Celebración de las bodas plata presbiterales en Estrecho, río Putumayo (Perú) 25 años de cariños contra alifafes emocionales

En 25 años he experimentado suficientemente que el remedio contra los achaques, las cancamurrias, los fastidios y las canseras son justamente los cariños. Los pequeños detalles a través de los cuales las personas te manifiestan su afecto, te transmiten sin palabras que te quieren, que te aceptan y valoran, que están alegres y agradecidas de conocerte.
También sé que en un cuarto de siglo caben muchas equivocaciones, y que no puedes gustarle a todo el mundo. Pero lo que me empuja a seguir sirviendo es el amor correspondido, dado y recibido (nº 231 de los Ejercicios) en gratuidad y reciprocidad, como los amigos verdaderos, al estilo del Buen Pastor.
Ya me había olvidado de mis bodas de plata, porque el tsunami de entusiasmo y felicidad que produjo la aparición de Mons. Prevost en el balcón de la logia vaticana arrasó con cualquier otra noticia, pero cuando el domingo pasado 11 de mayo entré en la iglesia de Estrecho, en el río Putumayo, me topé con este cartel: “P. César Gracias 25 años de servicio a los pobres”. Se me hizo un nudo en la garganta, pero me tuve que contener porque faltaban apenas minutos para comenzar la misa.
Antes, el mero día 6, durante el encuentro vicarial sobre el Rito amazónico, llegué al comedor y vi a todos esperando con las tortas de chocolate listas, me desconcerté y ahí sí brotaron las lágrimas. Había unas tarjetas con firmas y dedicatorias, me cantaron y tuve que luchar para que unas palabras se abrieran camino. Claro que había estado rezando y haciendo los inevitables balances, en línea con otros aniversarios, pero lo que me salió fue un agradecimiento mezclado con un grito de auxilio.
“Me doy cuenta de que en 25 años siempre he dicho sí a todos los servicios que me han pedido mis obispos; tan solo al Vicariato elegí venir yo mismo, porque percibí que era lo que Dios deseaba darme. Y ahora, en estas últimas semanas, me siento cansado, anímicamente quebrado y con ganas de salir corriendo. No soy de fierro, necesito que me comprendan y que me ayuden. Y además extraño mucho a mi mamá”. Algo así fue.
Volvamos a Estrecho. En el shunto* de motivos de la Eucaristía estaban: el día de la madre (ay), la jornada mundial de oración por las vocaciones, la elección de León XIV… y los 25 años de ordenación presbiteral del p. César. Aplausos a raudales ya nada más arrancar. Luego, las lecturas del Buen Pastor, como aquel remoto día sevillano, una danza amazónica para el ofertorio en la que me sacaron a bailar también, y la conocida y benéfica moción de estar donde debo, este es mi sitio, esta es mi gente, el pueblo lindo.
Con mi alba nueva, obsequio de las camilas de Santa Clotilde, presidí recordando que justo el 11 de mayo de 2000 me tocó a mí hacerlo por primera vez en la capilla del teologado, aunque la fiesta oficial, la cantamisa, sería más tarde, el día 27. Llevaba la estola que Gris y Sol me han regalado, y en ella bordada la imagen de Tonantzin, la Virgen de Guadalupe, la que está a mi lado, atenta a lo que haré, la madre del futuro, quien me conecta con mi mamá y la imprime cada día en mi pecho.
Después de la comunión, tocaban más presentes: una rosa de plástico con parpadeantes luces de colores para las mamás, que salieron toditas a recibirla junto con la bendición. Y para mí, un abanico de chambira tamaño XXL, con mi nombre y un guacamayo pintados, que permite dar aire a una mancha** humana a la vez; a continuación, un huayco*** de gratitudes verbales; y para finalizar, un viaje de abrazos seguido de una carrafilera de fotos, como es habitual.
En 25 años he experimentado suficientemente que el remedio contra los achaques, las cancamurrias, los fastidios y las canseras son justamente los cariños. Los pequeños detalles a través de los cuales las personas te manifiestan su afecto, te transmiten sin palabras que te quieren, que te aceptan y valoran, que están alegres y agradecidas de conocerte. Todos esos abrazos venían también de Valencia, Santa Ana, Valverde, Monesterio, Atalaya, El Valle, La Lapa, Mendoza, Zafra, Calamonte, y de mi querido vicariato San José del Amazonas. Me pareció que todo cuadraba.
Ya sé que en un cuarto de siglo caben muchas equivocaciones, y que no puedes gustarle a todo el mundo. También que siempre hay críticas, y más cuando tienes responsabilidades de coordinación. Pero lo que me empuja a seguir sirviendo es el amor correspondido, dado y recibido (nº 231 de los Ejercicios) en gratuidad y reciprocidad, como los amigos verdaderos, al estilo del Buen Pastor.
Gracias Diosito por tanta vida, tantas cosas, tanta gente, tantos lugares, tantas sorpresas. Gracias a mi familia, a mis amigos, a cada persona con quien me he encontrado en esta casi mitad de mi existencia. Gracias a todos por acompañarme, enseñarme y animarme; por creer en mí. Gracias gracias gracias.
* “un montón” en la jerga amazónica peruana
** grupo numeroso
*** catarata
Y alifafes son achaques (o indisposiciones o dolencias) generalmente leves.