
Las catequistas y las mamás de los niños arman un mercadillo navideño en el que venden artesanías y adornos que ellas mismas realizan, o bien compran y traen. Además, hacen un chocolate con keke, las familias colaboran para los implementos (cacao, leche, huevos)… y todos acaban siendo sus propios clientes.
Este bello compartir encaja en la personalidad de Guadiana, una población tradicionalmente muy solidaria, que se vuelca con los pobres a través de muchas acciones: tómbola, carrera “Guadiatón”, coordinación con el Banco de Alimentos, apoyo a diferentes asociaciones y colectivos… Tal vez su ADN de emigrantes que al llegar empezaron viviendo muy precariamente en barracones les haya dado esta sensibilidad, que los hijos sin duda aprenden e incorporan.
Para ayudar a los damnificados por la dana, enviaron a Valencia un trailer cargado de alimentos y productos de limpieza; lo condujeron el dueño del camión y el alcalde, pero con ellos sin duda iban todos los vecinos.
Poco importan el bien común y las necesidades de la población; tampoco las ideologías de derechas o izquierdas en el caso de que existan. Prevalecen los cálculos del tacticismo partidista, la obsesión por conservar el poder a toda costa y los desmanes propios de cintura para abajo: el bolsillo y la bragueta.
En mis diferentes adioses siempre dije que me sentía feliz de haber sido vecino y párroco de mis pueblos: “es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompañará siempre”. Lindo título ser párroco emérito; implica un vínculo espiritual con mis parroquias, por las que sigo velando aun en la distancia, me duelen y endulzan mi corazón. Por eso siempre intento regresar, para no olvidar de dónde vengo y perseverar en la gratitud, pues mucho bien recibí.
Recién empiezo a comprender el sentido de la corona de Adviento, de la importancia de la luz en este clima tan frío con un invierno tan largo y oscuro. La gente se cansa de los días cortos, de la obligación de estar en la casa con la calefacción, de la ausencia del sol. El Adviento es mucho más relevante que en el sur, es un itinerario de celebración familiar: todos se reúnen el domingo en el desayuno y prenden la luz, en la espera del Señor, del buen tiempo, de la vida renacida. Para nosotros la corona es un mero adorno litúrgico.
La danza murui es algo profundamente espiritual y armonizador. Las palabras que contienen los cantos, los movimientos, el ritmo y la repetición ayudan a los participantes a regenerar sus cuerpos, a alinearlos con su alma y así restañar los daños y sanar las enfermedades o heridas. Se reconstituye la fuerza de la persona y se intensifican los vínculos comunitarios.
Así la sabiduría ancestral se in-corpora, la cultura se reproduce, la espiritualidad fluye conectando a las personas, posibilitando compartir el bienestar, la esperanza y la satisfacción de ser cada cual quien es y estar donde debe estar.
Fue lindo y de vital importancia el contacto directo con los financiadores, encuentros personales con quienes conocemos a través de pantallas y correos electrónicos. Mirarnos a los ojos, apreciar el tono de voz, bromear, y también aclarar puntos, recibir información de primera mano, orientaciones para el futuro, e incluso cerrar algún “negocio”.
Loyola es una belleza hecha edificio, una suerte de materialización de la historia y la espiritualidad ignacianas, el emplazamiento de encuentros profundos con Dios de miles de personas durante quinientos años, entre ellas Ignacio, Arrupe y tantos otros.
Pero si hay un rincón especialmente impregnado de vida en Dios es la capilla de la conversión. Ha sido el escenario de los instantes más intensos, de mayor intimidad y carga afectiva. Mirando la leyenda “Aquí se entregó a Dios Íñigo de Loyola” he atesorado inspiraciones, claridades, reformas, trabajos interiores... Y las cuestiones en las que, definitivamente, no me puedo engañar.
Desde esta perspectiva, la muerte como final no existe, y eso inspira para atender a los enfermos con amor y delicadeza, respetando sus decisiones, ayudándoles a aceptar y a soltar, a no resistirse, superando el miedo y venciendo la tristeza con la esperanza y el cariño. Me impactó profundamente que la práctica vocacional de los cuidados paliativos abre de manera natural a la experiencia creyente o espiritual, la intuición profunda de que “no estamos desamparados”.
Vivir en un departamento y poder realizar las labores de la casa me hace sentirme una persona “normal”, alguien ordinario, “uno de tantos” (Fil 2, 7). Los sacerdotes, religiosos o misioneros no somos diferentes a los demás, ni mejores ni especiales. Somos pueblo, tenemos la dicha de compartir las vicisitudes y el destino de la inmensa mayoría, como hijos y hermanos.
Los puertos de Iquitos son lugares de acceso al río de pasajeros y mercancías indistintamente, mezclados, embarullados. En la vaciante, cuando baja el nivel del agua, emerge una amalgama nauseabunda de plásticos, barro, tela, vidrios, desperdicios... Es lo que ven los turistas cuando llegan a la ciudad o zarpan a otros lugares. ¿Cómo es posible que las autoridades permitan eso?
Conocer las casas de las congregaciones presentes en el Vicariato me ha enseñado mucho sobre las religiosas y los sacerdotes: el estilo de cada tribu, su forma de vivir, cómo se posiciona en la misión y tantos otros detalles.
Además, este contacto con la Iglesia mexicana me ha hecho entender mentalidades, hábitos, enfoques… Ahora me encajan aspectos como la dedicación a los bienhechores, la piedad popular o el interés por la pastoral vocacional, que en México la trabajan a conciencia (y tienen resultados, como he comprobado).